@IsabelDlRio / @miransaya

lunes, 13 de abril de 2009

Astrid, capítulo 34: 13




Domingo, 27 de abril de 2008

En Barcelona


La campanilla japonesa repiquetea como tantas otras veces ha hecho, pero hoy es un día especial.

No ha habido sorpresas ni canciones en la oscuridad, lo prefiero así, quiero ver sus caras, sus nervios, quiero formar parte de todo, de los preparativos, de la celebración.

El pastel de Blanca luce perfecto, con la capa de chocolate negro brillando bajo las luces de Babilonia. Noa, plantado junto al mostrador donde chisporrotean las velas de colores, estira su camisa incómodo.

—No hacía falta que te engalanaras —digo sonriente dándole un beso cariñoso en los labios.

Él se sonroja.

—No quería quedar mal —contempla el vestido largo de tirantes color de lilas que llevo puesto.

—La señora Valette insistió —explico —, dijo que los 13 no es una edad cualquiera.

La fiel campanilla avisa de la llegada de los invitados. Tío Bernard, con pantalones de traje y camisa negra, entra a la librería cargado con dos bolsas llenas de paquetes envueltos en llamativos colores. La señora Valette le sigue agarrada a Blanca, ambas vestidas con sendos trajes de falda y chaqueta, la primera de verde esmeralda, la segunda de azul marino. Finalmente, con una larga coleta rubia pendulando a su espalda, llega Alicia, segura y elegante, enfundada en un vestido vaporoso de color rojo; tío Bernard y ella ya no están juntos pero, a pesar de eso, ella sigue persiguiéndole, quizá esperando que recobre el interés.

Finalmente ya estamos todos.

Siento como me estrujan en intensos abrazos, como me besan las mejillas y la frente, como me estiran las orejas contando y riendo. Sus felicitaciones llenan la estancia forrada de libros.

Ya están todos, todos aquellos que forman mi nueva vida: Noa acercándome el pastel; tío Bernard, alto y apuesto, de pie ante mí con una amplia sonrisa adornando su semblante; la señora Valette estirándome del brazo emocionada, susurrándome al oído "sopla y pide un deseo, hija"; Blanca esperando con la cámara en alto, con su índice pegado al botón, lista para disparar; Alicia balanceándose impaciente junto al que fue su prometido; y la sombra, aquel ser atroz y deforme, de largos brazos y grandes garras de oscura bruma, antinatural y terrible, de ojos profundos e hirientes, me contempla expectante desde la esquina derecha que da al escaparate. Definitivamente, no falta nadie a la fiesta.

Cierro los ojos, pido un deseo y las velas se apagan.


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