jueves, 7 de abril de 2011

Astrid, capítulo 54: Mechones de sangre


Sábado, 27 de septiembre de 2008

En Barcelona


Días después del concierto, casi semanas después, el sentimiento sigue en mí, igual que la guitarra y la batería aporreando mis oídos a la mañana siguiente. Tío Bernard me observa a escondidas, está empezando a vigilar lo que como y varias veces le he oído hablar por teléfono con Ernesto.

—Se comporta de forma extraña —decía —, me da miedo que se le estén metiendo ideas raras en la cabeza.

Y lo decía como si no fueran raras mis ideas normalmente.

Ante el espejo maquillo mis párpados de negro, las pestañas oscuras y largas, el rostro pálido, la camiseta de Blind Guardian que compré el mismo día…, pero algo falta aún.

—¿Te ha gustado? —preguntó Fernando al salir del concierto.

Lo cierto era que no sabía si lo que me había seducido era la música o el hecho de que allí nadie me viera como a una cría, sino como a una más, que saltaba, gritaba los coros, reía… Incluso me ofrecieron cerveza. Mi maestro de artes marciales cantaba junto a mí, sabía que tío Bernard estaba tranquilo porque pensaba que él cuidaba de mi, pero en esas horas que pasé sudando y moviéndome frenética con la masa de gente que llenaba la sala no me sentí vigilada ni pequeña, era una más, y daba igual que tuviera trece o no.

El color del tinte resbala por mi frente, lo seco con un algodón que rápidamente se empapa del color rojo oscuro. Leo las instrucciones y el tiempo de reposo, me dará tiempo a quitármelo antes de que él vuelva del trabajo.

A la mañana siguiente del concierto una carta a mi nombre descansaba sobre la mesita del café. El remitente estaba en blanco. La abrí en un suspiro y la leí con prisa, pero no llegué a entender su contenido hasta un rato después, o quizá no quería entenderlo.

—Un hermanito… —tío Bernard no parecía saber cómo tomárselo tampoco —. Deberías alegrarte —concluyó después —, tendrás un hermano.

—No será mi hermano —respondí.

Ella quería que le conociera, pero ¿para qué quería que conociera a su nuevo hijo? ¿Al hijo de su nuevo marido? ¿A la familia por la que me había abandonado?

Tío Bernard decía que era por eso que estaba cambiando, se lo explicaba a escondidas a su amigo de Sevilla, pidiéndole consejo.

—Sé que es una adolescente… —respondía —, pero no puede ser bueno que todo lo vea tan negro, me da miedo que termine como su padre.

Como mi padre… Últimamente tío Bernard parecía muy preocupado por ese asunto, especialmente después de la visita del extraño, de su trágica partida, de las pesadillas que me dejó como recuerdo. Tampoco le tranquilizó leer el contenido de las cartas que me escribía con Carbón desde la vuelta de Tenerife. Él parecía saber más de mi padre que su propio hermano y tío Bernard cada día parecía más preocupado, más delgado… Él no necesitaba maquillaje para oscurecer su mirada.

De nuevo ante el espejo los mechones color sangre enmarcan mi rostro, pálido de ojos negros y azules. Oigo las llaves en la puerta. Él llega y al ver la luz en el baño se acerca para saludarme.

—¿Qué te has hecho ahora? —pregunta.

Creo que no le ha gustado el cambio. Ahora por su mente deben pasar miles de ideas: no volver a dejarme ir a ningún concierto con Fernando, cortar mi relación con Carbón, vigilar mis salidas… No dice nada más, yo tampoco le he respondido. Se dirige al teléfono y marca de memoria.

—Hola, ¿Ernesto? Ah, sí, por favor Mario, ¿puedes decirle que se ponga? —Silencio —. Quizá sí sería buena idea que te pasaras por aquí.





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