Martes, 26 de agosto de 2008 (9.30h)
En Barcelona
Les observo. Tío Bernard le ha preparado un té y se han sentado en la mesa del segundo piso, uno frente al otro.
—Espera abajo, Astrid. Atiende a los clientes, si aparece alguno.
Una palmadita en el hombro y una sonrisa. Desaparece escaleras arriba con el hombre de aguas cambiantes.
Media hora ha pasado, tío Bernard habla más que el extraño. No me gusta.
Oigo susurros desde que ha puesto sus pies, su alma, en Babilonia. Tres voces, luchando, tratando de imponerse; una es más fuerte, ésa me da escalofríos. No comprendo lo que me dicen, pero sé que tiene que ver con él, tienen que ver con las pesadillas en las que aparece el niño. El niño, sus ojos y el río.
Ahora bajan.
—Astrid, te presento a Joan, nos ayudará unos días con la tienda —Tío Bernard lo señala.
Él me busca, espera mi aprobación. Sonrisa forzada cubre mi rostro. Joan se acerca, me da dos besos, helados, ardientes…, dolor en mis pulmones, la corriente me arrastra, la negrura me absorbe, unas manos me rescatan y de nuevo aquellos ojos. Los murmullos más fuertes se han impuesto en mi mente.
—¡Ayúdame, ayúdame! —grito.
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