TÍTULO: Los
perales tienen la flor blanca
AUTOR: Gerbrand Bakker
TRADUCTOR: Maria Rosich
EDITORIAL: Rayo Verde
SINOPSIS
Los
gemelos Klaas y Kees y su hermano menor Gerson juegan a menudo a «Negro», cuya
principal regla es no abrir los ojos.
Un día
Gerson, en un accidente de coche, pierde la visión y se verá obligado a
jugar a «Negro» el resto de su vida.
¿Será
Gerson capaz de adaptarse a su nueva vida con la ayuda de su perro? La vida
también ha cambiado considerablemente para su padre y sus hermanos. Pero lo que
nunca va a cambiar es la calidez de la familia. Esta conmovedora historia es
contada a través de tres perspectivas diferentes, la de los gemelos, Gerson y
el perro.
OPINIÓN
Esta
vez os quiero hablar de una historia con una sensibilidad única, donde el amor,
la amistad —tanto entre humanos como entre personas y animales—, las emociones
y la psicología se ven alteradas por la tragedia.
“No podía quitarme los perales de la cabeza.
Tienen la flor blanca, estoy seguro. Quiero decírselo, quiero que me den la
razón. ¿Por qué? ¿Por qué tengo esa idea en la cabeza? ¿De dónde salen esos
perales? (…) De vez en cuando intento
abrir los ojos de par en par, pero no cambia nada. Los perales tienen la flor
blanca. No me lo puedo quitar de la cabeza”.
¿Cómo
puede superarse el abandono? ¿Puedes seguir tu vida cuando ya no eres el mismo?
¿Hasta qué punto puedes tratar igual a alguien, cuando esa persona ya no está
exactamente ahí? ¿Cuál es el límite para cada uno?
“Gerard
es de dormir, especialmente en momentos difíciles. Otras personas hablan,
lloran, o a lo mejor gritan o sueltan tacos; Gerard se acuesta. Cuando duermes,
desapareces, no te das cuenta de nada”.
Hace
meses que quería leer esta novela, pero por un tema u otro me veía obligada a
posponerla. Las primeras imágenes, de tres hermanos jugando con los ojos
cerrados por el campo y el cementerio mientras su padre lava el coche, me
trajeron recuerdos de mi infancia y del juego del escondite en noche
cerrada.
“El día
de lavar el coche, que solía ser sábado, era un día entrañable. Estábamos fuera
los cuatro, Daan corría en círculos arriba y abajo, pero sin cruzar nunca las
zanjas que rodeaban la casa. Jugábamos a Negro, que esos días era especialmente
difícil porque Gerard y el coche nos obstaculizaban el paso, y por la tarde
comíamos creps que preparábamos por turnos”.
Más
adelante entendí la tristeza que caía sobre algunos personajes; esa melancolía
que marca el carácter, y me hice eco de su abandono.
Todos subieron al coche y yo también me pregunté si la flor del peral era blanca o rosa. Mi abuelo tenía perales, manzanos, ciruelos y avellanos, y no lograba recordar el color. Y cuando pensaba en eso, el otro coche nos golpeó.
Todos subieron al coche y yo también me pregunté si la flor del peral era blanca o rosa. Mi abuelo tenía perales, manzanos, ciruelos y avellanos, y no lograba recordar el color. Y cuando pensaba en eso, el otro coche nos golpeó.
“Nos
hizo reír a todos, incluso a Gerson. Cuatro hombres riendo en una cafetera
vieja. Íbamos a algún sitio. Lucía el sol, era domingo por la mañana, todo iba
bien. Un poco más adelante había un cruce. Todavía nos estábamos riendo cuando
un coche nos embistió. Venía de la derecha y se empotró contra nosotros por
elado de Gerson. No nos acordamos de todo, no sabemos exactamente todo lo que
dijo Gerson esa mañana. Pero lo último que dijo, en todo caso, fue ‹‹Au››”.
Realmente
lo sentí así, porque si algo tiene esta novela es que te transporta y te hace
uno más de esa familia donde todo son hombres —incluso el perro— con el corazón
roto. Y te gustaría estar ahí y decirles que todo irá bien, pero cuando ves lo
que ha sucedido, comprendes que hay historias complicadas en las que el final
no es de cuento, sino real. Y eso duele.
“Antes
teníamos dos coches, ése viejo y pequeño, y otro grande y reluciente. Madre se
fue un día en el grande y reluciente y nunca volvimos a ver a ninguno de los dos”.
Esta es
una historia triste, no os voy a engañar, pero es uno de esos relatos en que la
tristeza da un pequeño soplo que nos revuelve el pelo y nos aclara las ideas.
Nos hace ver las cosas tal y como son, apreciar lo que tenemos y darnos cuenta
de que podríamos ir a ciegas por el mundo, y a veces esa no es una opción.
“Más
adelante hemos intentado recordar de qué hablábamos aquel domingo por la mañana
en el coche. No importa que se nos olviden cosas; si nos acordásemos de todo,
nos volveríamos locos. Pero hay días, sobre todo días en que suceden cosas que
no suelen suceder, que nunca se te olvidan. Todo lo que pasó esos días adquiere
un significado especial. ¿Qué ocurrió exactamente? ¿Quién habló y qué dijo?
¿Habríamos podido hacer algo para impedirlo? ¿Llovía? ¿O brillaba el sol? Todo,
absolutamente todo, se vuelve importante”.
El
ritmo es suave, como una tarde de otoño, sin demasiados sobresaltos, pero con
una tensión y un misterio constante. El lenguaje y las frases son cercanos, a
pesar de que algunos conceptos e ideas nos puedan resultar un tanto extraños
por la procedencia del autor. Los personajes son más que creíbles y muy profundos.
Y el narrador nos permite ser uno más en la historia, incluso podríamos ser esa
voz en off que nos adelanta la cuenta
atrás desde que iniciamos la lectura.
“Espiar, apartar la mirada, presenciar, ya nos
veremos. No perdíamos a nadie de vista, no hacíamos la vista gorda ante nada, y
un abrir y cerrar de ojos pasó a ser en menos que canta un gallo (…). Vivimos
en un mundo que está pensado para ser visto, y no nos dimos cuenta hasta que
Gerson se quedó ciego”.
Hay que
destacar la narración del perro. Los sentimientos y pensamientos en esta novela
son cruciales, y en ella encontramos la visión del compañero canino de la
familia, líneas que me conmovieron por ese sentimiento de impotencia que
podemos constatar cuando le decimos “quieto ahí” a un perro cuando necesita
hacer algo. Sin duda, su autor supo ponerse en la piel del animal como si fuera
un chamán.
Una
novela recomendada para todo tipo de lectores.
“Gerson
tenía muchos celos de nosotros. A menudo se sentía solo, justamente cuando
estábamos los tres juntos”.
Creo
que sería una lectura especialmente acertada para institutos, tanto por los
temas tratados, como por la edad de los personajes principales —aunque algunos
rompan con tabús. Pero también es una historia para adultos, pues todos nos
podemos sentir reflejados en los sucesos, en las voces y miradas, incluso las
que no ven.
“Cada
día era distinto. Cada vez que jugábamos a Negro, era como empezar de cero.
Como si el tiempo que pasábamos con los ojos abiertos nos contaminara el
juego”.
Entrevista a Laura Huerga, editora de Rayo
Verde:
Isabel del Río
Octubre 2016
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