Martes, 7 de octubre de 2008
En Barcelona
Las mañanas ya empiezan a ser frescas, pero con el sol van subiendo las temperaturas hasta resultar nuevamente agobiantes.
Veo a Tánit junto a Noa, esperan a que abran el instituto. No me ven, el resto de compañeros me ocultan al final de la rampa que sube hasta el edificio con aspecto de cárcel juvenil. Retrocedo. Todavía no he vuelto a clase tras el incidente, tras la discusión. Me visitaron en el hospital, es cierto, me lo dijo tío Bernard, pero desde entonces no he vuelto a saber de ellos. Sólo un par de conversaciones telefónicas con Noa para saber cómo estaba, nada más. De repente la mirada de Tánit se cruza con la mía y eso es suficiente para que salga huyendo de allí.
Camino por el barrio, perdida. Por ahora sólo los bares están abiertos, algunos comercios empiezan a desvelarse. ¿Y ahora a dónde voy? No quiero regresar a casa, no deseo quedarme sola, me temo, le temo… ¿Y si fuera a Babilonia? Seguramente allí estén todos, bueno, al menos tío Bernard y el viejo oso. Recibiré una reprimenda, pero no puedo enfrentarme a ella, todavía no.
Efectivamente, la librería está abierta, el cartel de color hueso con el horario de atención al público está con el lado en el que aparece un libro sonriente y despierto contra el cristal del escaparate.
La campanilla japonesa avisa, como siempre, de mi llegada. Las voces del segundo piso se apagan y tío Bernard se asoma. Está colorado, pero no parece sólo del enfado por verme allí en lugar de en clase.
—¿Qué haces aquí? —es lo primero que pregunta al llegar hasta mí, mientras baja las escaleras.
—Pensé que quizá necesitarais mi ayuda, Ernesto no conoce la librería y…
—Astrid —susurra por no gritarme, agarrándome bruscamente el brazo—, hemos hablado de esto muchas veces, no puedes faltar a clase siempre que quieras, tus notas cada vez son peores.
—Por favor…
Él me mira y me agarra la barbilla levantándome el rostro.
—No podemos seguir así —me besa en la frente—. No podemos, Astrid. Esto tiene que terminar. Necesito que seas fuerte, que te enfrentes a la vida.
Menudo sermón. Sé que lo hace porque me quiere, o eso dice Pepito Grillo, pero no puedo aguantar este tipo de charlas. Que enfrente la vida…, que discurso más bonito, puede que él no haya tenido una vida fácil, pero ¿acaso piensa que mi vida simplemente puede encararse y ya está?
—Lo sé —respondo agachando la vista, no quiero que vea que gran parte de lo que digo es mentira—, a partir de mañana iré a clase.
Parece satisfecho. Me peina colocando algunos mechones tras mis orejas.
—Está bien, entonces puedes quedarte, ya sabes qué hay que hacer.
Sube al piso de arriba y oigo como anuncia que estoy allí. Siguen hablando, pero con un tono demasiado alto, como si quisieran que les escuchara, como si intentaran demostrarme que no hablan de mí, y eso me dice qué era lo que estaban haciendo antes de que entrara por la puerta.
(Fragmento enlazado con el nº98 de Mario)
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