@IsabelDlRio / @miransaya

lunes, 27 de febrero de 2012

A Misina


El ser más bueno y dulce que ha habido en mi vida llegó hace tres años tan pequeñita y cabezona que se ganó el mote de Gremlin sólo cruzar la puerta.

La primera vez que la vi ya quedé enamorada, diminuta e indefensa entre todos sus hermanos. Sólo había dos detalles que la diferenciaran a simple vista de los demás, las canitas que le cubrían el lomo y que cuando la tome en mis manos, en lugar de llorar, se me quedó mirando fijamente y maulló. Fue como si dijera: “Al fin llegas”.

Pasó por muchas etapas, desde en la que no podía dejar de seguirnos de un lado a otro y cruzarse entre nuestros pies, a la rebelde en que tomaba carrerilla y tiraba la tumbona sólo para demostrarme que ella era más chula que nadie.

Era especial, muy especial. Cuando llegaba a casa era la primera en venir a darme el parte con toda su charla a base de maullidos. Le encantaba estar junto a los libros y acompañarme mientras escribía o buscaba información por internet.

Siempre estaba ahí. Por las noches hacía de vigía, ya fuera a mis pies o en mi mesita de noche. Y cuando venía alguien a una sesión, trepaba a su lado y la husmeaba hasta encontrar el lugar idóneo donde colocarse y dar su calor.

Pero lo más importante es que era la mejor amiga y maestra que uno pueda desear, siempre atenta, siempre cariñosa y en todo momento con grandes enseñanzas de sencillez y amor. Ella sabía disfrutar de la noche en el alfeizar del salón, del sol en el balcón y de las cenas con amigos o familia, hecha una bolita bien cerca o en nuestros regazos.

Gracias por elegirnos Misina. Te queremos y siempre estarás en nuestros corazones. Hasta pronto.







27 de febrero de 2012

domingo, 26 de febrero de 2012

Nieve 06. La Dama de las Nieves




Muchos de vosotros pensaréis que no debería haber abierto la puerta, que algún detalle debería haber llamado mi atención y precipitado mi negativa. Pero me temo que si fuera así no estaría escribiendo esta historia.
Momentos después de la extraña revelación en el rellano de la escalera, tenía a cuatro individuos que no había visto en mi vida desperdigados por el salón. La anciana no dejaba de tiritar, con los labios tan morados que empezaba a pensar que se iba a quedar en el sitio. Los niños en cambio estaban tan campantes y estudiaban cada objeto, película y libro con ávida curiosidad. En cuanto al hombre que conocía mi nombre, a pesar de no habérselo facilitado, se había parapetado en una de las sillas del comedor y revisaba atentamente una libretita negra.
—¿Qué miras? —pregunté tratando de aproximarme a él y recabar más información.
—El plan —respondió resiguiendo con el dedo una lista de nombres, algunos de ellos en rojo.
—¿Plan? No entiendo.
—Sí, perdona —dijo moviendo la cabeza y llevándose la mano a la frente—. Soy un maleducado, he olvidado que aún no me conoces.
Se le había ido la olla...
—Mi nombre es Lars, ellos son Joel y Tara, en cuanto a ella —dijo señalando a la anciana—, es la última Dama de las Nieves.
Ahí ya no pude más y una risita incrédula brotó de mi garganta. De veras que intenté apagarla para no ofender a nadie, pero me fue imposible, ésta creció hasta convertirse en una auténtica carcajada.
—No esperaba que me creyeras, tampoco lo hiciste entonces.
Después de decir eso continuó como si nada y regresó a la lista sin prestarme atención.
—¿Pero vas en serio? ¿Crees que voy a tragarme esa chorrada? Bastante que vengas con eso de que ya nos conocíamos, ¿pero una Dama de las Nieves? ¿Tan tonta me crees? Puesto que os vais a quedar en mi casa agradecería un mínimo respeto.
Al instante los niños dejaron de husmear. La anciana se volvió hacia mí y me clavó una mirada tan intensa que sentí que se me helaba el alma.
—Lars no miente, nunca lo hace, y tampoco bromea —dijo Tara.
—Nos salvó y también lo hará contigo —continuó Joel.
La mujer no dijo una sola palabra, pero el frío se extendió por mi interior dejándome sin aire.
—¡Detente! —ordenó él saltando de la silla y sosteniéndome justo cuando perdía la conciencia.
Tras un gesto de desagrado, la anciana tomó una amplia bocanada y, junto con ella, yo recuperé el aliento.
—Siento que pases por esto otra vez, pero vas a tener que empezar a creerme. Llevamos mucho tiempo viajando y no podemos permitirnos otro retraso.

