@IsabelDlRio / @miransaya

domingo, 22 de mayo de 2011

Astrid, capítulo 58: El oso y el náufrago


Domingo, 5 de octubre de 2008

En Barcelona

Tío Bernard me ha pedido que me arregle y me ha arrastrado al metro, trasbordo y hasta Sants Estació. Parece emocionado, nervioso, mira continuamente a la gente que sale de los trenes, aunque parece esperar uno en concreto. Le pregunto a quién busca, pero no contesta. Resoplo, gruño, pero me ignora. Finalmente decido darme por vencida y esperar, al fin y al cabo lo que tenga que llegar llegará.

Veinte minutos y al fin reconoce una cara entre la multitud. Levanta la mano con una gran sonrisa decorando su cara barbuda. Todavía no sé a quién saluda, hay tanta gente que prefiero esconderme tras la fuerte figura de tío Bernard, al menos ahí no me llevará la oleada de gente.

Todos hablan y caminan rápido, la mayoría de las conversaciones no las entiendo, ni me interesan, sólo quiero que nos encuentre “la sorpresa” y poder volver a casa. Rezo porque no sea Alicia.

Un hombre mayor, de aspecto bonachón pero desaliñado, se acerca a tío Bernard y se abrazan. Me recuerda al oso que Noa me regaló en el hospital, el que ahora descansa en el sofá de casa. Un hombre joven lo acompaña, es guapo, pero tal como mira a su alrededor no parece tener muchas luces. Está extasiado con la muchedumbre, sí, seguro, algo que a mí me asquea parece hipnotizarlo.

Hablan entre ellos, creo oír alguna frase en la que está mi nombre. El joven me mira, sus ojos brillan con un recuerdo vacío, un reflejo de algo que yo también soy. Durante un momento estoy a punto de sonreírle, pero una voz en mi mente me hace callar y girar la cabeza a tiempo de ser despeinada. Más frases inconexas y, al rato, tío Bernard me mira fijamente moviendo la boca. De mis labios sale un “Bienvenidos”. Busco los ojos del nuevo extraño, ese joven que no relaciono con peluches ni con fotografías viejas, intento pedirle ayuda, pero él me obliga a esbozar una sonrisa y parece que todo acaba ahí. Tío Bernard les indica hacia dónde tenemos que ir y me coge la mano.

Cabizbaja, camino entre la multitud y observo los andares de los nuevos visitantes. El viejo oso Ernesto y el joven náufrago Mario. Sí, un náufrago, eso me parece.

Subimos las escaleras mecánicas en parejas, tío Bernard va delante, habla con su viejo amigo, no les presto atención. Cerca de mí siento a Mario, su mano roza sin querer la mía y arranca un chillido a lo que hay en mi interior, ¿ha sido dolor o placer? Miro a aquél que ha perdido su navío y, efectivamente, su mirada está perdida, quizá por eso le guste la gente, todavía busca su pasaje a la felicidad, aunque el pobre no sabe que personas como nosotros no lo encontramos tan fácilmente.

(Fragmento enlazado con el nº96 de Mario)

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