viernes, 30 de enero de 2009

Astrid, capítulo 31: Te presento a Alicia

Jueves, 3 de abril de 2008

En Barcelona

Aguardo junto a la escalera que sube al segundo piso con la mochila a mis pies. Tío Bernard cuenta el dinero de la caja antes de salir a comer; se acerca Sant Jordi y el público está más interesado en la lectura.

Noa me ha acompañado hasta Babilonia y, tras quedar con tío Bernard para abrir más tarde, se ha ido a comer con Blanca.

Le contemplo mientras, serio y con sus nuevas gafas de metal negras en la punta de la nariz, cuenta los billetes y apunta la cantidad en una libretilla que reposa junto a la caja registradora. Vuelve a tener ese aspecto desaliñado, de nuevo la barba de pocos días le cubre el rostro y, ahora, con las gafas medio caídas, parece un anciano. Sonrío, seguramente eso es lo que desea, parecerme un anciano.

—En seguida estoy, un momento —dice guardando en sobres diferentes los fajos de billetes: azules, rosas, verdes,… casi parece el Monopoli —. Tendremos que pasarnos por el banco.

—“No problemo” –respondo alegremente.

El martes, tras la justa reprimenda de Noa, fui capaz de enfrentarme a mis fantasmas. Es cierto que en parte mentí a tío Bernard, le dije que no le quería de ese modo, que me había confundido, pero ahora todo es mejor. Él casi vuelve a ser el mismo conmigo, aunque vigila mucho cuando se acerca a mí o me habla, pero ahora creo que todo puede volver a la normalidad, que podemos ser una familia.

La campanilla canta, melodiosa, interrumpiendo mis pensamientos de “fueron felices y comieron perdices”. Me dirijo a la puerta decidida y, sin mirar siquiera quien entra, digo de forma mecánica:

—Lo siento, estamos cerrados, volveremos a abrir a las cinco y media, si no le es molestia vuelva más tarde.

Pero ella no me escucha. Una mujer alta y esbelta, segura en sus zapatos de tacón de aguja negros, con un suéter demasiado ajustado como para poder respirar y una larga trenza rubio platino, se abre paso dejándome a un lado y se acerca a tío Bernard sonriente.

—Lo sentimos, pero como le ha dicho mi ayudante estamos cerrados —musita tío Bernard guardando los sobres en el bolsillo interior de su americana.

—Hola cariño —responde ella a los avisos de clausura —, ¿no vas a darme un beso de bienvenida?

Tío Bernard levanta la vista y la observa aturdido. Se quita las gafas repasándola de arriba abajo y se sonroja.

—Alicia, ¿cuándo has vuelto? —pregunta sin decidirse muy bien por qué expresión es la más conveniente en esos momentos.

—Esta mañana —responde —, y he querido venir a verte en cuanto he podido, amor.

Se aproxima a él insinuante y le besa en los labios, él no se resiste hasta que su mirada da conmigo, que sigo estupefacta junto a la puerta abierta, y la separa bruscamente; ella parece contrariada.

—¿Te he presentado a mi sobrina? —pregunta arrastrándola hasta mí cogiéndola por la mano —Alicia —dice señalándome con su mano libre —, esta es Astrid, mi sobrina y mi hija adoptiva —sus ojos tallados en lapislázuli se abren como platos y sus pupilas se dilatan —. Astrid —esta vez la señala a ella —, esta es Alicia, mi prometida.

Siento que unas uñas de hielo recorren mi columna aferrándose a mi nuca, a la vez que una masa caliente trepa de mi estómago a mi garganta y mi corazón lucha por salirse de mi pecho. No sé que cara habré puesto, pero dudo que mucho mejor que la de ellos.

—Encantada —dice acercándose y plantándome dos besos con perfume a azahar.

