@IsabelDlRio / @miransaya

domingo, 27 de enero de 2013

Nieve 20. Historia en blanco



A veces nos creemos invencibles y justo en ese instante, cuando estamos en la cima, ocurre algo que nos hace caer de las nubes y ver que no somos más que motas de polvo en el universo.
Por extraño que pueda parecer, estaba deseando ver a Lars, Joel y Tara una vez más. Algo había cambiado desde mi encuentro con Max y, casi imperceptiblemente, la calidez que daba por perdida se había abierto paso en un recodo de mi interior. El hambre seguía ahí, al igual que el deseo de correr por la nieve totalmente desnuda y olvidar cualquier preocupación, pero ahora había algo más, un sentimiento que había perdido de muy niña siendo aún humana, el amor de una familia.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Max cuando llegamos a la puerta de mi antiguo edificio.
En seguida se dio cuenta de su error, mis ojos chispearon ante lo que había sentido como una provocación y levanté el carro con una sola mano.
—¿De verdad crees que puedo necesitar tu ayuda?
Él sonrió y yo desee acompañarle, pero hice pucheros como una niña caprichosa y me di la vuelta para subir las escaleras con el carro a cuestas.
—Y estas personas que te esperan, ¿son cómo tú?
Max no había dejado de hacerme preguntas durante todo el camino: cómo había cambiado, quién era antes de la nevada, si sentía dolor, cuánta fuerza tenía, cómo hacía para moverme tan rápido… Era como si yo fuera una especie de ave rara y él un ornitólogo muy pesado.
—No exactamente —respondí deseando vibrar a mi velocidad normal y dejarlo atrás para descansar un poco de su constante parloteo—. Lars es algo así como un guardián. Creo que su misión es protegerme, aunque no entiendo cómo. Es débil, sentimental y autocompasivo.
—Vaya, pues no parece que le tengas mucho aprecio —se mofó él a mi espalda.
Medité mis palabras antes de pronunciarlas, cerré los ojos unos segundos y dije:
—La verdad es que Beth se sentía muy atraída por él, incluso se sentía segura a su lado, y eso que no habían pasado mucho tiempo juntos. Pero desde el cambio sólo percibo su debilidad, veo tiritar su falsa carcasa y cómo se asoman los rasgos afilados del Rak-Sak y eso… Bueno, digamos que no resulta atractivo.
—¿Rak-Sak? Esa palabra me suena de algo —musitó Max frotándose las manos con fuerza.
—Los hermanos, Tara y Joel son algo así como aspirantes —continué—. Tara tiene la semilla para ser una Dama de las Nieves y Joel su guardián, pero no quedan suficientes Damas como para transmitirle la lágrima de cristal.
Me volví para ver si Max estaba bien, pues de pronto se había quedado completamente en silencio. Éste sostenía un librito entre sus manos y pasaba las páginas con un deseo contenido casi enfermizo.
—…Rak-la-Sak —pronunció.
Al escuchar esa sílabas mi cuerpo volvió a vibrar hasta que un gemido de placer escapó de mis labios. Por fin me sentía libre. Max dejó ir el libro para taparse los ojos, cegados a causa del resplandor. Sus movimientos se me hacían tan lentos que tomé el pequeño volumen y lo ojeé antes de que Max pudiera cubrirse la vista. La imagen a lápiz de una bestia inmensa, parecida a un lobo, pero con unas garras y unos dientes imponentes, me hizo estremecer.
—Rak-la-Sak —susurré para mí misma antes de adecuarme a los latidos de Max y escuchar a Tara gritar mi nombre por el hueco de la escalera.