TÍTULO: La
Casa de Arenas Movedizas
AUTOR: Carlton Mellick III
TRADUCTOR: Hugo Camacho
EDITORIAL: Orciny Press
SINOPSIS
Esta es
la historia de dos niños que no conocen a sus padres, aunque viven en la misma
casa que ellos. Sueñan con el momento en que podrán abrazarlos por primera vez,
pero parece que los padres nunca tienen tiempo para ir a verlos. Los niños
saben que tienen que estar en algún lugar de la mansión que comparten con sus
progenitores, pero tienen prohibido salir de la guardería en la que viven.
Siempre les han dicho que si la abandonan, sus vidas corren peligro.
Durante un tiempo, las cosas van bien: tienen una niñera que los cuida y unas
máquinas les proporcionan todo lo que necesitan… Hasta que un día pasa algo que
los obliga a abrir la puerta y adentrarse en los pasillos oscuros de una casa
que les es ajena, para desvelar los misterios que rodean su propio pasado y el
mundo en el que han creído vivir.
OPINIÓN
Soy
exigente. No me importa el género o el tema tratado, ni siquiera tengo
preferencias entre personajes o ambientes. Pero cuando una historia me
entusiasma, todos a mí alrededor se dan cuenta.
Eso es
lo que me ha sucedido con La Casa de
Arenas Movedizas. Si bien al principio me dio un poco de mal rollo lo
parecido de los “siniestros” de Mellick con “las sombras” de La Casa del Torreón, y la similitud
entre la soledad y las emociones de Polly y Pulga con Marina y James, después
percibí un reflejo entre la infancia del autor con la mía y entendí mejor el
trasfondo de la historia. Más allá de la situación extraña, de los personajes
grotescos, del horror sangriento, pude encontrar a un niño asustado que sólo
deseaba que sus padres le abrazaran y le dijeran que todo iría bien, que se
sentían orgullosos de él.
‹‹Lo
único que puede hacer es esperar a que sus padres vengan a buscarle. A lo mejor
ellos saben cómo arreglar (…) las máquinas. Espera que no se hayan olvidado de
él››.
La
infancia. Muchos la recuerdan con nostalgia y una sonrisa en los labios. Esa
época de juegos e inocencia, protegidos de todo mal. Bueno, leo y escucho historias
sobre ello, pues la mía no fue así y, por lo que he leído en la ‘Nota del
autor’, y he percibido en la historia, la de Mellick tampoco.
Del
mismo modo que la infancia puede estar llena de luz y risas, también puede ser
un momento repleto de sombras, de miedo, confusión y lágrimas. Una pesadilla
que te acompaña hasta la edad adulta, que te hace ser distinto a quiénes te vas
encontrando en tu periplo vital; que te hace recelar de los padres y madres que
acompañan a sus hijos en harmonía aparente, que te crispan ante los gritos a
los niños; que te hace desear nunca haber sido niño, o mejor, haberlo sido en
algún momento, que te hubieran permitido serlo un poco más.
‹‹Apunta
con la linterna en todas direcciones, pero allí dentro no hay nada. Polly no
está. Se pone a temblar de miedo cuando piensa que los siniestros pueden
haberse colado y habérsela llevado. Ni siquiera la luz de la mesita está
encendida. Nada. Tal vez los siniestros hayan olido la sangre de sus heridas y
hayan venido a por ella. ¿Y si está muerta?››.
En La Casa de Arenas Movedizas los niños no
crecen con sus padres, sino en guarderías, acompañados de sus Tatas —sus niñeras/cuidadoras—,
a quiénes no pueden profesar cariño —ni afecto físico ni en forma de palabras.
Polly y Pulga crecen soñando con sus padres, deseando conocerlos, que llegue el
día en que vengan a buscarlos y se los lleven de allí. Anhelan su aprobación y
amor por encima de todas las cosas.
Dentro
de un ambiente distópico y apocalíptico, Mellick nos propone una historia llena
de giros inesperados, sorpresas aterradoras, personajes profundamente
atormentados, y momentos tiernos que te arrancan lágrimas y sonrisas a partes
iguales.
¿Quién
es nuestra verdadera familia? ¿A quién debemos impresionar con nuestros logros?
¿Hasta qué punto la sangre conlleva lealtad y entrega? ¿Cuáles son los lazos
que unen padres con hijos, a los hermanos entre ellos?
‹‹La
habitación del bebé está llena de máquinas y de cables. Un tubo elástico y
grasiento del tamaño de un saco de dormir cuelga del techo. Es lo que la tata
llama el túnel del bebé. También hay un recipiente de goma en el centro de la
estancia, bajo el tubo. La tata lo llama “cuna”. Dice que ahí dormían Pulga y
Polly cuando eran recién nacidos››.
En la
oscuridad moran monstruos, pero a veces los peores terrores vienen de nuestros
deseos, de aquello que ansiamos y buscamos a la desesperada. A veces la
salvación está en romper con lo que creemos que debe ser. Puede que, más allá
de lo que nos enseñaron de niños, exista un mundo mejor.