—Igualmente —respondo con mi mejor sonrisa de espejo.

domingo, 25 de enero de 2009



¡¡Llegir en cas d'incendi
cambia de emisora!!
Ahora podréis escucharnos cada miércoles a las 23.00h
en 104.6 FM
o bajando los programas desde:
http://llegirencasdincendi.obolog.com/


domingo, 18 de enero de 2009

Astrid, capítulo 30: Dolorosa realidad


Martes, 1 de abril de 2008

En Barcelona

Desde la corona de Afrodita arrojo cantos al vacío, caen surcando la cascada falsa y chocan contra la superficie del agua arrancándole lágrimas multicolores.

Contemplo a la gente desde allí. Una pareja está sentada en el mismo banco donde pensé que todo podría ir bien, que podría llevar una vida normal y feliz.

—Oiga, oiga –la voz de un obrero me devuelve a la realidad —. No debería estar aquí, esto está cerrado.

Me disculpo y trepo la valla por la que una hora antes me he encaramado. El trabajador, de tez morena y ojos grandes y oscuros, vestido de manera descuidada y desaliñada, y con un casco amarillo en la mano izquierda, me tiende amablemente su mano derecha para ayudarme a bajar.

—¿Qué hacía aquí? —pregunta con un acento extranjero que no acabo de identificar.

—Recordando —respondo —. Muchas gracias, no volverá a pasar.

Bajo los escalones de piedra gris contemplando la mañana, las vistas, la luz despertando a los monstruos de piedra, bañando el lago y sus barquitas blancas de líneas rojas; el parque cobrando vida.

La pareja del banco ahora está en el quiosco recién abierto, comprando dos cafés para llevar. Él paga y la agarra por la cintura mientras ella lleva los vasos de papel quejándose, sonriente, de cuánto queman; él la besa.

—Así debería ser —me digo a mí misma —, tu no puedes ser normal ni para eso.

Ya llevo cinco días sin ir a clase. Llamé diciendo que estaba enferma y nadie pareció dudarlo. Bernard y yo apenas nos hablamos: hola y adiós, ¿cómo estás?, atiende a ese cliente,… sólo eso. Tampoco he sabido nada de Tánit desde el martes pasado, aunque no es que le haya dado una oportunidad para hablarme.

Sigo caminando por las calles, sin rumbo, tengo todo un día por delante, horas que malgastar antes de aparecer por Babilonia como si todo fuera bien.

Durante un rato todo está tranquilo, en calma, pero al saludar el Sol desde lo alto, iluminando los altos edificios de la ciudad, robando destellos de cristal a sus ventanas, los turistas y visitantes toman cada centímetro de metrópolis, riendo, hablando, gastando,…

Compro un bocadillo en una Bocatta y lo como sin dejar de vagar, perdida por las viejas callejas con hedor a orín, sin ver los escaparates, sin observar qué ocurre a mi alrededor. Ya ni siquiera comemos juntos, últimamente él se queda en la librería y yo digo que comeré en el instituto.

Igual que la mañana había llegado se va, y la tarde, más oscura, más húmeda y gris, inunda cada rincón haciéndome sentir todavía más melancólica.

Empujo la puerta y escucho a la alegre campanilla japonesa: "¿Dónde has estado?" tintinea. No miro al frente, me muevo de forma mecánica, saludo con la cabeza a Bernard y entro en la trastienda. Dejo mi mochila en el suelo, un peso muerto, un bulto que sólo cargo como tapadera.

—Hola Astrid, ¿piensas decirme dónde pasas todos los días? —murmura Noa a mi espalda.

—Pensaba que no te habías dado cuenta —respondo —. ¿Por qué no se lo has dicho a Bernard? —pregunto.

—¿No es obvio? —se coloca a mi lado, hombro con hombro, susurrando hacia la pared —Ha ocurrido algo, no estoy seguro de qué, pero ya sabíamos que algún día pasaría, esta situación tenía que explotar tarde o temprano, ¿no, Astrid?

Me giro hacia él. Está muy serio, contempla la pared con ojos inexpresivos.

