TÍTULO: La
Coronación de las Plantas
AUTOR: Diego S. Lombardi
EDITORIAL: Jekyll & Jill
SINOPSIS
El
tiempo pierde su aparente linealidad y los contornos de la razón se vuelven
difusos, casi indistinguibles, cuando un trompetista de jazz —armado con un
instrumento lovecraftiano que, quizás, en una vida pasada, fue el que le
arrancó la cabeza a la flauta de Hamelin— encuentra unas polaroids en las que
una curia alza cabezas humanas en sacrificio a lo que parece un hombre-árbol.
Los dientes picados de un niño que vive en el monte, una traductora que si
fuese prudente daría media vuelta, un inquietante teatro de pollos y la estela
de un excéntrico botánico alemán relacionado con los nazis componen las pistas
hacia el terrible descubrimiento de un doble fondo en la realidad consensuada,
donde voluntades cósmicas, plagadas de intenciones que parecen estar muy lejos
de todo lo humano, encuentran en las plantas un medio propicio para su
manifestación.
OPINIÓN
«El abismo: una separación entre dos mundos
o estados, una barrera ilusoria, una grieta que disociaba al macrocosmos del
microcosmos.»
Una
ensoñación o tal vez una realidad trasnochada, un giro incierto en la línea del
destino que nos introduce en un mundo extraño, pervertido por la vegetación. El
eterno retorno en piel de otros.
«Me dormí observando la foto Polaroid, la
única en donde aparecían personas: una mujer adulta, de rasgos duros, y una
jovencita que entrecerraba los ojos a causa del sol, ambas posando en el porche
de la casa. La sombra del fotógrafo, larga y vagamente definida, se proyectaba
sobre el suelo y los escalones.»
La coronación de las plantas es un
relato complejo que, en algunos casos, precisa de una doble lectura. Con una
narración con múltiples sentidos, Lombardi nos muestra un mundo rural
supuestamente cotidiano, pero que encierra un secreto que se manifiesta justo
en ese punto en el que nuestro campo visual empieza a fallar.
«Sobre el verde fulgurante que nos
circundaba se erguían, aquí y allá, unos árboles más altos, de tronco negro y
sin hojas, que parecían querer prevenirnos de algo, podría jurarlo, pues se
agitaban de forma escandalosa a pesar de no haber viento alguno».
Como
una pesadilla o un relato lovecraftiano, donde lo mundano se mezcla con la
fantasía oscura de nuestro subconsciente, nos encontramos con una historia en
que dos personajes inician una búsqueda sencilla, una suerte de vacaciones en
pareja, donde sus deseos, recuerdos y temores se entremezclan, sin saber el
lector si de verdad están viviendo o ya giran en el tambor de su propio
purgatorio.
«Durante la noche, en las horas en que el
sueño alcanza su mayor profundidad, fui despertado por las sospechas de que una
criatura gelatinosa se deslizaba hacia mí subiendo por los pies de la cama.
Intenté reconciliar el sueño pero la tensión se volvió insoportable. Fue un
destello de discernimiento lo que me hizo entender que aquella criatura,
nutrida de lo oscuro y fangoso, no era sino un instinto predatorio antiguo y
olvidado que, sacudido de su letargo, volvía a emerger agitando sus
tentáculos.»
Las
plantas no sólo tienen relevancia por sus apariciones en forma de descripción y
recetas, sino por el contenido metaliterario de la propia obra, en que el texto
de Franken —autor que persigue el protagonista de la historia—, nos provoca a
percibir que algo sucedió y que algo se nos oculta.
A lo
largo de sus páginas, contamos con las descripciones botánicas y desquiciadas,
con la narración del protagonista y los testimonios del resto de personajes, pero
también con el diario de Margareth, la hija de Franken, una lectura en paralelo
a la propia historia que hace comprender algunos vacíos, pero también crea
espacios sombríos donde pueden esconderse monstruos.
«El herbario contenía una descripción
detallada de setenta y dos especies de plantas que, por su eléctica variedad,
no se limitaba a la región geográfica definida. Abarcaba, además, un sinnúmero
de encantamientos para fines y usos de toda índole. El hecho de poseer una
receta para mantener alejados a los agentes de la inquisición evidenciaba su
antigüedad, no obstante, luego de un estudio exhaustivo, estuve seguro de que
aquel texto no resultaba una mera copia, sino la reforma de una obra mucho más
antigua.»
En esta
novelita experimental de 180 páginas, Lombardi se transforma en nuestro chamán
particular, dándonos a beber una ayahuasca amarga que nos hará crecer ramas en
lugar de brazos para olvidarnos de quiénes fuimos y permanecer ahí, junto al
niño de los dientes picados, la viuda de las tartas, el hombre de las gallinas
y el Guriburi, siendo testigos de cómo ellos llegan: los siguientes.
¿Locura
colectiva? ¿Alucinación o sueño? Existe un punto del mapa donde la flora muta a
la fauna, su química cerebral y su manera de percibir el mundo, denotando un
espíritu más arcano que el de la magia, donde las emociones instintivas cobran
forma y se entremezclan como en una orgía de sensaciones herbóreas.
«Desde el negruzco centro de esas pálidas
flores amarillas que pendían de una planta de hojas oblongas vi emerger, junto
con un fuerte olor nauseabundo, una figura nítida y familiar que fue
acercándose, lo que es decir, haciéndose grande paulatinamente.»
Especial
mención a la portada y los detalles que, como sucede con todos los libros
editados por Jekyll & Jill, acaba por convertirlos en obras de arte de
papel y tinta.
«Durante mucho tiempo he estado acostándome
tarde. A veces, apenas apago el velador, mis ojos se cierran tan presto, que ni
tiempo tengo para decirme: Ya me incendio.
Es éste el momento cuando se presenta junto
a mi lecho una figura que mucho se me parece, pero que vive en un mundo del que
sólo me llegan imágenes desordenadas.»
Atención:
Para leer este libro antes has de abrir tu mente, como si estuvieras a punto de
entrar en una experiencia experimental con LSD en los años 60, separando
conciencia y esencia, para llegar al meollo de lo que sucede en sus páginas.
Recomendado
a aquellos que busquen lecturas complejas donde la verdad se encuentre entre
líneas; para los amantes de lo extraño y lo convulso; para los estudiosos de
las artes mágicas y sus preparados arcaicos; en definitiva, a quien no tema
comprender que vivimos subyugados en nuestra propia creencia de lo real.
Isabel del Río
Diciembre 2017