Lunes, 3 de noviembre de 2008
En Barcelona
Su
espalda contra la pared. Mi mano bajo su camisa. Le desato el sujetador con un
“clik”. Pero esta no soy yo. La sombra se divierte con Tánit y ella cree que
está conmigo, que estamos juntas, cuando en realidad estoy apagada, en segundo
plano… Debí apartarla de mí, no quería utilizarla de refugio, no quería que
fuera un juguete para sus juegos.
—Te
quiero Astrid —gime
Tánit cuando mi mano se hunde entre sus muslos.
—Yo a ti
—contesta
mi voz.
Una
sonrisa macabra se dibuja en mi rostro.
—¿Quieres
jugar? —digo
entonces.
—¿A qué?
—pregunta
sonrojada y con el corazón desbocado.
—Verás
cómo te gusta.
Mi otro
yo la ata a la cama. Sus manos están aferradas a los hierros y no puede
moverlos. Me siento sobre ella. Tánit ya no parece tan excitada, se está
poniendo nerviosa, no le gusta.
—Astrid,
estoy incomoda, ¿puedes soltarme?
—Sí
cariño —contesto
—, sólo
será un momentito.
Mis
manos agarran su cuello. Intenta pedir auxilio, así que mis labios se lo
impiden. Frenética, se mueve, se agita.
—Vamos,
sigue, sigue… Agótate —le digo al oído.
Mis
lágrimas ruedan por las mejillas frías de mi rostro. Tánit empieza a ponerse de
un color desagradable. Su cuerpo deja de moverse…
La
puerta de la entrada se cierra. Siento mis manos alrededor del cuello caliente
y sudoroso de Tánit. Vuelvo a ser yo, de nuevo estoy aquí. La desato y
compruebo si respira. Por suerte, sólo se ha desmayado. La tapo con una manta y
voy al baño. Tío Bernard me saluda, pero yo no puedo detenerme. Mis rodillas
chocan contra las baldosas. Mis codos se clavan en la cerámica del váter. Las
arcadas hacen que tío Bernard venga corriendo.
—Astrid,
¿estás bien?
Veo a
Tánit asomada a la puerta de mi habitación. Su mirada se cruza con la mía y lo
único que veo es terror en sus ojos. Sale corriendo y la puerta se cierra de
golpe. Tío Bernard se gira.
—¿Quién
estaba contigo? ¿Qué está pasando aquí?
Levanto
la vista y me limpio la boca con el dorso de la mano. No había nada en mi
estómago para sacar. Ella, la sombra, está volviendo.
—Laura
me dijo algo —musito.
Tío
Bernard tiene que aguzar el oído para entender lo que estoy diciendo.
—Dijo
que deseas aquello que no es tuyo, pero que no te atreves a tomarlo.
Sus
ojos se desorbitan. Creo que sí pasó algo entre ellos. Ahora no sabe cómo
reaccionar, la sorpresa y la rabia se mezclan en sus gestos.
—¿Era
Noa? ¿Has vuelto a estar con Noa? ¿Es eso?
—Me
acosté con Mario.
No, no,
no… ¿Cómo he podido decir eso?
La mano
de tío Bernard choca tan fuerte contra mi cara que caigo al suelo. Me quema la
mejilla y me retumba la cabeza.
—Astrid…
yo.
Se
arrodilla. Me tiro sobre él y le muerdo. Le hiero. Le araño el brazo, clavo mis
dientes en su cuello y mi lengua se enreda con la suya, ambos tirados en el
suelo del baño.
Ahora
es mi espalda la que está aprisionada contra las baldosas. Él demuestra una
pasión que nunca pensé que pudiera tener. Lloro, lloro de felicidad porque me
desea, porque no estaba loca al pensar que él pudiera amarme. Y entonces sus
risas se intensifican en mi mente, justo a tiempo para escuchar de los labios
de Bernard el nombre de mi madre.
Mi bota
golpea su boca y él recula con el labio partido. Me levanto y salgo corriendo.
Desesperada, trato de llegar a la puerta. Bernard me alcanza y me agarra del
brazo.
—Astrid,
no, por favor, no te marches. Lo siento, no sabía lo que hacía…
Se cubre
la nariz y la boca con la mano que le queda libre. Veo los cuchillos de cocina
y agarro uno sin darme cuenta. El filo se hunde con facilidad en su costado,
como si fuera mantequilla. Él me suelta y cae. Mi mano, manchada con su sangre,
suelta el arma. Las lágrimas ruedan por mis mejillas.
Salgo a
la noche. A la oscuridad. A donde pertenezco.