Viernes, 14 de marzo de 2008
En Barcelona
Doblo la esquina del papel azul, corto un trozo de celo,… estiro el lazo amarillo con el filo de las tijeras, lo fijo con la pegatina de la margarita y voilá. Examino el paquete: por un lado doblado de una manera, por el otro de otra, un trozo de celo doblado y mal enganchado.
—¡¡Argggg!! —gruño mientras arranco el papel y lo destrozo en tantos pedacitos y tan pequeños que parecen confeti.
—Este es el tercero —apunta tío Bernard escribiendo una dedicatoria en la postal con un gran 17 en la portada.
—Tiene… que ser… perfecto… —refunfuño volviendo a recortar otro trozo de papel del tamaño exacto.
—Estás muy guapa con esa faldita, ¿quieres que a Noa se le salgan los ojos de las órbitas? —sonríe y me guiña un ojo.
Yo me sonrojo y sigo a lo mío.
Ayer me pasé la tarde de compras con tío Bernard, creo que me pasé un poco, pero como es incapaz de decirme que no… necesito más disciplina. Ahora mi armario está repleto: tres pantalones, dos faldas, dos vestidos, tres chaquetillas, cinco camisetas de manga larga y seis de verano, dos pares de zapatos, un chaquetón y una vaquera,… y por si eso fuera poco encontré una tienda increíble de complementos, así que ahora tengo unos aros plateados, unos pendientes con brillantitos verdes y unas mariposas granates que llevo ahora mismo puestas, además de un gorro de punto y una bufanda roja.
Ya que estábamos allí y la tarjeta de tío Bernard echaba humo compramos también el regalo de Noa: una sudadera negra con un lobo gris en la espalda que seguro le encantará.
¡Poc, Poc, Poc!
Alguien pica a la puerta. Tío Bernard se levanta y abre. Colorada, algo avergonzada, la madre de Noa saluda con un pastel gigante tapando la mitad de su cuerpo.
— ¿Es aquí la fiesta? —pregunta.
Tío Bernard sonríe y coge el pastel dejándolo en la cocina.
—No, es en Babilonia, pero luego bajaremos, allí está Noa.
Ella asiente y aparta la mirada.
—Les debo una disculpa —musita —. Les traté muy mal y ustedes sólo cuidaron de mi chico, lo siento mucho Sr. Lázaro.
—Bernard, por favor —dice cogiendo las manos de la mujer.
Ella le mira a los ojos y se le encienden las orejas; tío Bernard es un hombre muy apuesto y jovial que suele causar esa impresión en las mujeres.
—En ese caso llámenme Blanca —se acerca a mí y se arrodilla —. Lo siento Astrid, siento por lo que te ha hecho pasar mi familia. Mi hijo te quiere mucho y sé que eres una buena chica.
—No pasa nada —respondo —, todos podemos equivocarnos.
Mi respuesta parece desconcertar a Blanca; sonríe con delicadeza y vuelve junto a tío Bernard para explicarle de qué es el pastel y preguntarle si hemos preparado algo para comer.
—Esperad aquí la señal —susurra tío Bernard antes de llegar a la puerta de Babilonia.
Blanca se río algo nerviosa con una bandeja de bocadillos y una bolsa de regalos colgándole de la muñeca.
Pasan cinco minutos, diez… y a los quince las luces de la tienda se apagan.
—Ahora —digo cargando con el pastel y moviéndome lentamente para que las velas no se apaguen.
Pateo la puerta, la campanilla japonesa nos da el tono y empezamos a cantar.
—¡¡Cumpleaaaañooos feeeliiiz… Cumpleeaaañoooos feeeeliiiiz… —me parece ver una forma que sale de la trastienda, debe ser tío Bernard —Te deeseeeeaaaaamos toodoooos… —Noa está quieto al final de la sala en penumbra, seguramente sorprendido, debía estar colocando libros cuando se ha ido la luz —Cuuumpleeaaaañoooos feeeeliiiiiz!! —me detengo antes de llegas hasta él, apartándome para que tío Bernard pueda hacerle una foto mientras sopla las velas —Venga Noa, pide un deseo —digo riendo.
—Vendrá, se acerca, y cuando llegue una rama no será tu escapatoria —murmura.
— ¿Qué? —Digo confundida —Vamos tonto, no te enfades, sopla.
—Astrid, ¿pero qué haces? —oigo la voz de tío Bernard tras de mí.
Me doy la vuelta, las luces se encienden. Noa, junto a Blanca, me contempla atónito.
— ¡¿Cómo!?
Siento algo helado que trepa desde mi estómago. Lentamente giro la cabeza, pero mis ojos sólo se encuentran con el vacío.