@IsabelDlRio / @miransaya

lunes, 14 de noviembre de 2016

Reseña de “Los perales tienen la flor blanca” de Gerbrand Bakker

TÍTULO: Los perales tienen la flor blanca
AUTOR: Gerbrand Bakker
TRADUCTOR: Maria Rosich
EDITORIAL: Rayo Verde

SINOPSIS
Los gemelos Klaas y Kees y su hermano menor Gerson juegan a menudo a «Negro», cuya principal regla es no abrir los ojos.
Un día Gerson, en un accidente de coche,  pierde la visión y se verá obligado a jugar a «Negro» el resto de su vida.
¿Será Gerson capaz de adaptarse a su nueva vida con la ayuda de su perro? La vida también ha cambiado considerablemente para su padre y sus hermanos. Pero lo que nunca va a cambiar es la calidez de la familia. Esta conmovedora historia es contada a través de tres perspectivas diferentes, la de los gemelos, Gerson y el perro.

OPINIÓN 
Esta vez os quiero hablar de una historia con una sensibilidad única, donde el amor, la amistad —tanto entre humanos como entre personas y animales—, las emociones y la psicología se ven alteradas por la tragedia. 
No podía quitarme los perales de la cabeza. Tienen la flor blanca, estoy seguro. Quiero decírselo, quiero que me den la razón. ¿Por qué? ¿Por qué tengo esa idea en la cabeza? ¿De dónde salen esos perales? (…) De vez en cuando intento abrir los ojos de par en par, pero no cambia nada. Los perales tienen la flor blanca. No me lo puedo quitar de la cabeza”.
¿Cómo puede superarse el abandono? ¿Puedes seguir tu vida cuando ya no eres el mismo? ¿Hasta qué punto puedes tratar igual a alguien, cuando esa persona ya no está exactamente ahí? ¿Cuál es el límite para cada uno? 
“Gerard es de dormir, especialmente en momentos difíciles. Otras personas hablan, lloran, o a lo mejor gritan o sueltan tacos; Gerard se acuesta. Cuando duermes, desapareces, no te das cuenta de nada”.
Hace meses que quería leer esta novela, pero por un tema u otro me veía obligada a posponerla. Las primeras imágenes, de tres hermanos jugando con los ojos cerrados por el campo y el cementerio mientras su padre lava el coche, me trajeron recuerdos de mi infancia y del juego del escondite en noche cerrada. 
“El día de lavar el coche, que solía ser sábado, era un día entrañable. Estábamos fuera los cuatro, Daan corría en círculos arriba y abajo, pero sin cruzar nunca las zanjas que rodeaban la casa. Jugábamos a Negro, que esos días era especialmente difícil porque Gerard y el coche nos obstaculizaban el paso, y por la tarde comíamos creps que preparábamos por turnos”.
Más adelante entendí la tristeza que caía sobre algunos personajes; esa melancolía que marca el carácter, y me hice eco de su abandono.
Todos subieron al coche y yo también me pregunté si la flor del peral era blanca o rosa. Mi abuelo tenía perales, manzanos, ciruelos y avellanos, y no lograba recordar el color. Y cuando pensaba en eso, el otro coche nos golpeó. 
“Nos hizo reír a todos, incluso a Gerson. Cuatro hombres riendo en una cafetera vieja. Íbamos a algún sitio. Lucía el sol, era domingo por la mañana, todo iba bien. Un poco más adelante había un cruce. Todavía nos estábamos riendo cuando un coche nos embistió. Venía de la derecha y se empotró contra nosotros por elado de Gerson. No nos acordamos de todo, no sabemos exactamente todo lo que dijo Gerson esa mañana. Pero lo último que dijo, en todo caso, fue ‹‹Au››”.
Realmente lo sentí así, porque si algo tiene esta novela es que te transporta y te hace uno más de esa familia donde todo son hombres —incluso el perro— con el corazón roto. Y te gustaría estar ahí y decirles que todo irá bien, pero cuando ves lo que ha sucedido, comprendes que hay historias complicadas en las que el final no es de cuento, sino real. Y eso duele.
“Antes teníamos dos coches, ése viejo y pequeño, y otro grande y reluciente. Madre se fue un día en el grande y reluciente y nunca volvimos a ver a ninguno de los dos”.
Esta es una historia triste, no os voy a engañar, pero es uno de esos relatos en que la tristeza da un pequeño soplo que nos revuelve el pelo y nos aclara las ideas. Nos hace ver las cosas tal y como son, apreciar lo que tenemos y darnos cuenta de que podríamos ir a ciegas por el mundo, y a veces esa no es una opción.
“Más adelante hemos intentado recordar de qué hablábamos aquel domingo por la mañana en el coche. No importa que se nos olviden cosas; si nos acordásemos de todo, nos volveríamos locos. Pero hay días, sobre todo días en que suceden cosas que no suelen suceder, que nunca se te olvidan. Todo lo que pasó esos días adquiere un significado especial. ¿Qué ocurrió exactamente? ¿Quién habló y qué dijo? ¿Habríamos podido hacer algo para impedirlo? ¿Llovía? ¿O brillaba el sol? Todo, absolutamente todo, se vuelve importante”.
El ritmo es suave, como una tarde de otoño, sin demasiados sobresaltos, pero con una tensión y un misterio constante. El lenguaje y las frases son cercanos, a pesar de que algunos conceptos e ideas nos puedan resultar un tanto extraños por la procedencia del autor. Los personajes son más que creíbles y muy profundos. Y el narrador nos permite ser uno más en la historia, incluso podríamos ser esa voz en off que nos adelanta la cuenta atrás desde que iniciamos la lectura.
 “Espiar, apartar la mirada, presenciar, ya nos veremos. No perdíamos a nadie de vista, no hacíamos la vista gorda ante nada, y un abrir y cerrar de ojos pasó a ser en menos que canta un gallo (…). Vivimos en un mundo que está pensado para ser visto, y no nos dimos cuenta hasta que Gerson se quedó ciego”.
Hay que destacar la narración del perro. Los sentimientos y pensamientos en esta novela son cruciales, y en ella encontramos la visión del compañero canino de la familia, líneas que me conmovieron por ese sentimiento de impotencia que podemos constatar cuando le decimos “quieto ahí” a un perro cuando necesita hacer algo. Sin duda, su autor supo ponerse en la piel del animal como si fuera un chamán.
Una novela recomendada para todo tipo de lectores.
“Gerson tenía muchos celos de nosotros. A menudo se sentía solo, justamente cuando estábamos los tres juntos”.
Creo que sería una lectura especialmente acertada para institutos, tanto por los temas tratados, como por la edad de los personajes principales —aunque algunos rompan con tabús. Pero también es una historia para adultos, pues todos nos podemos sentir reflejados en los sucesos, en las voces y miradas, incluso las que no ven.
“Cada día era distinto. Cada vez que jugábamos a Negro, era como empezar de cero. Como si el tiempo que pasábamos con los ojos abiertos nos contaminara el juego”.

Entrevista a Laura Huerga, editora de Rayo Verde:

Isabel del Río

Octubre 2016