sábado, 29 de diciembre de 2012

Nieve 17. Fantasmas de Nieve


Junto con Max, pues ese era el nombre del hombre de la ventana, alzamos la puerta y la volvimos a colocar en su lugar.
—¿Un té? —preguntó encendiendo el fuego de la cocina, separada del salón y de la ventana tan sólo por una barra americana.
—Sí, gracias —acepté sin mucho convencimiento.
Max continuaba vigilándome con suma cautela, mantenía un ojo sobre mí en todo momento y yo no se lo reprochaba. Según me había contado, se le habían aparecido tres seres desde los primeros copos de nieve, todos ellos muertos hacía años. Se parecían las mismas personas que él recordaba, aunque su piel era azulada y sus voces parecían livianas y lejanas. Verme a mí, mientras correteaba ataviada con un vestidito de verano, lógicamente le hizo recordar aquellas escalofriantes visitas, y seguro que esperaba que realmente fuera un fantasma.
—Entonces… ¿No tienes frío? —preguntó señalando mis pies descalzos.
Negué con la cabeza y miré por la ventana al edificio de enfrente. La vida parecía haber tomado sólo aquella habitación. El resto de la ciudad permanecía en letargo.
—¿Y cómo es eso posible? —Con cada pregunta parecía menos temeroso y más interesado por mi condición.
Dejó caer una bolsita de té en una taza y la llenó de agua humeante antes de tendérmela. Yo alargué los dedos y la rocé. El calor me resultó desagradable e inquietante, así que en el momento que él la dejó ir me concentré para que el agua se congelara por completo. Algo que no pasó desapercibido para Max.
—¿Cómo lo haces? Por favor, explícamelo. Todo lo que está ocurriendo es de locos. No he podido comunicarme con nadie desde que la tormenta arreció y las únicas personas que he visto… Bueno, si puedo llamarlas así, querían matarme.
Sus ojos castaños se tiñeron de tristeza al pronunciar aquellas palabras, pero en seguida se recolocó un mechón tras la oreja y sonrió.
—Puesto que no tenemos mucho que hacer, ¿qué te parece si me lo cuentas?
Al observarle caminar, estudiar sus agradables facciones y su porte, me di cuenta de que la antigua Beth habría caído a sus pies, pero ahora no sentía nada, para mí era un animal débil que me hacía la boca agua como una hamburguesa completa. Aunque su forma de hablar y actuar me resultaban curiosas... Era un personaje fascinante y había logrado sobrevivir por sus propios medios a lo que había terminado con el resto de la ciudad.
—Es largo de contar, pero digamos que me convirtieron. Antes de la nevada yo no era así —respondí sentándome junto a él frente a la ventana—. Y tú, ¿cómo has sobrevivido?
Su sonrisa se torció un segundo y después miró una pila de libros que había junto a una chimenea encendida.
—Gracias a mi pasión. Soy escritor y siempre me han fascinado las historias de seres fuera de lo común, entre ellos los fantasmas. Según las leyes de algunos pueblos esquimales, has de envolver a tus muertos en pieles o éstos volverán a levantarse. Te parecerá extraño, pero esos seres no soportan el calor, así que he estado quemando libros y manteniendo la habitación sellada desde que lo descubrí.
Max hablaba con naturalidad, como quien explica a un amigo algo que le acaba de suceder en la cola del banco. Quizá había perdido la cabeza, pero en su situación, ¿quién no lo habría hecho? ¿Y quién decía que yo podía juzgar la cordura de una persona?
—No puedes quedarte aquí —sentencié.
Él tomó un sorbo de su té y volvió a recorrerme con la mirada.
—¿Y a dónde quieres que vaya? —preguntó.
—Vendrás conmigo. Yo cuidaré de ti.
Su sonrisa se ensanchó y terminó su taza de dos tragos.
—Muy bien, ya estoy listo —dijo calzándose unas botas de montaña.


2 comentarios:

  1. Uoooo, me ha encantado.
    ¿Se lo comerá como una hamburguesa completa, o lo cuidará?
    Me muero por saber más ;-)
    Eres una genia escalofriante!!

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  2. Gracias preciosa!! Me alegra que te guste. Eres una de mis mejores razones para escribir. Un besazo enorme!!

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