Isabel del Río
Febrero 2012

lunes, 6 de febrero de 2012

Nieve 05. Miedo



A veces no es tan buena idea enfrentarnos a nuestros miedos, pues éstos pueden devorarnos.
Si he de ser sincera, en mi fuero interno deseaba que nadie respondiera el mensaje. No me gustaban los extraños, a duras penas soportaba mucho tiempo a los conocidos, era un ser antisocial que necesitaba a los otros. Me entraba agobio sólo de pensar que alguien respondiera y me viera obligada a darle mi dirección o a salir de casa.
Mis peores temores se hicieron realidad en menos de media hora. Justo cuando ya empezaba a respirar tranquila, a pesar del frío que cada vez era más intenso, un mensajito entró en mi buzón. Me extrañó que no contestara públicamente, pero aun así o abrí: “Si necesitas ayuda estoy muy cerca, pero no vendré solo”.
El mensaje me dejó dubitativa. Cuando decía que no vendría solo, ¿a qué se refería exactamente? Por supuesto se refería a otros, pero eran conocidos suyos o quizá los mismos que habían escrito sus posts de auxilio. Espanté esa idea de mi mente, ya que muchos de ellos no estaban cerca ni por asomo. Me froté las manos en busca de calor y teclee mi respuesta: “Bien, seréis bien recibidos, traed todo lo que podáis para calentarnos, no tengo muchas mantas”.
Al momento me arrepentí. Iba a abrir mi puerta a unos desconocidos, ¿y si se aprovechaban de la debilidad que muchos estábamos demostrando durante esas horas para robar? Una imagen cruzó mi mente y la deseché, no quería pensar en eso ni por un segundo. Si venían con malas intenciones sólo robarían, me repetí como un mantra.
De pronto el timbre de la puerta arrasó con el silencio congelado y los aullidos del viento. Di un bote en el sofá y corrí hacia ella para ver quién había al otro lado. Un hombre de unos treinta con chaquetón largo negro, una anciana que tiritaba bajo una manta y dos niños ataviados con abrigos de montaña esperaban junto a la escalera.
—¿Qué desean? —pregunté sin apartarme de la mirilla.
El hombre se acercó hasta que pude ver claramente sus ojos de hielo.
—Tú nos has llamado, Beth.

Isabel del Río
Febrero 2012

viernes, 3 de febrero de 2012

Nieve 04. Solos

En la era de la comunicación estamos todos solos.
Llegado el mediodía ya no sabía qué más hacer para calentarme. Acurrucada en el sofá, con la estufa encendida, la manta eléctrica en los pies y cubierta con una manta y el edredón, veía como mi cuerpo perdía calor en forma de vapor blanquecino. Los cristales estaban empavonados y los chupiteles se formaban en el exterior. Las voces nerviosas de los niños que se habían librado de las clases por la nevada habían dado lugar al triste aullido del viento.
Decidí prepararme un té caliente y consultar la red en busca de alguien que pudiera dar explicación a lo que estaba pasando. Una vez instalada en mi nuevo centro de operaciones, encendí el portátil y busque la noticia por la red, así como foros donde se hablara de ella. La mayoría de la gente decía que pronto pasaría, que debía ser un frente frío, pero muchos otros hablaban de una situación catastrófica producida por el cambio climático. Ninguna de las dos opciones me satisfizo y continúe leyendo uno a uno los mensajes que habían entrado desde el día anterior con los primeros copos. Fue entonces cuando lo leí, un joven pedía auxilio por la red en varios posts, pero sus palabras fueron lo que me puso más nerviosa, “Es como si el frío estuviera vivo y devorara todo calor. Por favor, si hay alguien cerca, ayúdenme, ya no sé con qué calentarme”. El mensaje era de la mañana de la primera nevada.
Empujada por un pálpito continué buscando mensajes semejantes, y lo peor fue que los encontré, pero cada uno parecía más aberrante que el anterior. Una mujer que vivía cerca del puerto aseguraba que el mar se estaba congelando y que incluso la chimenea de su casa se apagaba cada vez que trataba de prender los leños; una muchacha decía que se había quedado atrapada en la universidad y que se había reunido con algunos profesores en la cafetería, donde todavía resistía el calor. Pero había algo en todas sus historias que me inquietaba sobre manera, quizá era algún tipo de paranoia colectiva provocada por el frío y la angustia, pero todos hacían alusión en sus últimos mensajes a seres queridos. Uno de ellos, el de un hombre que trabajaba en la seguridad de un hospital, decía “La he vuelto a ver, con el mismo gesto grave que la última vez. Creo que empiezo a delirar, mi hija continúa ahí afuera”.
Descolgué el teléfono y llamé a mi madre. A pesar de que nuestra relación había empeorado con los años hasta hacerse casi inexistente, en ese momento necesitaba saber que estaba bien. Cuando me dispuse a marcar el número, caí en la cuenta de que se había ido de vacaciones durante una semana para ver a los abuelos.
Desistí de llamar a nadie y volví al sofá para teclear en el muro un mensaje corto “Me estoy congelando y no tengo a nadie en la ciudad. ¿Hay alguien por aquí cerca?”.

