Hace
unos días, en un restaurante con una amiga, ya pasadas de vueltas tras una botella
de vino tinto, descubrí que tenía segundo nombre y que, junto con su segundo
apellido, era ideal para dar vida a un alter
ego para literatura erótica.
Al salir
del restaurante, don/doña Google Maps saltó con la alarma para que puntuara el restaurante
y ahí ya se me fue —lo dicho, llevaba media botella de vino entre pecho y
espalda. A eso que, entre risas con mi querido Hugo —de Orciny Press, editorial
de género bizarro que recomiendo un montón—, escribí esta breve reseña, mezcla
de realidad y ficción, firmada con el nombre de nuestra autora erótica.
Hacía
tiempo que no escribía un relato erótico y me reí de lo lindo. Espero que lo
disfrutéis, bon appetit!
El
arroz increíble. Las torrijas, tal como asegura la carta, brutales.
Cuando
se cercó preguntando qué prefería, acepté sus sugerencias. Separé sutilmente
las piernas y el vestido de verano se retiró con un suave “frufrú”, dejando
entrever el encaje blanco de la ropa interior. Contrariamente a lo que una
esperaría, la camarera no se apartó, sino que gustó del juego y pellizco
disimuladamente mi muslo, aproximándose aún más, describiéndome los platos con
detalle.
Retiró
la tela a un lado y acarició los labios con delicadeza, antes de sentir la
humedad y dedicarse con profesional a mi clítoris. Ahora agradecía aquella mesa
que en un principio me había parecido abandonada a un lado, demasiado cerca de
las cocinas, junto a una columna, donde creía sería ignorada por el servicio. ¡Qué
equivocada estaba!
Según
sentía il crescendo, pasó de los
entrantes a los arroces, y de los arroces a los postres, con dos y tres dedos
en mi interior, rotando y envistiendo. Utilizando su cuerpo y la columna,
disimuló mi orgasmo antes de apuntar mi pedido y susurrar: “Ahora mismo se lo
traigo”.
Dejé
una buena propina junto con mi teléfono.
El vino
fragante, el servicio atento y dedicado. Sin duda volveré. Cinco estrellas.
R. R.
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