La realidad es aquello que queremos ver, no existen sólo blancos y negros en el horizonte.
Desperté de madrugada con el cielo aún oscuro, me había quedado dormida en el sofá mientras leía y ahora el cuello me mataba. Me dirigí a la cocina para prepararme un café, estaba atontada, pero no tenía sueño y quería aprovechar la mañana. Tosté un par de rebanadas de pan y me asomé a la ventana para ver amanecer. Entonces una mezcla de melancolía y horror se apoderó de mí al ver toda la ciudad cubierta de un espeso e inmaculado manto blanco. Nunca había visto algo así, ni siquiera en las pocas nevadas que habían cuajado décadas atrás la ciudad había adquirido una estampa parecida.
Encendí la televisión y busqué el canal de noticias 24h. Efectivamente, en el noticiario hablaron de la rareza del fenómeno de las nevadas, por lo visto no sólo la ciudad estaba cubierta de nieve, sino que la tormenta había llegado hasta las Islas donde el clima era benigno todo el año. En internet había comentarios de todo tipo y para todos los gustos, pero por algún motivo yo me sentía incómoda, no comprendía cómo los demás no se daban cuenta de que había algo espeluznante en la nieve que nos rodeaba.
De nuevo me asomé a la ventana para ver el mundo exterior, ese cuadro demasiado perfecto para ser real. En una ventana, edificios más allá, vi un rostro que también observaba la calle, pero su gesto estaba contraído, sus manos pegadas al cristal y, si me hubieran preguntado, habría jurado que estaba morado.
Desperté de madrugada con el cielo aún oscuro, me había quedado dormida en el sofá mientras leía y ahora el cuello me mataba. Me dirigí a la cocina para prepararme un café, estaba atontada, pero no tenía sueño y quería aprovechar la mañana. Tosté un par de rebanadas de pan y me asomé a la ventana para ver amanecer. Entonces una mezcla de melancolía y horror se apoderó de mí al ver toda la ciudad cubierta de un espeso e inmaculado manto blanco. Nunca había visto algo así, ni siquiera en las pocas nevadas que habían cuajado décadas atrás la ciudad había adquirido una estampa parecida.
Encendí la televisión y busqué el canal de noticias 24h. Efectivamente, en el noticiario hablaron de la rareza del fenómeno de las nevadas, por lo visto no sólo la ciudad estaba cubierta de nieve, sino que la tormenta había llegado hasta las Islas donde el clima era benigno todo el año. En internet había comentarios de todo tipo y para todos los gustos, pero por algún motivo yo me sentía incómoda, no comprendía cómo los demás no se daban cuenta de que había algo espeluznante en la nieve que nos rodeaba.
De nuevo me asomé a la ventana para ver el mundo exterior, ese cuadro demasiado perfecto para ser real. En una ventana, edificios más allá, vi un rostro que también observaba la calle, pero su gesto estaba contraído, sus manos pegadas al cristal y, si me hubieran preguntado, habría jurado que estaba morado.
Isabel del Río
Febrero 2012
Febrero 2012