Reseña de “Piel de Lobo” de Lara Moreno
TÍTULO: Piel
de Lobo
AUTOR: Lara Moreno
EDITORIAL: Lumen
SINOPSIS
Dos mujeres, dos hermanas, dos personajes complejos enfrentados a sus contradicciones que comparten un mismo pasado del que es mejor no acordarse.
Dos mujeres, dos hermanas, dos personajes complejos enfrentados a sus contradicciones que comparten un mismo pasado del que es mejor no acordarse.
Un
viejo caballito de plástico blanco y azul espera a las dos hermanas cuando
entran en casa del padre, un hombre solo que murió hace un año, dejando tras de
sí pocos recuerdos y algunas manchas de café en el mantel. Sofía y Rita han
venido al pueblo para recoger lo poco que queda de aquellos años en que eran
niñas y pasaban los veranos allí, en el sur, cerca de la playa.
Rita,
tan esbelta ella, tan hermosa, tan lista, parece dispuesta a despachar el
asunto y volver a lo suyo, pero Sofía sabe que esa casa será el refugio donde
ella y Leo, su niño de cinco años, van a instalarse para curar un desamor que
la ha dejado sin fuerzas. Allí se quedan madre e hijo, paseando esa nueva vida
por las calles donde se abren las primeras sombrillas, masticando arroz y fruta
limpia, intentando imaginar un futuro que tenga sabor.
¿Y
Rita? Rita se va pero vuelve porque hay recuerdos que queman y el rencor pide
paso. Finalmente, encerradas en esa casa que parecía muerta, las dos hermanas
nos van a contar una historia dura, algo que nadie quería saber, un secreto del
que quizá sería mejor olvidarse, y que solo la buena literatura sabe rescatar
para que ese dolor, esa rabia y la ternura que de repente asoma sean también
nuestros.
OPINIÓN
Piel de Lobo llegó
a mí a través de la recomendación de uno de los miembros del Club de Lectura
que organizo en La Font de Mimir. Había leído el libro y le parecían increíbles
ciertos sentimientos y reacciones que se narraban en la novela, así que nos
pidió una segunda opinión; como hombre quería el feedback de las mujeres. Y lo escogimos para comentarlo en la
siguiente sesión.
“Sofía
ya está entregada a la pantomima, nota un regustillo en las plantas de los
pies, qué suerte tiene, son una familia unida que se compadece a sí misma (…)”.
He de
ser sincera, la voz principal, la de Sofía, me ha caído mal desde el inicio y
sólo al final la he rescatado, comprendiendo su poso amargo, empatizando con el
asco a sí misma, a su muda impotencia ante los sucesos. Sentía en ella una
máscara y una indiferencia hacia los demás, un egoísmo hedonista que me causaba
antipatía. Además, algunas de las situaciones me han producido revulsión,
especialmente las que tienen que ver con la maternidad y fraternidad ausente; el
niño que busca y no encuentra; la necesidad maternal de ser mártires ante una
situación escogida de antemano; el hermano mayor que se cree héroe y
responsable del pequeño, pero que se comporta como el pequeño a pesar de ser el
mayor.
“Mi
hijo me pregunta quieres jugar conmigo y le digo siempre espérate un momento,
espérate que estoy haciendo cosas, espérate una infancia porque ahora no puedo,
ahora. Yo quisiera poder pero no puedo. De pronto me erijo como una madre, solo
me levanto de la tierra cada mañana como una madre y durante un día entero
busco la manera de distraerme de eso: el abandono de mi pareja, el abandono de
mi hermana, la muerte de mi padre, la huida de mi madre, mi propio abandono”.
Lara
Moreno posee una narrativa clara y concisa, que nos adentra en la psique y el
universo emocional de los personajes. Logra que nos removamos y algo haga
“crack” en nuestro interior durante la lectura. Ya sea por reprobación o reflejo,
no pueden pasarnos inadvertidos. Demasiado reales, desnudos y crudos.
“Con
qué lisura convierte el verdugo a la víctima en cómplice”.
El
desamor, el sexo, la amistad, la maternidad, la soledad… Todos estos temas se
encuentran en sus páginas como una excusa para relatarnos algo anterior, algo
primordial y orgánico en la vida de las protagonistas: la relación, o falta de
ella, entre las hermanas.