—Sé lo que sientes —explica —, por mucha rabia que me de soy consciente de ello, pero tienes que superarlo, no por mí, ni por Bernard, sino por ti misma —al fin frente a frente, su mirada gris es como una bofetada de cordura —. Es tu tío, no puede ser, por mucho que le quieras —bajo la cabeza, tiene razón, pero duele —. Deja de huir de tu propia vida y enfréntala, me costó mucho entenderlo, pero nadie lo hará por ti —apoyo mi mejilla contra su piel caliente, siento palpitar su yugular, “pom-po-pom, pom-po-pom” —. Yo estaré aquí, soy tu amigo, siempre que me necesites aquí me tendrás, pero tienes que volver a ser tu.

Asiento, las lágrimas empapan el cuello de su camiseta negra.

—Te quiero Noa —musito entre sollozos.

—Y yo a ti Astrid —responde abrazándome.

Astrid, capítulo 29: Tropezando una y otra vez


Martes, 25 de marzo de 2008

En Barcelona


"Martes. Fin de Semana Santa y de nuevo a clase.

Hoy me encontré con Tánit en el recreo. A pesar de ir al mismo curso no coincidimos en clase, así que no pude verla hasta las once. Le di una hoja con mi opinión escrita a mano y ella se la guardó sonriente mientras me invitaba a que la acompañara en el almuerzo.

—Veo que Noa no te habla demasiado —dijo —. ¿Habéis discutido?

—Es más complicado que eso —respondí.

Al principio me pareció una chica sosa, alguien que no debía tener nada en común conmigo, pero ahora me sentía cómoda a su lado, podía ser yo misma sin que me mirara mal ni buscara nada a cambio.

— ¿Es por lo de que sólo sois amigos? —preguntó con sorna.

—No —estaba segura de que no era eso lo que le alejaba de mí —, tiene que ver conmigo, pero no con nosotros.

—Ya… -sonrió —Pues debe ser algo muy feo para que no quiera hablarte.

—Mi tío dice que necesita tiempo —sus ojos brillaron bajo la montura azul marino. — ¿Qué ocurre? —pregunté.

Tánit es muy chismosa, no es que no pueda confiarle un secreto, por ahora no la he visto contar cosas mías a nadie, ni me ha explicado rumores sobre otros, pero quiere saberlo todo sobre todos, no hay detalle que se le escape.

—Has dicho “mi tío” —comentó.

—Sí, ¿y?

—Pues que nunca dices “mi tío” —se ajustó las gafas empujando el puente con el índice derecho —, le llamas Bernard.

Pensé en ello. Era cierto. Las náuseas, reclamando mi atención hacia pecados cometidos pocos días antes, retorcieron mi interior y me rugieron las tripas.

— ¿Qué ha pasado? —me interrogó.

—Nada, simplemente le he llamado así, en definitiva es mi tío —dije nerviosa.

—A mi no me engañas —respondió inquisitiva —, algo ha pasado, te está ocurriendo algo y no me lo quieres contar.

Molesta, sintiéndome acorralada, me levanté de golpe y la miré con la vista turbada.

— ¡Pues sí, no quiero contártelo! ¿!Qué pasa?¡ ¿Hacemos un trabajo juntas y ya te crees mi mejor amiga? Deja de meterte en asuntos ajenos —grité furiosa.

Algunos compañeros que oyeron mi arrebato nos observaban sorprendidos. Tánit se sonrojó, se puso en pie y salió corriendo; creo que estaba llorando. Después de seguir su trayectoria todas las miradas se clavaron en mí, sus ojos me acusaban con toda la razón, me sentía indefensa pero eso no me daba derecho a hablarle así. Unos metros más allá Noa también me observaba, hizo un gesto de negación con la cabeza y caminó con paso rápido hacia donde Tánit había desaparecido."

—Todo lo estropeo —pienso en voz alta cerrando el diario y dejándolo en el cajón de la mesilla —, mejor que esté sola.