TÍTULO: La
Casa del Álamo
AUTOR: Kazumi Yumoto
EDITORIAL: Nocturna
SINOPSIS
Cuando
Chiaki se entera de que su antigua casera acaba de fallecer, decide asistir al
funeral. Y esa última visita a la anciana le devuelve a su infancia a través de
unos recuerdos en los que se entrelazan la muerte de su padre, los viajes sin
rumbo de su madre, una casa protegida por un enorme álamo, un niño que sabe
escuchar, una joven que arroja comida a los gatos desde las ventanas...
Y sí,
la casera: esa mujer huraña con cientos de cartas en un cajón y el deber de
llevárselas a los muertos en cuanto fallezca. La Casa del Álamo es
una sorprendente novela que reconcilia el dolor de la pérdida con la esperanza
de lo venidero.
OPINIÓN
Todos
hemos perdido a alguien. Ya sea porque ha cruzado el umbral o porque se ha
alejada de nuestra senda, las personas a quienes queremos van y vienen, coincidiendo
con nosotros en momentos, ya sean largos o cortos. Es duro asumirlo, complicado
de entender, pero llega un momento en que vemos que esto es una realidad y que
la frase de «si le quieres le dejarás
marchar» tiene mucho sentido, quizá más por nosotros que por quien se va,
porque “si te quieres” has de aprender a dejar volar a los aquellos que ya no
comparten tu camino.
Empecé
a leer La Casa del Álamo porque Los Amigos —novela de la misma autora,
también publicada en castellano con Nocturna— me enamoró. Kazumi Yumoto vuelve
a tratar el tema de la muerte y de la pérdida desde el punto de vista de una
niña, en contraste con la visión de una anciana, pero las historia de ambas
novelas son totalmente distintas. Sí, ambas hablan de los temas citados, de la
soledad y del abandono —de ese vacío que, sin respuestas que lo alivien, crece
y crece hasta tragarnos por completo—, pero no por ello estamos ante una nueva novela
que dice lo mismo, más al contrario, me ha sorprendido como si se tratara de la
primera obra de Yumoto que cayera en mis manos.
«Lo peor era la noche. Cuando me metía en
la cama y cerraba los ojos, la tapa de la alcantarilla se agitaba, abriéndose y
cerrándose, y su boca negra comenzaba a amenazarme: “Mientras duermes, me
llevaré todo aquello que más quieres…”.»
En La Casa del Álamo nos encontramos con
una joven y su madre. Acaban de recibir la noticia de que la casera del
apartamento donde vivieron durante unos años ha fallecido. Ante la noticia, la joven
siente la llamada de su infancia, y decidí acudir al entierro.
A
través de esa decisión, el lector comparte los recuerdos de esa joven, de esa
niña que supero el terror de la desaparición de su padre, que atravesó el duelo
gracias a una anciana con cara de Popeye, quien decía no suportar a los niños.
«Soporté en silencio aquellos insufribles
días de edredón pesado, sopa infecta y tisana espantosa. No sabía sobre qué
conversar con ella y creía que era mejor permanecer callada que meter la pata
por hablar. Me sentía muy desanimada. Me pregunto qué pensaría ella. Tal vez se
habría acabado de convencer de que no le gustaban nada los niños.»
Las cartas
que encuentran en la habitación de la anciana son el reclamo para que la
protagonista se ponga en marcha, y también el elemento que mantiene a los
lectores en vilo, preguntándose si esas cartas, si ese cartero capaz de
comunicarse con el más allá, serán cuentos para calmar el espíritu alterado de
una niña abandonada, o será verdad que esa anciana es el enlace entre los vivos
y los muertos.
«Creo que, cuando comencé a soltar las
palabras, dejé que el mundo entrara dentro de mí.»
Porque
no todo es lo que aparenta, porque a veces proteger a quien queremos es más
importante que contar a la verdad o que nos vean con buenos ojos, porque cuando
nos creemos solos puede que tengamos más de un ángel velando por nosotros.
«Todos los días, al terminar las clases,
salía disparada a la Casa del Álamo para llevarle a la casera la carta que
había escrito la noche anterior. Cada vez qye le entregaba mi sobre donde se
leía: “Para mi padre, de Chiaki”, se ponía de pie con un bufido por el
esfuerzo, como si le causara una gran molestia. Tras advertirme que cerrara los
ojos, guardaba la carta en el cajón.»
Recomendado
a aquellos que hayan perdido a alguien querido; para quienes disfruten de las
historias sencillas y dulces, con lágrimas reales que se convierten en
esperanza; para ti, lector, que te apetece cambiar un poco de genero e
introducirte en la literatura japonesa sin perder esos puntos en común que
todas las cultures tienen.
Isabel del Río
Septiembre 2017