domingo, 13 de mayo de 2012

Nieve 14. Estómagos fríos


Un día leí un artículo sobre unos jóvenes que pasaban años encerrados en sus habitaciones con el único contacto que les proporcionaba internet, una enfermedad que acababa con su cuerpo y mente, hasta robarles también el alma.
Mientras recordaba la historia de los hikikomori japoneses, me asomé al pequeño balcón de la cocina. Empezaba a ser insoportable para mí aquel encierro al que me sometía Lars. Según él, todavía no era lo suficientemente fuerte para proteger a los niños en el exterior, pero sentía cómo el tiempo se escurría entre mis dedos y, cada vez que pensaba en ello, un escalofrío me recorría el cuerpo. Sabía que las horas estaban contadas y que el reloj no pararía sus agujas por nosotros.
—¡Pero tengo mucho hambre! —gruñó Tara abrazándose el estómago.
Cerré la puerta de la cocina tras de mí y me detuve a contemplar la escena.
—Hace dos horas que has comido, acordamos que racionaríamos las provisiones —dijo Lars con dureza.
—¡Era una galleta! Y ayer noche sólo cenamos agua caliente con zanahoria… —El ímpetu de la niña se ahogaba al igual que sus fuerzas.
Busqué a su hermano con la mirada y lo encontré hecho un ovillo en el sofá. Desde que había visto a su madre, se había sumido en un estado de somnolencia que me tenía realmente preocupada.
—Iré a buscar comida —dije.
Lars se volvió hacia mí y negó imperceptiblemente con la cabeza.
—El calor se iría contigo, no puedo permitir que salgas hasta que…
—Estoy preparada. Puedo crear una burbuja de contención que os mantenga a salvo durante dos horas y para mí ese tiempo es eterno.
Sus ojos mostraron la confusión que mis palabras le habían provocado. No había sido capaz de hablarle aún de lo que había cambiado desde mi despertar, quizá en parte porque temía parecerle un monstruo. Incluso había estado compartiendo aquella repugnante comida con ellos, cuando lo único que deseaba en realidad era cazar.
—Siento no habértelo dicho, pero el tiempo no funciona para mí como para vosotros. Ese es el motivo por el que os cegué cuando regresé y por el que Joel se quemó la mano cuando me tocó.
Lars estaba confundido, alzó la mano para volver a decirme que no era seguro, cuando Tara se metió en medio.
—Déjala que vaya. Siempre dices que es la única que puede salvarnos y yo tengo hambre…—La niña miró con los ojos llorosos el cuerpo tembloroso de su hermano—. Tengo miedo de que muera como la abuela.
Él se hizo a un lado y miró por la ventana el mundo completamente blanco que me esperaba en el exterior.

—Dos horas —dijo.

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