@IsabelDlRio / @miransaya

martes, 14 de octubre de 2008

Astrid, capítulo 24: Imágenes viajeras

Domingo, 16 de marzo de 2008

En Barcelona


Barajo, mezclo las cartas entre las manos, sintiéndolas, me gusta ver como los soles dorados dibujados en su dorso parecen sonreírte cuando las mueves rápidamente; corto y hago tres montones.

—Pasado, presente y futuro —digo en voz alta dando la vuelta a la carta que hay sobre cada montón.

— ¿Has aprendido otra forma de tirarlas?

Tío Bernard me contempla sonriente desde el umbral de la puerta de mi habitación.

—Sí, esta se supone que es más fácil y rápida. No sé, voy probando —observo los dibujos y vuelvo a mirarle a él -. ¿Has visto a la señora Valette últimamente?

Tío Bernard niega con la cabeza.

—No, y empiezo a preocuparme, nunca se había ausentado tanto —la felicidad se borra de su cara.

—Quizá piensa que estoy enfadada por como me habló el otro día —comento —. Podría ir a su casa con unas pastas para tomar el té por la tarde, eso la alegraría, ¿no?

Asiente complacido y saca su cartera del bolsillo trasero de sus tejanos.

—Toma —me extiende un billete de cinco euros —. Ah, por cierto Astrid —dice cambiando de tema —. Estos días que no tienes clase me gustaría que me ayudaras en la tienda, por supuesto te daría una propina, ¿qué te parece?

—Claro que sí —respondo, me gusta ayudarle en Babilonia —, pero no hace falta que me pagues, para eso tienes a Noa, ¿no? —Los ojos negros de Tánit asaltan mi mente —Pero el lunes no podré —me mira sorprendido —, tengo que hacer un trabajo para “Refuerzo y técnicas de estudio”, una compañera vendrá a estudiar a la librería.

—Muy bien —contesta —, lo primero es lo primero.

Y nuevamente alegre desaparece camino a la cocina.

Mi atención regresa a las cartas, me concentro en los dibujos, pero sólo veo colores mezclados, neblinosos, imágenes ofuscadas que se apelotonan en mi cabeza, las sienes empiezan a palpitarme; duele, duele mucho…

—Mamá —La luz de su mesilla de noche se enciende y la veo, despeinada y tapada hasta el pecho con la sábana, junto a ella, mostrando su torso peludo y desnudo, está Arman.

— ¡¿Qué quieres ahora Astrid!? —ruge molesta.

—Hay un hombre en mi habitación, ¿puedo dormir contigo? —pregunto asustada.

— ¡Astrid, no! Ya hemos hablado de esto mil veces, ¡vete ahora mismo a la cama! Que no tenga que repetírtelo —grita señalándome con el dedo índice de su siniestra.

—Pero mamá, hay un señor, tengo miedo de que me haga daño… —los ojos empiezan a arderme y las lágrimas corren por mis mejillas.

— ¡No hay nadie en tu cuarto! ¡Deja de inventarte cosas! —La vena de su cuello se hincha y palpita frenética por la rabia — ¿Cuándo vas a crecer y dejar de comportarte como una cría? Casi tienes once años, por el amor de Dios.

Arman ni se inmuta al verme llorar, alarga el brazo y apaga la luz. En la oscuridad puedo ver como su tenebrosa figura hace desaparecer la de mamá bajo su peso.

Salgo del dormitorio y miro el mío al fondo del pasillo. Él me espera allí, no hay prisa, permanecerá acechando cuánto sea necesario. Me acurruco junto al marco de la puerta del cuarto de mi madre, oigo sus suspiros y los muelles de la cama.

—No sé que le ocurre —escucho al cabo de un rato —, antes no era así, era casi normal, pero desde lo de su padre… —silencio.

— ¿Por qué no te deshaces de ella? —pregunta la voz grave y profunda de Arman.

—No podría, es la niña de Ivan —responde mamá.

—Exacto, de Ivan.

Abrazo mis rodillas y me balanceo suavemente de alante atrás apretando mi frente contra ellas. Siento sus ojos sin luz vigilándome, tiemblo por el frío y el pánico que me produce estar allí sola; porqué estoy sola.

El timbre de la puerta me devuelve al mundo real. Mi habitación todavía está lejana, y la niebla hace que me cueste regresar. No siento mi cuerpo, allí abajo, sentado en la cama. Noa aparece con la caja de Catan en sus manos, palidece al verme. Grita algo y se acerca a mi envoltorio dejando el juego sobre el edredón color hierba, balancea el cascarón. Tío Bernard entra corriendo y también se acerca a mi cuerpo. Noa sigue gritando, no sé el qué. Entonces sus ojos color tierra me encuentran, eleva la vista y me mira fijamente.

—Vuelve Astrid —me dice Bernard sin mover los labios —. Por favor, regresa conmigo.

Siento la mano de Noa en mi hombro, ¿está llorando?

— ¿Qué ocurre? —pregunto confusa.

Tío Bernard sonríe.

—Ya nada, tranquila —me da un pañuelo y limpio la sangre de mi nariz

— ¿¡Cómo que nada?! —Noa parece estar fuera de sí — ¡No puedo más! —Grita — ¡Esto no lo entiendo! Astrid estaba ida, ¡joder! ¿¡Y eso no es nada?! ¡Os comportáis como si todo esto fuera normal!

Lagrimones, como gruesas gotas de lluvia, resbalan por su rostro haciendo círculos negros en su camiseta gris.

—Vamos Noa, tranquilo —dice tío Bernard acercándose a él.

Noa le separa de un manotazo. Me mira, pero todavía no soy capaz de decir nada coherente. Sale corriendo y un portado le despide.

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