jueves, 7 de abril de 2011

Astrid, capítulo 55: Deseo


Lunes, 29 de septiembre de 2008

En Barcelona

Un, dos, tres… Los escalones se alargan hacia el infinito. Seis, siete, ocho… Mis piernas son pesadas, un extraño hormigueo sube desde las yemas de mis dedos hacia arriba: mano, muñeca, codo… La cabeza me va a estallar. Algo se clava en mis sienes y oprime mis ojos desde adentro. El ruido de las llaves me atraviesa el cerebro como un filo de hielo. Abro la puerta. La penumbra. Normalmente no caminaría en la oscuridad, muchos dicen que no hay que temerla, que sólo es carencia de luz, pero hay algo más en ella, es palpable, como un cuerpo al que las manos humanas no pudieran llegar, pero algunos ojos desafortunados sí. Dejo mis cosas junto al sofá y continúo por el pasillo. Una voz susurra a mi espalda, sé que es aquella cosa que me persigue, pero por alguna razón no se acerca demasiado, no desde que el extraño estuvo aquí, dejó algo oscuro en mí, algo que temer, aunque yo sólo sienta vacío sé que está ahí.

Me desnudo. La ropa cae al suelo, inerte, sin vida, como el pellejo de un animal. Durante unos segundos que parecen horas la contemplo, algo se retuerce en su interior, un gusano, un engendro retoza entre mi sujetador y mis pantalones. Mi piel se eriza y aparto los pies del montón de ropa. Unos ojos secos me observan lascivos tras el cristal de la puerta del baño. Me miro al espejo. En poco tiempo he cambiado mucho, Tántit dice que estoy creciendo más rápido que las demás y que eso les ocurre a algunas chicas, según su madre es hormonal. Mis dedos recorren mis pechos, acarician mi vientre, mis axilas… Estoy mojada e intento dirigir mis pensamientos hacia los recuerdos que me quedan con Noa, pero no funciona, eso me enfría. Aquella cosa parece reírse de mí tras la puerta. Me repugna, pero a la vez es algo que me hace saber que estoy en casa.

Enciendo el agua caliente. El vaho hace que la habitación parezca irreal, como si una niebla venida de un lejano Londres lo cubriera todo. Entro en la ducha y siento el líquido caliente, casi hirviendo, que enciende mi piel pálida y la enrojece con rapidez. Bajo el chorro me siento libre, como si cualquier pensamiento se fuera por el desagüe, protegida, una pantalla que no deja pasar nada malo. Cierro los ojos y dejo que la calidez me embargue.

La mampapara se corre y al abrir los ojos allí está él, también desnudo. Intento retroceder pero me golpeo contra el grifo. Se acerca y con una mano asiendo mi nuca acerca su boca a la mía, nuestros labios se unen, trato de resistirme, pero ¿por qué lo hago? ¿Acaso no es lo que deseo? Muerdo sus labios y el sonríe, su saliva es dulce y metálica, la sangre se mezcla en mi boca. Sus manos recorren mis caderas incipientes, agarran con fuerza mis muslos y con suavidad me acarician, sus dedos entran en mí mientras gimo y él besa mi cuello, recorre con su lengua mis pezones. Me empuja contra la pared y me eleva con fuerza, ríe y siento su deseo en mi, le siento duro, empujando mientras su cara se pierde en mi piel y mis uñas se clavan en su carne pidiendo más…

La puerta de la calle se cierra y abro los ojos. Apago el grifo y me cubro con la toalla. Al salir del baño el vaho se disipa por el pasillo perfumando todo el piso con el aroma del champú.

—¿Te encuentras mejor? —pregunta tío Bernard.

Yo asiento. Le miro cuando entra en la cocina. Observo los mismos brazos, los mismos labios que hacia un momento me amaban en sueños.




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