@IsabelDlRio / @miransaya

jueves, 2 de febrero de 2012

Nieve 02. Muerte helada


Algunos dicen que el infierno debe estar congelado.
Cuando era niña odiaba la nieve, no era de esos críos que salen a toda prisa en cuanto ven caer el primer copo, yo me encerraba en mi habitación, a oscuras y rompía a llorar. No es que fuera una niña rara, sino que mi padre murió en una ventisca.
Recuerdo el día en que ocurrió. Mi padre nos había dejado semanas antes, yo culpaba a mi madre por su marcha y ella no hacía más que gimotear a escondidas sin comprender por qué lo había hecho. Aquella tarde salí de clase, me despedí de mis compañeros y busqué la merienda en las manos de mi madre, pero éstas permanecían vacías por mucho que yo esperase clavándole la mirada. Minutos después, cuando la entrada del colegio se había vaciado de padres y niños, ella habló. Sólo dijo cuatro palabras, las suficientes para destruir mi mundo infantil: “Tu padre ha muerto”. No pude comprenderlo, él se había marchado, pero iba a volver, o eso al menos pensaba yo. Ella se dio la vuelta sin un gesto de cariño ni palabras de consuelo, su rostro era completamente inexpresivo y su mirada estaba vacía. Alcancé a preguntar cómo, no sé muy bien por qué se me ocurrió, pero quizá necesitaba una explicación que me ayudara a entender las palabras de mi madre. “Congelado”, dijo ella sin volverse.
Pasaron años antes de que alguien me dijera realmente cómo había muerto mi padre. Durante una cena en familia, mi abuelo vio que el sentimiento de tristeza no terminaba de dejarnos ni a mi madre y ni a mí, y se me llevo a un lado. Según les había explicado el equipo de emergencias que había dado con mi padre, lo hallaron completamente helado dentro de la habitación que tenía alquilada. No encontraron explicación plausible, pero imaginaron que la tormenta de nieve de la noche anterior había tenido algo que ver.
Desde entonces esos copos blancos para mí vaticinaban el fin.

Isabel del Río
Febrero 2012

2 comentarios:

Rebeka October dijo...

Me ha gustado mucho esta segunda parte, porque me siento identificada con la protagonista, pero de forma distinta!
Dos personas muy importantes para mí, se fueron ambos en días de sol radiante, por ello, odio el sol, y me siento más a gusto cuando hace frío y el cielo esta grís y llueve.
Me siento en más armonía en mi interior.

Con ganas de saber cómo continúa.

Besosss

Mânes dijo...

¡Gracias guapísima! Ahora que me han conectado la estufa y vuelvo a sentirme los dedos podré escribir algo más ;)
Sé a lo que te refieres, un suceso puede marcarnos de tal modo psicolígicamente que aborrezamos o adoremos algo, sólo por el recuerdo que nos trae a la mente. Es curioso cómo trabaja nuestro cerebro.
En cuanto al sol, tendremos que ponerle remedio. A ver si un día soleado coincidimos y hacemos que sea memorable.