@IsabelDlRio / @miransaya

martes, 19 de mayo de 2015

Reseña de “Los amigos” de Kazumi Yumoto

TÍTULO: Los amigos
AUTOR: Kazumi Yumoto
TRADUCTOR: José Pazó Espinosa
EDITORIAL: Nocturna Ediciones

SINOPSIS:
Una novela sobre la muerte que defiende la alegría de vivir
En clase, Yamashita es el gordinflón, Kiyama es tan larguirucho que le llaman «espárrago» y Kawabe, el raro que cada vez que habla de su padre se inventa una profesión distinta. Los tres tienen doce años y una vida normal... hasta que la abuela de Yamashita muere. Entonces experimentan una súbita curiosidad por la muerte: ¿qué pasará después?, ¿qué expresión se le quedará a uno al morir?, ¿existirán los espíritus?
En busca de respuestas, deciden espiar a un anciano que vive cerca del colegio porque han oído comentar a un adulto que morirá pronto. Sólo es cuestión de organizarse para no perderle de vista. Y de que él no se dé cuenta, claro.
Nada más publicarse en Japón, esta cálida y divertida novela se convirtió en un éxito fulminante: se tradujo a 14 idiomas, el director Shinji Somai la llevó al cine, obtuvo el premio JAWC al nuevo talento y en Estados Unidos ganó otros dos premios: el Boston Globe-Horn Book y el Mildred L. Batchelder.
OPINIÓN:
La muerte, un tema tabú para muchos y venerado para otros, pero siempre complicado de abordar y con múltiples teorías sobre lo que sucede durante y después del suceso, más allá de los procesos fisiológicos.
En la novela de Kazumi Yumoto encontramos este tema tratado desde la perspectiva de la vida: su futilidad, cómo la aprovechamos (o desaprovechamos), qué nos mueve, qué hay más allá… Desde la voz de un narrador que todo lo pone en duda: un niño.
“Al cambiar el ángulo del chorro de agua se podía ver un arcoíris en el porche: los siete colores de la luz. Normalmente son invisibles, aunque un simple chorro de agua basta para que aparezcan. La luz siempre está ahí, pero los colores se esconden. Debe de haber millones de cosas así en el mundo. Existen, pero ocultas, y no podemos verlas. Algunas se muestran tras un pequeño cambio; otras sólo tras la larga y difícil búsqueda de científicos o exploradores. Me pregunto si habrá algo escondido esperando a que yo lo descubra”.
Tras un funeral, tres amigos decidirán espiar a un anciano del barrio para ver cómo es la muerte y qué ocurre en realidad. Ante la incomodidad que les produce pensar en su propia muerte, e incapaces de encontrar respuestas a todas sus preguntas, deciden ser testigos de lo que pueda suceder.
“Un tío mío me dijo hace mucho, mucho tiempo que morirse es dejar de respirar. En aquel entonces, le creí. Pero ahora sé que no es verdad. Vivir es algo más que respirar. Y morir tiene que ser algo más que dejar de respirar, supongo”.
Detrás de una premisa tan sencilla, que nos hace pensar en las típicas correrías de chavales, se desarrolla una historia tierna y profunda, con pasajes verdaderamente hermosos e ideas filosóficas que nos llevan a cuestionarnos la manera en que vivimos nuestra propia existencia.
¿Vivimos de verdad? ¿Aprovechamos nuestro tiempo? ¿Realmente apreciamos a aquellos que nos rodean? Estas son algunas de las preguntas que nos abordan durante la lectura de esta novelita que, a pesar de ser de una autora japonesa, se lee con rapidez y agilidad, por su lenguaje cercano, escenas sencillas y cotidianas, y diálogos bien desarrollados.
“-Quizá morir no sea tan raro. Al fin y al cabo, todo se muere –razoné, y Kawabe asintió-. Pero, aun así, me da miedo morir. ¿A vosotros no?
-Claro.
-Es raro. Si todo se muere, ¿por qué tememos tanto a la muerte? Lo peor es que no lo sabremos hasta que nos muramos”.
Normalmente, la novela japonesa suele chocar a los lectores acostumbrados a las letras españolas o anglosajonas, pero en esta ocasión, pasan desapercibidos los cambios, si no fuera por detalles como el sashimi o los futones, sentiríamos que se trata de una historia sucedida en cualquier pequeña ciudad de los alrededores.
Los personajes, principalmente los tres niños y el anciano, pero también un elenco de personajes secundarios y ambientales que confieren color a una novela repleta de matices, enamoran desde la primera página y nos recuerda la belleza que podemos hallar muy cerca, puesto que son tan reales como nuestros hijos, padres o vecinos.
En cuanto a la historia, más allá del tema de la muerte, nos encontramos con unos personajes faltos de cariño, cada uno a su manera, y el tema de la soledad cobra importancia según avanzamos en la lectura.
“Las gotas del jugo de la pera le corrían desde la muñeca hasta el codo, una tras otra. No sé por qué, pero me entraron ganas de llorar al ver a mi madre comiéndose aquella pera en la cocina. Tomé el cuchillo y empecé a pelar otra.
Antes de que nos diéramos cuenta, se había comido todas. No bebió más vino aquella noche”.
Los sentimientos están a flor de piel gracias a las historias y pensamientos de los personajes, quienes nos mostrarán su intimidad, sus miedos y anhelos.
“¿Aceptaré morirme si aprendo a hacer algo bien? Me gustaría encontrar algo así, algo que me permitiera morirme contento, incluso aunque no lo dominara del todo. No sé si vale la pena vivir si no encuentro nada”.
En un verano pueden pasar tantas cosas…, puede cambiar todo nuestro universo y, al mismo tiempo, poner la primera piedra para construir nuestro futuro.
“A mí me fascinaba la cantidad de información que había dentro de aquellos dos. Quizá sea divertido ser viejo, porque cuanto más viejo eres, más recuerdos tienes. Y aunque el propietario de esos recuerdos se muera, los recuerdos permanecen, flotan en el aire, se disuelven en la lluvia y penetran en la tierra. Y a lo mejor entran después en el corazón de alguien que pasa por allí. Quizá los recuerdos sean también traviesos y les guste hacernos creer que hemos estado antes en algún sitio, cuando en realidad es la primera vez que pasamos por allí”.
Además, la autora nos deja con una idea que me ha resultado conmovedora y esperanzadora. Se trata de la imagen clara, como sólo un niño puede tenerla, de que aquellos que nos han querido en vida, nos cuidan cuando dan el paso al otro lado. Un concepto tan seguro en su imaginario, que les quita el miedo, puesto que, ¿cómo vas a temer a un fantasma si otro te guarda las espaldas?
Una novelita que recomiendo fervientemente a todo tipo de lectores. Sí, lo habéis leído bien, la recomiendo incluso al público juvenil. Si por mí fuera, se leería en los coles. Ha sido uno de mis auto-regalos de Sant Jordi y estoy deseando tener un ratito libre para releerla.

Isabel del Río

Abril 2015