“Sofía
casi nunca toca a su hermana, igual que casi nunca su hermana la toca a ella, y
de pronto el tacto de su mano sobre la rodilla picuda le hace daño. Rita aparta
muy levemente la pierna, y quedan solo dos dedos de Sofía sobre su piel, unos
dedos con uñas pintadas de rosa palo, es raro que Sofía se haya pintado las
uñas, es raro tener sus dedos tan cerca”.
Los
personajes que se dibujan en un inicio como mártir y libre, débil y fuerte, se
van mostrando más adelante como lo que realmente son: cambiantes e
intermitentes como la marea, cada una con sus altos y bajos, con sus secretos,
traumas y deseos.
“Se
imagina que Leo no estuviese en su habitación dormido y ella pudiese vestirse,
cerrar la puerta de la casa, salir de noche, ejecutar algún baile, buscar un
hombre (…). La vida le debería estar permitida”.
La
autora aprovecha la historia de una mujer recién separada que escapa a la casa de
su infancia con su hijo de cinco años, para hablarnos de algo más complejo que
el fin de una relación y el duelo en este impass
vital: la infancia y sus secretos, la familia y la permisividad, todo aquello
que nos arranca de la inocencia y nos marca para siempre, convirtiéndonos en
quiénes somos en la edad adulta.
“Un
niño de cuatro años, su cara aún redonda, su barriga suave, sus rodillas leves.
Pero en aquel momento yo también era una niña, algo mayor que mi hermana, pero
una niña. Y la inmediatez no es aliada de la perspectiva”.
Es una
historia protagonizada por mujeres en la que se nos revelan sus pensamientos
más íntimos e inconfesables, pero no por ello es una novela sólo para mujeres,
pues éstos se muestran en relación al mundo que las rodea, a las relaciones que
establecen, al resto de mujeres de su vida y a los hombres que, de un modo u
otro, la transmutan.
“Qué
difícil es ahondar en este punto: qué desea uno, de verdad qué desea, ahora, en
este momento, limpiamente, sin la carga adicional de las circunstancias”.
El
dolor como motor de cambio, como bofetada que nos despierta, como empujón hacia
la realidad de nosotros mismos.
“Era
libre, cómo lo veo ahora de claro. Pero yo me sentía tan atada, tan manipulada.
No por él, mi niño, no era eso, nunca he sentido un reproche hacia él, aunque
quién sabe, quizá él se los haya tragado todos…”.
Esta es
una novela fácil de leer, pues la autora ha sabido imprimirle ritmo y agilidad,
con un lenguaje cercano y de calle, sin diálogos complejos ni descripciones
sobrecargadas. El mundo tal cuál es para los ojos de quiénes viven en él. A
pesar de ser una lectura rápida, es de digestión lenta por los temas tratados,
tanto en primer plano como entre líneas.
“Ha
sacado sus pocos libros y sus lápices y está tirado en medio del salón, en el
suelo, mirándolos, pintarrajeando, aburrido. Y tiene hambre. Y su madre no está
muerta porque sigue roncando con ese silbido de serpiente, pero no se ha
movido”.
El
final se gesta a lo largo de la novela, se hace evidente, excepto para Sofía
que, como ya he comentado al inicio, vive en su propio mundo, en un globo que
explota con la verdad que nunca quiso ver ni escuchar.
“(…)
qué tonta eres, me dice, eres muy tonta, y yo le digo por qué no me has
llamado, y ella me responde, dejé la puerta abierta, solo tenías que entrar”.
¿Hasta
dónde llega nuestra indiferencia? ¿Hasta dónde nuestras responsabilidades? ¿Por
ser hermana, madre, hija, esposa tenemos alguna obligación real? ¿Es la empatía
un deber para con la familia?
“(…)
¿no había señales suficientes?, ¿no iba el lobo vestido con su flamante piel de
lobo, hosca y dura piel de lobo, jamás lobo disfrazado de cordero, lobo siempre
con su lomo erizado, no aullaba el lobo a la luna delante de todos, nos
enseñaba sus fauces con descaro?”.
Recomendada
a lectores capaces de ver más allá de los tabúes y las etiquetas sociales. Para
quienes quieran ahondar en las emociones femeninas y en los silencios con demasiada
historia.
Isabel del Río
Diciembre 2016