‹‹En el
umbral, apunta con la nave de juguete a las paredes, pero estas son tan altas
que la luz no llega al techo. En el centro de la estancia que parece no tener
fin, hay filas de columnas blancas. Nunca ha visto tanto espacio abierto. Lo
más parecido que se le ocurre es el cielo del patio del colegio (…)››.
He
disfrutado enormemente con esta historia y he llorado como una cría con el
final. Pulga me ha enamorado, es un personaje íntegro y dulce en un mundo que
no le invita a serlo para nada, en un ambiente que le dice: ‹‹Sobrevive y
déjalos atrás››. Una imagen de resiliencia y de amor por los demás, de lealtad
más allá de la sangre. Una llama en la noche.
‹‹En el
mismo momento en el que él abre la puerta, Polly cierra la de la entrada. Oye
cómo su hermana está cerrando los pestillos, dejándolo encerrado fuera en el
corredor. Pero Pulga solo se queda en la oscuridad durante un breve instante.
Hay una luz débil y marrón que ilumina parte de la estancia. (…) A medida que
se adentra en la habitación, vuelve a oír el sonido de rasguños. Es como de
metal rascando contra metal. El ruido le envuelve y le corta las orejas por dentro.
No puede ver nada, pero siente que hay algo ahí con él escondido entre las
sombras, tras los muebles››.
Polly
es especial también. Una joven desencantada a la que han enseñado que estar
guapa y gustar es lo más importante del mundo, pero que en su corazón todavía
guarda la chispa de aquella niña que disfrutaba de los cuidados de su hermano,
que todavía recuerda la bondad sin condiciones.
Sanguijuela,
Darcy y Babas dan el contrapunto, una imagen de las distintas etapas de la
niñez y de “qué pasaría si…”. ¿Cómo sería el mundo si los adultos no sintieran amor
por sus retoños? ¿Qué sería de ellos, si los bebés nos resultaran repulsivos?
Si los infantes fueran una carga para la que no estamos preparados.
‹‹Intenta
dormirse, pero los ruidos que hace el bebé van subiendo de volumen y son cada
vez más agudos. Se tapa la cara con la almohada, pero eso no ayuda. La criatura
se muere de hambre y grita como si fuera una mezcla de cerdo y de banshee››.
Biológicamente
—aunque me tiren piedras por decir esto—, los bebés son parásitos. Desde el
momento en que una mujer se queda embarazada, un ser crece dentro de ella,
alimentándose de su torrente sanguíneo, respirando su oxígeno. Cuando nace, la
madre continúa alimentándolo; las noches en vela y el agotamiento pasan factura
a muchos progenitores, y son muchas las mujeres que sufren depresión postparto.
¿Qué sucedería si desapareciera ese sentimiento maternal que nos llena de amor
por nuestra progenie?
No hace
mucho —y actualmente en algunas culturas—, los hijos eran herederos, mano de
obra para el campo y la casa, moneda de cambio en transacciones políticas y
empresariales. Los niños no eran individuos con personalidad propia con los que
caminar de la mano, a los que amar, sino propiedades de los que se esperaba, a
cambio de su nacimiento, su propia vida.
‹‹La
cara de Pulga se queda congelada en una mueca de terror mientras el bebé sigue
ronroneando y chupando agarrado a su cuerpo (…). Ahora desea que lo que llegó
por el túnel hubiese sido un siniestro. Le habría dado menos miedo que un bebé
humano››.
Una
distopía que nos lleva al pasado y nos devuelve al presente. Que nos habla de pequeños
abandonados que han de resultar agradables a los ojos de los propietarios, que
han de amar a sus dueños sin condiciones, que han de soportar el yugo de su
existencia sin aspirar a más que ser lo que les dicen han de ser.
‹‹Yo
creo que nosotros somos como las tortugas. Las tortugas marinas no crían a sus
hijos. Ponen docenas de huevos en un nido en la playa y los abandonan, igual
que nuestros padres nos dejaron en la guardería (…). Cuando las crías de
tortuga salen de sus huevos tienen que apañárselas por sí mismas. Dejan la
seguridad del nido e intentan cruzar la playa para llegar al mar, que es donde
viven sus madres. Pero es peligroso, porque en esa playa hay gaviotas que las
cazan. A muchas de ellas las matan y se las comen. (…) Las tortugas de mar lo
tienen mucho más fácil que nosotros (…). Nuestros padres no pusieron sus huevos
en la arena de una playa: los pusieron en arenas movedizas››.
Una
novela que recomiendo a los amantes de la ciencia ficción y lo bizarro; a
aquellos que tengan ganas de pensar y devanarse los sesos un rato; a quiénes
busquen diversión y mal rollo a partes iguales; a quienes quieran iniciarse en
el género y disfrutar de una novela entretenida, divertida y con buen fondo.
Isabel del Río
Febrero 2017