Su voz
al principio me llegó amortiguada por la somnolencia que me había causado la
imagen del libro, pero pronto los gritos de Tara se tornaron más estridentes,
hasta que sentí vibrar mis pensamientos. Algo que me enfureció.
No me
dio tiempo a recapacitar. Seguramente, si lo hubiera hecho, no habría tomado
una decisión tan estúpida y egoísta, pero ante el sonido que perforaba mis
oídos, aquella parte de mí que sentía continuamente hambre y asco de los
débiles seres que me rodeaban, dio dos brincos y se presentó ante la
horrorizada niña que retrocedió cayendo de culo al frío suelo.
Mi
mano, durante un momento ajena a mí, alzó a Tara por el cuello. La observé: su
rostro amoratándose por la falta de oxígeno y por la congelación que
transmitían mis dedos. Sentí la presencia de Lars, aproximándose con celeridad.
Apreté los dedos alrededor de aquel débil cuello y sonreí imaginando cómo de
tierna era su carne.
Supongo
que él debía llevar un rato ahí, llamándome, aunque hasta ese momento había
sido incapaz de oírle.
—Detente.
No eres una bestia, puedes vencer la sed.
Max
subió los últimos peldaños hasta donde yo me encontraba, hablaba casi en
susurros, con una voz melodiosa y calmante. En la puerta, los rasgos de Lars se
habían transformado en las azuladas y violentas líneas del Rak-Sak. Nunguno de
los dos se movía.
—Bethannie, déjala ir, por favor —dijo Max.
Me
centré en mis dedos de un blanco casi resplandeciente, como la nieve bajo el
sol, y después en el rostro de Tara, azulado y aterrorizado. La posé suavemente
en el suelo y me retiré, al tiempo que Lars, de nuevo con su aspecto humano, se
arrodillaba en el suelo para tomar entre sus brazos el cuerpecito de la niña.
—Ella
sólo quería saber si Joel estaba contigo —gruñó Lars atravesándome con una
mirada cargada de resentimiento por lo que acababa de hacer.
Pero el
odio de Lars a penas me afectaba, al igual que la tos contenida de Tara, que
trataba de tragar saliva y respirar. Sólo el nombre de Joel logró hacerme
responder y volver en mí.
—¿No
estaba con vosotros? —pregunté frotándome los ojos, despertando de un sueño que
no deseaba analizar.
—Desapareció
hace una hora, pensábamos que había salido en tu busca —respondió Lars.
Protegió a la niña entre sus brazos y esperó a que ésta se calmara y dejara de
temblar.
—No
hemos visto a ningún niño —dijo Max rompiendo el silencio que se había creado
entre nosotros.
—¡¿Y tú
quién eres?! Beth, ¿cómo has podido traer a alguien? ¡Es peligroso! —rugió
Lars.
—Sólo
es un humano —escupí—, incluso tú eres más fuerte que él. No hay peligro.
De un
salto bajé a por el carro y lo subí a hombros hasta el piso.
—Caliéntale
algo a la niña, le sentará bien. También hay ropa. Yo voy a buscar a Joel —dije
girando sobre mis talones y volviendo por donde había venido.
—Voy
contigo —dijo Max.
—Iré
más rápida si no he de proteger a nadie.
Los
ojos de Max parecían implorarme que lo llevara conmigo. Parecía preferir el
peligro a alejarse de mí, algo que no podía entender después de lo que había
presenciado.
—No
irás a ningún lado —atajó Lars rompiendo el juego de miradas que se había
creado entre nosotros—. Necesito que te quedes aquí, te serenes y restablezcas
la burbuja. Después yo mismo saldré contigo y lo encontraremos.
Negué
con la cabeza. No creía razonable lo que estaba diciendo. ¿Dejar a Tara y a Max
solos con la única protección de una burbuja? Quizá el frío no les afectaría,
pero ¿y los ojos helados que nos observaban desde la planta de acceso al
edificio, atravesándolo todo, sintiendo su calor…? Ese ya era otro tema.
—Me da
igual lo que creas Beth, no eres tan poderosa como te crees y aún has de
aprender mucho —aclaró Lars.
Nuestros
ojos se encontraron y pude sentirlo: él tenía razón. Yo podía ser más fuerte y
poderosa, pero él sabía muy bien cómo acabar conmigo si era necesario.
—Está
bien. Pero sólo una hora, lo justo para restablecer la protección. Después
saldremos en busca de Joel.
Todos
entramos al piso y yo cerré la puerta tras de mí, escuchando muy lejos, en un
pasado que no me pertenecía, la voz anciana de una Dama que me aseguraba que
nunca más daríamos con él; al menos no como le habíamos conocido hasta el momento.