Lunes, 3 de marzo de 2008
En Barcelona
Noa cada día está más raro. Hoy ha aparecido en el instituto con todo el pelo de punta, parecía un puerco espín, y llevaba tanta gomina que me daba miedo que uno de esos compañeros que fuman como trenes a vapor le prendiera fuego y saliera en llamas del edificio como una gran cerilla humeante.
—Hola Astrid, ¿qué te parece? —me preguntó en el recreo, sonriéndome, gesticulando de forma extraña y arrimándose a mí.
—Bueno, bien supongo, si te gusta —no debería haberle dicho eso, pensaba que sólo las chicas se volvían medio locas cuando no sabían si un peinado les quedaba bien o un pantalón les hacía el culo gordo, pero me equivocaba.
— ¡¿Cómo!? No te gusta, ¿verdad? ¡Joder! Si ya decía yo, una hora me he pasado —refunfuñón se quedó mirando sus zapatillas al menos dos tallas más grandes; sus pies siempre me han recordado a un dibujo animado, como los de Mikey Mouse.
—Pero no me hagas caso, hombre. ¿Qué puedo saber yo de peinados? Si voy vestida con ropa enana y vieja, y me corté el pelo con unas tijeras de la librería —le di un golpecito en el brazo, como esos que suele darme él cuando quiere animarme, pero eso pareció ser todavía peor.
Sin mirarme, sin decirme a dónde iba, salió corriendo. Al cuarto de hora volvió con todo el pelo mojado y chafado contra la cara, los hombros de su sudadera gris mojados.
— ¿Por qué lo has hecho? —le pregunté.
— ¿Y tú por qué crees? —me dijo enfadado. No me habló más, todo el recreo sin dirigirme la palabra.
Esta tarde tampoco ha pasado a verme por la librería.
— ¿Y Noa? —pregunta tío Bernard dejando dos Dokios junto a mis deberes.
—No lo sé, hoy parecía enfadado —le explico.
— ¿Os habéis peleado? El otro día también le noté molesto —comenta él. La verdad es que tiene razón, lleva unos días que no le reconozco.
—No, no nos hemos peleado… —me quedo pensativa.
—Bueno, tranquila, eso pasa, son males de amor —dice riendo y abriendo uno de los paquetes —. Ya que él no se lo come, merendaré.
— ¿Cómo que males de amor? —pregunto algo irritada.
—Pues eso, sois novios, ¿no? —me mira con sus grandes ojos marrones y su boca manchada de chocolate.
— ¡No, no lo somos! —digo casi gritando, pero, ¿por qué grito? ¿Por qué me molesta tanto?
—Oh, perdone usted, pensaba que salíais juntos, entonces ¿sólo sois amigos?
Asiento, no sé qué contestarle. Mi tío sonríe, creo que sabe exactamente que me pasa por la cabeza. Me da un beso en la frente manchándome de cacao y baja al piso de abajo a atender a un cliente.
—Límpiate la boca —le digo antes de que desaparezca por las escaleras.
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