Sábado, 23 de febrero de 2008
En Barcelona
Querido diario,
No sé que se supone he de hacer contigo, la psicóloga del instituto dice que es bueno que hable sobre mi día a día, que escriba las cosas buenas que me pasan, que medite sobre mis problemas, y descubra quién soy. Yo creo que no son más que un montón de sandeces, pero bueno, tío Bernard ha insistido mucho, te ha comprado, y se debe haber gastado un buen picotazo al juzgar por la pequeña tienda exclusiva de libretos forrados en piel y cosidos a mano, y plumas y bolígrafos de diseño donde te encontró, así que mejor que te saque partido.
Quizá debería presentarme, sería lo suyo, por educación, no sé hacia quien, pero se supone que he de pensar que hablo con alguien, así que:
Mi nombre es Astrid Lázaro Agreda y tengo 12 años. Mi madre me ha abandonado por un hombre engreído, forrado en billetes, que no me soporta. Mi padre se colgó del roble del jardín de casa, pues estaba demasiado asustado para seguir viviendo.
Ahora vivo con tío Bernard, cualquiera pensaría que es demasiado joven para encargarse de mí, pero abandonó sus estudios a los 19 años para cuidar de mi abuelo con alzeimer y de la librería familiar, así que me siento en buenas manos, aunque al principio fuera reacia a creerlo.
La verdad es que, a parte de todo lo anterior, de mis temores, y el hecho de que me odien en el instituto, estoy bastante bien ahora. »
Dejo un segundo la pluma apoyada en el mostrador y contemplo a una mujer que ha cogido el ejemplar de La Isla del Tesoro de R. L. Stevenson ilustrado a mano y, a pesar de ser una verdadera rareza, lo ojea como si se tratara de una revista barata. Por suerte tío Bernard también la ha visto y, con su blanca sonrisa y sus cálidas maneras, consigue que deje en su lugar el ejemplar y la conduce, con paso torpe pero seguro, hasta los cuentos infantiles.
«La verdad es, querido diario, que tío Bernard me malcría, me da todo lo que quiero o, mejor dicho, todo lo que cree que puedo desear. Ayer por la noche, a pesar de que yo rechacé la oferta el día anterior, insistió en que Noa, mi nuevo y único amigo, se quedara a cenar. Comimos pizza y jugamos al Scattergories, tío Bernard ganó una partida, en el resto arrasé yo; poco se imaginan que mi libro preferido era la enciclopedia y que, para desgracia de mi padre que prefería leerme relatos heroicos y leyendas, le obligaba a explicarme unos cuantos términos y personajes cada noche antes de dormir.»
—Astrid —me interrumpe tío Bernard —, siento molestarte, pero me gustaría saber si mañana estaremos solos —Se frota las manos nervioso.
—Sí, claro —respondo sorprendida. Todos los domingos, desde que vine a Barcelona, los he pasado con él. Es nuestro día.
—Sólo quería asegurarme, no querría ser inoportuno si has quedado con Noa… —explica dejando el nombre de mi amigo suspendido en el aire, estudiando mi reacción.
Niego con la cabeza dando a entender que “nada de eso”. No sé que debe pensar de Noa, pero creo que le da demasiada importancia.
«Querido diario, he de ir despidiéndome, veo que han entrado dos clientes más, uno ha subido al piso de arriba y, hasta que tío Bernard aprenda a multiplicarse, tendré que atenderlo.
P.D.: Tío Bernard quiere hablar mañana conmigo y parece importante.»