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lunes, 18 de diciembre de 2017

Reseña de “La Casa del Álamo” de Kazumi Yumoto

TÍTULO: La Casa del Álamo
AUTOR: Kazumi Yumoto
EDITORIAL: Nocturna

SINOPSIS
Cuando Chiaki se entera de que su antigua casera acaba de fallecer, decide asistir al funeral. Y esa última visita a la anciana le devuelve a su infancia a través de unos recuerdos en los que se entrelazan la muerte de su padre, los viajes sin rumbo de su madre, una casa protegida por un enorme álamo, un niño que sabe escuchar, una joven que arroja comida a los gatos desde las ventanas...
Y sí, la casera: esa mujer huraña con cientos de cartas en un cajón y el deber de llevárselas a los muertos en cuanto fallezca. La Casa del Álamo es una sorprendente novela que reconcilia el dolor de la pérdida con la esperanza de lo venidero.

OPINIÓN
Todos hemos perdido a alguien. Ya sea porque ha cruzado el umbral o porque se ha alejada de nuestra senda, las personas a quienes queremos van y vienen, coincidiendo con nosotros en momentos, ya sean largos o cortos. Es duro asumirlo, complicado de entender, pero llega un momento en que vemos que esto es una realidad y que la frase de «si le quieres le dejarás marchar» tiene mucho sentido, quizá más por nosotros que por quien se va, porque “si te quieres” has de aprender a dejar volar a los aquellos que ya no comparten tu camino.
Empecé a leer La Casa del Álamo porque Los Amigos —novela de la misma autora, también publicada en castellano con Nocturna— me enamoró. Kazumi Yumoto vuelve a tratar el tema de la muerte y de la pérdida desde el punto de vista de una niña, en contraste con la visión de una anciana, pero las historia de ambas novelas son totalmente distintas. Sí, ambas hablan de los temas citados, de la soledad y del abandono —de ese vacío que, sin respuestas que lo alivien, crece y crece hasta tragarnos por completo—, pero no por ello estamos ante una nueva novela que dice lo mismo, más al contrario, me ha sorprendido como si se tratara de la primera obra de Yumoto que cayera en mis manos.
«Lo peor era la noche. Cuando me metía en la cama y cerraba los ojos, la tapa de la alcantarilla se agitaba, abriéndose y cerrándose, y su boca negra comenzaba a amenazarme: “Mientras duermes, me llevaré todo aquello que más quieres…”.»
En La Casa del Álamo nos encontramos con una joven y su madre. Acaban de recibir la noticia de que la casera del apartamento donde vivieron durante unos años ha fallecido. Ante la noticia, la joven siente la llamada de su infancia, y decidí acudir al entierro.
A través de esa decisión, el lector comparte los recuerdos de esa joven, de esa niña que supero el terror de la desaparición de su padre, que atravesó el duelo gracias a una anciana con cara de Popeye, quien decía no suportar a los niños.
«Soporté en silencio aquellos insufribles días de edredón pesado, sopa infecta y tisana espantosa. No sabía sobre qué conversar con ella y creía que era mejor permanecer callada que meter la pata por hablar. Me sentía muy desanimada. Me pregunto qué pensaría ella. Tal vez se habría acabado de convencer de que no le gustaban nada los niños.»
Las cartas que encuentran en la habitación de la anciana son el reclamo para que la protagonista se ponga en marcha, y también el elemento que mantiene a los lectores en vilo, preguntándose si esas cartas, si ese cartero capaz de comunicarse con el más allá, serán cuentos para calmar el espíritu alterado de una niña abandonada, o será verdad que esa anciana es el enlace entre los vivos y los muertos.
«Creo que, cuando comencé a soltar las palabras, dejé que el mundo entrara dentro de mí.»
Porque no todo es lo que aparenta, porque a veces proteger a quien queremos es más importante que contar a la verdad o que nos vean con buenos ojos, porque cuando nos creemos solos puede que tengamos más de un ángel velando por nosotros.
«Todos los días, al terminar las clases, salía disparada a la Casa del Álamo para llevarle a la casera la carta que había escrito la noche anterior. Cada vez qye le entregaba mi sobre donde se leía: “Para mi padre, de Chiaki”, se ponía de pie con un bufido por el esfuerzo, como si le causara una gran molestia. Tras advertirme que cerrara los ojos, guardaba la carta en el cajón.»
Recomendado a aquellos que hayan perdido a alguien querido; para quienes disfruten de las historias sencillas y dulces, con lágrimas reales que se convierten en esperanza; para ti, lector, que te apetece cambiar un poco de genero e introducirte en la literatura japonesa sin perder esos puntos en común que todas las cultures tienen.

Isabel del Río

Septiembre 2017