Lunes, 13 de octubre de 2008
En Barcelona
En Barcelona
Ya se van… La gente charla nerviosa y camina rápido, chocando unos con otros, dirigiéndose al tren. Sentados en la cafetería de la estación, tío Bernard y Ernesto, hablan e intentan compartir los últimos minutos que les quedan.
Mario sorbe su café pensativo, callado, me pregunto si siempre debe ser así, o sólo en mi presencia.
—Voy a comprar un Toblerone de los gigantes, ¿vale? —. Tío Bernard asiente.
Salgo del SelfService rápidamente, no aguanto más, necesito desahogarme. La librería-quiosco está en frente, busco un rincón fuera, un lugar donde no haya demasiada concurrencia y allí me dirijo. Tapándome la cara rompo a llorar, dejo que mi pena, mi dolor, salgan en forma de lluvia salada.
Oigo unos pasos tras de mí, su mano se posa en mi hombro. ¿Por qué me ha seguido?
—Vete…, vete… —digo débilmente —, pronto estaré bien. Ahora voy.
Pero él no va a irse, se quedará, hará preguntas, como hacen todos.
—¿Qué te pasa, Astrid?
Y así empieza, no es posible que no lo sepa, que me pregunte en serio qué me ocurre. Intentando contenerme, para que nadie note mi estado, mis dudas son arrancadas, mis pensamientos se hacen palabras sin desearlo.
—¿De verdad me preguntas qué me pasa? Te vas, y no es que no lo supiera…, pero ahora estaré sola, no volveré a verte. Lo sé, te olvidarás de mí…
Espero un silencio, en él sería lo más normal en una situación comprometida, callar, pero esta vez responde.
—No me olvidaré de ti… Siempre serás… Serás…
De nuevo las dudas. Mi corazón se encoge y mi estómago se retuerce: la pena y la rabia se hacen cada vez más fuertes. No quiero prestar atención a lo que hay dentro de mí, si lo hago no seré yo misma y ahora mismo me necesito. Le miro, ignorando las lágrimas que surcan mi rostro.
—Nada, ¿verdad? Desde ayer has sido incapaz de decirme nada…
Nos acostamos y después, tras unos minutos de silencio abrazados, se levantó, se vistió y salió por la puerta. Horas después, con tío Bernard y Ernesto ya en casa, él regresó y, sin decir palabra, se metió en el baño. Dijo que se había estado despidiendo de la ciudad…
—Podemos hablar por teléfono.
Esa es su respuesta a mi desconsuelo, una charla por teléfono. Supongo que fui sexo fácil. Siento la ira invadiendo cada rincón de mi mente, cada sentimiento hermoso que los ojos de Mario desencadenan en mí… Me lanzo contra él y le abrazo. No puedo dejar que “eso” me controle, no le odio, sé que no lo hizo por eso…
—Al menos dime que me quisiste entonces, sólo eso…
Necesito una prueba, sólo eso Mario, por favor, concédemela, no dejes que enloquezca del todo por lo que siento por ti.
—Sé que soy una cría, no quiero traerte problemas, pero para mí eres mucho más importante de lo que piensas. No quiero que seas mío ni ninguna estupidez de esas, pero tampoco quiero que hagas como los demás… —. Mis labios se mueven solos, mi corazón está siendo más rápido que la oscuridad que anida en mí; sinceridad, eso es lo que estoy escupiendo entre lloros —. No quiero ser de nuevo la pobrecita niña absurda y problemática. Te quiero Mario, pero no te pido que seas mío, sólo que me quieras como a una mujer, como una amiga… Ser algo para ti es suficiente.
Silencio. Finalmente lo he dejado ir. Mi orgullo, mi impermeabilidad al mundo, todo fuera.
—Astrid… -susurra correspondiendo mi abrazo -. Para mí eres importante, me has hecho sentir algo especial… Es verdad que tengo que pensar sobre todo lo que ha pasado, pero siempre serás “algo” para mí.
Algo, pero no un algo sin propiedad ni sentido, sino mi algo, nuestro algo; no tiene definición ni forma, pero tampoco la necesita.
Le observo. Desearía que me besara, sólo para recordar la calidez de sus caricias, para saber que sus palabras son verdaderas.
—Entiende que no podemos tener una relación normal… No es posible —. Mira hacia el bar, donde nuestros acompañantes siguen con sus batallitas —. Tu tío nos mataría. Pero siempre serás algo y no me olvidaré de ti.
Le quiero y eso no lo puede borrar nada, ni tío Bernard ni mi edad.
—Despídeme, por favor, no te va a ver, lo prometo. Ahora nadie te va a ver…
Una sombra espesa, fría, nos rodea. Sé que no debería hacerlo, “eso” sonríe, piensa que el pago ya vendrá. Él se acerca y me besa con ternura.
—Gracias —digo.
Me limpio la cara y respiro profundamente. Le cojo la mano y, con el gesto mudado, le arrastro como una cría boba hasta la tienda.
—El más grande de todos –digo en voz alta señalando un inmenso Toblerone.
Él ríe y lo coge de la estantería.
—Te voy a echar de menos —musito mientras paga en caja.
(Fragmento enlazado con el nº104 de Mario)
Esta entrada me recuerda, que tengo todos tus capítulos de Astrid (101), guardados en un mismo Word, que me tengo que poner a leer en cuanto tenga tiempo!!
ResponderEliminarNo creas que me he olvidado!!;-)
Un abrazo gigante amiga!!
Un abrazo Rebeka ^__^ Me encantará saber qué opinas de la historia (aunque en realidad continúa, pero no he escrito más, porque sigue con 18 años)
ResponderEliminarEspero que estés súper bien. ¿Qué andas leyendo ahora?
Un abrazo
Ahí ando...intentando calmarme y reconducir mi ansiedad.
ResponderEliminarAcabo de terminar "Quantic Love" de Sonia Fernández-Vidal, que fue un regalo de Reyes de mi "gurú" literario.
Y he comenzado con "La memoria de las hormigas" de Iolanda Batallé, regalo de Reyes de un ratón cazalibros que es un sol.
Pero voy poco a poco, hasta que mi cabeza vuelva a ser la misma ;-)
Abrazos infinitos!!
Dos autoras geniales y dos títulos muy apetecibles, aunque aún no ha llegado a mí el primero, no me lo desveles ;P
ResponderEliminarMe alegra que vayas avanzando en tu camino, si quieres hablar o cualquier otra cosa, aquí estoy. Ya lo sabes