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martes, 10 de enero de 2023

Reseña de CANINA, de Rachel Yoder en la Revista Literaria LIBRÚJULA

«Canina», de la norteamericana Rachel Yoder, es una novela de metamorfosis brutal, materno-animal y divina, sobre cómo vemos y vivimos la maternidad.

 


 

«Un día, la madre era una madre, pero una noche, de repente fue otra cosa.»

 

Canina, de Rachel Yoder, (Blackie Books) habla en primer lugar de la maternidad. Sin embargo, subyace —al tiempo que presenciamos su evolución: de mujer alienada por la sociedad, a mujer mágica y liberada— la vida de su protagonista y los desencuentros y anhelos diarios: la hora de ir a dormir y el encararse con otras mujeres/madres —aquellas que se pierden en lo que se denomina y acepta como maternidad, así como las que se desentienden de ella en pro de lo que llaman ser una mujer moderna y ambiciosa—, los rifirrafes con el marido y el hecho de trabajar fuera o dentro del hogar…

Ya aviso, no es un libro para cualquier lector. Tampoco para todas las personas que tengan hijos. Tan siquiera para todas las madres. Es un libro que te desgarra, como se rompen los tejidos de la protagonista —su tejido físico, emocional y psicológico, así como su alma—, aunque ¿no dicen que para poder construir algo nuevo es precisa la destrucción previa?

Así pues, con Canina nos hallamos ante una novela de metamorfosis brutal, materno-animal y divina, ante una clara crítica a cómo vemos y vivimos la maternidad, sin ningún tipo de profiláctico o calmante para el dolor que sentiremos durante la transformación; si nos abrimos a la experiencia, si permitimos que el juego artístico y chamánico penetre en nosotras. Y hablo en femenino porque invoca esa energía lunar y aterradora: de la luna llena y maternal, pero también de la nueva y sabia; la bruja.

«De niña enciendes un fuego. Lo alimentas y vigilas. Lo proteges a toda costa. No permites que se propague ni prenda demasiado, porque eso no es propio de una chica. No se lo cuentas a nadie. Dejas que arda. Miras a los ojos a otras chicas y ves chisporrotear sus fuegos; les dedicas un gesto cómplice, nunca hablas en voz alta de un ardor casi insoportable, de un incendio que cobra más y más fuerza.

 

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