Viernes, 10 de octubre de 2008
En Barcelona
En Barcelona
Hoy lo he hecho. Me he levantado, me he duchado, he rebuscado en el armario, me he puesto unos tejanos y una camiseta roja, he desayunado, y he salido a la calle.
Ante mí, el mundo. Ha llovido y el aire está impregnado de ese olor característico a tierra mojada que me recuerda a los caracoles. Unos cruces más y llego a la rampa. Allí están, como si no hubieran pasado los días, semiocultos por el resto de estudiantes. Me acerco.
—Hola chicos —saludo.
Tánit me contempla perpleja. Noa no sabe qué hacer, me mira a mí y luego a ella, no deja de mover la cabeza como si se le hubiera ido la olla.
—Tánit, me gustaría hablar contigo a solas, si puede ser —comento.
Ella me observa, después le da un golpecito a Noa y dice:
—Deja de comportante de ese modo. Astrid, no hace falta que hablemos de nada, ya está.
—No, por favor, siento lo que pasó, de veras, yo…
Tánit se acerca a mí, me coge por los hombros y sonriente me interrumpe:
—Astrid, te perdono. Sólo prométeme que no volverás a hacerme daño, dime que serás mi amiga y que dejaras de ocultarme cosas, sólo eso.
Asiento. Sigo sin comprender cómo puede ser tan buena.
—Bueno, ¿entonces podemos volver a salir los tres juntos? —pregunta Noa agarrándonos a las dos por la espalda.
—¿No te estás pasando un poco? —dice Tánit separándolo de ella —. Por ahora no, mejor dejemos que las cosas se enfríen, ya hablaremos de eso.
Una vez en clase todo parece ir bien. Tánit me deja ver los apuntes de los días que he faltado y me pregunta cómo estoy.
—Me asustaste mucho, Astrid. Cuando me giré estabas allí tirada, sangrando bajo la lluvia… pero estás mejor, ¿verdad? Vistes distinto y todo.
De verdad la tenía preocupada, después de lo que le he hecho y se interesa de ese modo por mí.
—Siento haberte asustado, pero no fue nada, ya está, ¿ves? —digo enseñándole la cicatriz casi curada que oculta mi pelo.
—Astrid, no mientas, sí fue algo. Que le dijera a tu tío que te caíste no significa que no oyera nada, sé sincera conmigo, por favor.
Me mira fijamente, con los ojos muy abiertos, esperando a que diga algo con sentido.
—La verdad es que está relacionado con mi padre, pero todavía no sé de qué se trata —. Tánit vuelve a tener esa cara de no acabar de entenderlo del todo —. Ahora tengo ayuda, ya no estoy sola en esto, puede que todo se solucione y dejen de pasarme estas cosas.
Tánit me abraza con alegría.
—Eso espero, Astrid.
La profesora entra a clase y apunta la lección en la pizarra. Tánit me pasa una nota.
‘¿Quién es?’, pregunta.
‘Un náufrago de ojos tristes’, respondo.
‘¿Cómo? Pero existe, ¿no?’
‘¡Claro que existe!’. Le doy un codazo por lo bajo. Se ríe.
‘¿Entonces quién es?’, insiste.
‘Un chico, es amigo del librero que vino de visita. Se llama Mario’, le explico.
‘¿Es guapo?’, pregunta.
Me sonrojo. Ella se tapa la boca para que no se la oiga al reírse.
—Por favor —dice la profesora —, si tanto se divierten, ¿por qué no salen aquí y demuestran cómo se hace esta ecuación?
Tánit sale segura de sí misma. Yo con la cabeza gacha; no tengo ni idea de cómo hacer eso.
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