Hace unas noches
(con unas cuantas pausas por Max) vi La
ladrona de libros, basada en la obra de Markus Zusak, la cual me regaló mi
madre cuando fue traducida al castellano y no he dejado de recomendar desde
entonces.
Con esta película me ha ocurrido como con El
niño del pijama de rayas y El lector,
la película no puede compararse a la genialidad del libro, pero son fieles al
espíritu y el mensaje, y eso provoca que, hayas leído el libro o no, te
enamores en igual medida de sus personajes e historia.
Las tres novelas
narran la historia de un mismo horror. Algunos podrán decir que les cansa que
los escritores se ensañen en épocas y sucesos como estos, y en algunos casos es
cierto que resulta repetitivo, pero no creo que suceda con los tres títulos que
antes comentaba.
Cada uno trata
sobre una parte de ese horror con miradas distintas. El niño del pijama de rayas nos habla sobre la inocencia que
sobrevive más allá de la tragedia, la guerra y la maldad. El lector nos descubre de nuevo cómo en todo hombre (o mujer) hay
un monstruo, y cómo en todo monstruo hay un ser humano, pues sólo depende de
las decisiones que tomemos.
Y es
precisamente esta visión distintiva lo que hizo que me enamorara de La ladrona de libros desde un primer
momento, puesto que nos habla de la esperanza, ese rayo de luz justo cuando
creíamos que no era posible seguir adelante: cómo pueden haber sonrisas en los
peores momentos, cómo una persona puede disfrutar de las estrellas cuando el
resto se oculta de las bombas, o de las historias cuando los demás temen el
hambre, el frío o la represión. Cómo más allá de todo horror, la vida sigue.
Todas estas
obras nos hablan sobre una época que desearíamos borrar de nuestra historia,
pero que es parte de ella, nos guste o no (“Aquellos que olvidan su historia
están condenados a repetirla”), pero más allá de la tragedia, podemos ver lo
que sobrevive a ella.
Reseña en Los
libros de mi vida
Isabel del Río
Junio 2014