Isabel del RíoAlineación a la derecha
Febrero 2012

jueves, 2 de febrero de 2012

Nieve 03. Una imagen blanca



La realidad es aquello que queremos ver, no existen sólo blancos y negros en el horizonte.
Desperté de madrugada con el cielo aún oscuro, me había quedado dormida en el sofá mientras leía y ahora el cuello me mataba. Me dirigí a la cocina para prepararme un café, estaba atontada, pero no tenía sueño y quería aprovechar la mañana. Tosté un par de rebanadas de pan y me asomé a la ventana para ver amanecer. Entonces una mezcla de melancolía y horror se apoderó de mí al ver toda la ciudad cubierta de un espeso e inmaculado manto blanco. Nunca había visto algo así, ni siquiera en las pocas nevadas que habían cuajado décadas atrás la ciudad había adquirido una estampa parecida.
Encendí la televisión y busqué el canal de noticias 24h. Efectivamente, en el noticiario hablaron de la rareza del fenómeno de las nevadas, por lo visto no sólo la ciudad estaba cubierta de nieve, sino que la tormenta había llegado hasta las Islas donde el clima era benigno todo el año. En internet había comentarios de todo tipo y para todos los gustos, pero por algún motivo yo me sentía incómoda, no comprendía cómo los demás no se daban cuenta de que había algo espeluznante en la nieve que nos rodeaba.
De nuevo me asomé a la ventana para ver el mundo exterior, ese cuadro demasiado perfecto para ser real. En una ventana, edificios más allá, vi un rostro que también observaba la calle, pero su gesto estaba contraído, sus manos pegadas al cristal y, si me hubieran preguntado, habría jurado que estaba morado.

Isabel del Río
Febrero 2012

Nieve 02. Muerte helada


Algunos dicen que el infierno debe estar congelado.
Cuando era niña odiaba la nieve, no era de esos críos que salen a toda prisa en cuanto ven caer el primer copo, yo me encerraba en mi habitación, a oscuras y rompía a llorar. No es que fuera una niña rara, sino que mi padre murió en una ventisca.
Recuerdo el día en que ocurrió. Mi padre nos había dejado semanas antes, yo culpaba a mi madre por su marcha y ella no hacía más que gimotear a escondidas sin comprender por qué lo había hecho. Aquella tarde salí de clase, me despedí de mis compañeros y busqué la merienda en las manos de mi madre, pero éstas permanecían vacías por mucho que yo esperase clavándole la mirada. Minutos después, cuando la entrada del colegio se había vaciado de padres y niños, ella habló. Sólo dijo cuatro palabras, las suficientes para destruir mi mundo infantil: “Tu padre ha muerto”. No pude comprenderlo, él se había marchado, pero iba a volver, o eso al menos pensaba yo. Ella se dio la vuelta sin un gesto de cariño ni palabras de consuelo, su rostro era completamente inexpresivo y su mirada estaba vacía. Alcancé a preguntar cómo, no sé muy bien por qué se me ocurrió, pero quizá necesitaba una explicación que me ayudara a entender las palabras de mi madre. “Congelado”, dijo ella sin volverse.
Pasaron años antes de que alguien me dijera realmente cómo había muerto mi padre. Durante una cena en familia, mi abuelo vio que el sentimiento de tristeza no terminaba de dejarnos ni a mi madre y ni a mí, y se me llevo a un lado. Según les había explicado el equipo de emergencias que había dado con mi padre, lo hallaron completamente helado dentro de la habitación que tenía alquilada. No encontraron explicación plausible, pero imaginaron que la tormenta de nieve de la noche anterior había tenido algo que ver.
Desde entonces esos copos blancos para mí vaticinaban el fin.

Isabel del Río
Febrero 2012

Nieve



Todo empezó con la primera nevada.
Donde vivo el agua helada no es algo normal, en invierno puede hacer tanto calor como en otoño e incluso primavera, pero ese día nevó. Al salir de clase los niños estaban emocionados, se tiraban bolas de nieve sucia que recogían de los capós de los coches. Yo preferí dar un paseo con el frio abrazándome y los sentimientos de alegría y rabia de quienes se cruzaban conmigo. Para algunos el agua helada era como un regalo mágico caído del cielo, mientras que para otros no era más que un inconveniente, un problema que la naturaleza nos enviaba para complicarnos nuestras tareas diarias.
En aquel momento para mi nada tenía mucho sentido, había perdido el trabajo y mi mal humor y apatía habían ido en aumento hasta alejar a mis amigos. Ahora me sentía sola e inútil bajo la nieve. Giré por una de las calles laterales que hacían de aquella zona del barrio una especie de panal y choqué contra él. Sólo me disculpé y continué mi camino sin rumbo, ni siquiera me fijé en su rostro, quizá si lo hubiera hecho todo lo que vino después se podría haber evitado.

Isabel del Río
Febrero 2012

miércoles, 1 de febrero de 2012

Alma de Gato de Ruth Berger



Hoy es el cumple de Miso. Ya hace 3 años que esta loca gatita negra entró en nuestras vidas y por ello os recomiendo un libro que hace honor a sus hermanos.

Para los amantes de los gatos, este es vuestro libro. Alma de Gato de Ruth Berger ya va por la segunda edición. En él podemos encontrar 78 historias de cómo estos hermosos e intuitivos felinos han influido en nuestras vidas. Entre sus páginas cobrarán vida los gatos de Freddy Mercury y Charles Dickens, además podremos leer las experiencias de personajes contemporáneos de todos los oficios que comparten las lecciones que sus amigos peludos les han regalado.