Jueves, 14 de Febrero de 2008
En Barcelona
El resplandor del sol colándose entre las cortinas amarillas y viejas me deslumbra y desvela. Miro el reloj, es hora de levantarme, tengo que desayunar y anoche no preparé los libros: mates, historia e inglés. Oigo a tío Bernard en la cocina, abre la nevera, creo que debe estar cogiendo la leche, tropieza con el banquillo que hay junto a la mesa, gruñe en susurros y llena dos tazas. Abrazo la almohada, está caliente y huele a pelo sucio, me arrimo a la punta que aún sigue fresca. Sobre el papel a rayas verdes y lavanda de la pared la luz se mece, bailando, haciendo divertidas formas, como miles de hadas revoloteando. El despertador suena, le propino un manotazo, no se calla. Me levanto y doy al pequeño botón que tiene en la parte de atrás, había olvidado que éste no es el de mamá. Salgo al pasillo y vislumbro a tío Bernard, mal peinado y con barba de tres o cuatro días, colocando una taza a cada lado de la mesa. Entro en el baño. Mi cepillo de dientes, el que me compró mi tío en el supermercado de al lado de la estación el día en que llegué, está en un vaso de plástico con ositos marrones, el suyo reposa en uno de vidrio, igual que los de la cocina. Me lavo los dientes y la cara. Vuelvo a mi habitación. Abro el armario, pero no hay nada colgado en él, miro mi maleta en el suelo, la vieja bolsa de deporte de mi padre, dentro mis cosas están apiladas y arrugadas, mi ropa y Capry, mi peluche de color mostaza. Me pongo lo primero que cojo y cerrando la puerta de golpe me dirijo a la cocina.
—Buenos días Astrid, ¿has dormido bien?
Intenta ser amable, me repito, no grites, él no tiene la culpa de que mamá se retrase.
—Bien —respondo.
Un plato de tostadas calientes decora el centro de la mesa rectangular y blanca de la cocina.
— ¿Ha llamado mamá?
Tío Bernard no contesta, bebe un sorbo de su café para concederse unos segundos.
—Sí, perdona, llamó ayer por la noche, pero estabas durmiendo y…
Continúa justificándola, pero yo sé que no llamó, hacía noches que podía oírle roncar, días que no podía dormir hasta que llegaba el amanecer.
Me levanto y salgo de la cocina, tío Bernard me sigue.
— ¿Quieres que te acompañe a clase Astrid?
Niego con la cabeza.
—Vamos, es tu primer día en esa escuela.
—Sé ir sola, no te preocupes, ya no soy una niña pequeña, tengo 12 años y sé cuidar de mi misma.
Camino decidida hacia la salida, sintiendo el peso de la mochila tirando de mis hombros hacia atrás, encorvando mi espalda de manera anormal. La puerta se cierra tras de mí a tiempo de oír a mi tío susurrando entre dientes:
—Sí eres una niña, Astrid.
Cuando giré la esquina me di cuenta de mi equivocación: había olvidado los libros de clase. En la mochila sólo llevaba unos tomos de la tienda de mi tío, pero ya no iba a volver atrás, no para que creyera que necesitaba ayuda.