miércoles, 28 de mayo de 2008

Astrid, capítulo 12: El paquete morado

Domingo, 2 de marzo de 2008
En Barcelona

«Y después de la niebla el Sol inundó cada rincón de la umbría ciudad iluminando, como si fuera una señal, el cartel bailarín de hierro negro y madera de roble en el que rezaba Babilonia con letras doradas góticas».
El diario empieza a llenarse, ¿eh? Dice sonriente tío Bernard recorriendo con la yema de su dedo índice las últimas palabras que he escrito haciendo que la “s” de “góticas” se alargue y difumine Lo siento se disculpa poniéndose rojo por su fallo.
Tranquilo, le da un aire más antiguo me río —. Aunque ya no lo estoy escribiendo como un diario, más bien son historias le explico —, las aventuras de una chica llamada como yo.
Me despeina. Parece que ya se ha acostumbrado a mi nuevo peinado y le gusta, la verdad es que yo también me siento cómoda con mi nuevo look.
Bueno, no quiero distraerte de tus manuscritos futura Premio Planeta, pero me he encontrado con una de nuestras clientas, la señora Valette, y ha insistido en que te diera esto, que era para ti dice tendiéndome un paquetito envuelto en un pañuelo de seda morado.
Con cuidado, cautelosa e intrigada, desato el lazo negro que lo sujeta y desnudo un mazo de cartas algo viejas y roídas.
¿Qué es? le pregunto sin haberlas examinado todavía.
Creo que es una baraja de tarot dice Noa que se ha añadido a la conversación como una aparición —, mi abuela tenía barias de estas, si quieres puedo traerte un libro que explica cómo tirarlas.
Sigo mirando la baraja, sin mover una sola carta, me recuerda al libro de El Principito, abandonado en mi mesilla, sin ser abierto ni leído porqué en su interior hay un mensaje al que todavía no me puedo enfrentar.
Vamos apremia tío Bernard —, la señora Valette ha dicho que tienes “luz”, aunque no sé que quería decir se ríe —. Échamelas a mí.
No sé hacerlo digo sobando esos trozos de cartón con figuras, colores y números romanos.
Mi abuela decía que era por intuición y que no necesitabas saber el significado de cada carta explica Noa haciéndose el entendido —. Haz una prueba.
Dejo el lazo y el pañuelo en la mesa y empiezo a barajarlas. Un hormigueo, entre un molesto cosquilleo y unas dolorosas punzadas, empiezan a recorrer mis dedos, mis manos y mis antebrazos. Respiro profundamente tratando de calmar aquella sensación, debe ser una reacción nerviosa. Me concentro en el rostro de mi tío, en sus ojos de crema de café, en sus labios color caramelo, ahora libres de barba.
Deja que corte tu tío, que saque cinco cartas y después haces una cruz indica Noa.
Tío Bernard corta aguantándose la risa y después elige cinco cartas al azar. Yo las coloco en forma de cruz.
El problema o asunto Noa indica la carta de en medio —, pasado señala la que queda a la derecha —, presente indica la de la izquierda —, sorpresas u obstáculos señala la de arriba —, y conclusión.
Las levanto una a una: la primera es La torre; la segunda es el Cinco de copas; la tercera es La luna; la cuarta Los enamorados; y, finalmente, la quinta es La muerte. Tío Bernard se queda serio y pálido observando la última carta.
Tranquilos, tranquilos dice Noa intentando calmar a mi aparentemente asustado tío —. Mi abuela siempre me decía que La muerte no es tan mala, habla de cambios, de dejar una vida a tras y emprender una nueva, o algo así… se rasca la cabeza esperando haber aclarado las cosas.
Yo observo los dibujos: el hombre y la mujer cayendo de una torre destruida por un rayo; el hombre encapuchado alejándose tristemente de unas copas volcadas en el suelo; los lobos aullando a una luna reflejada en un río turbio; la pareja cogida de las manos bajo un arco de flores blancas; y el esqueleto cubierto por una túnica, armado con una guadaña y montando un corcel blanco. No sé sus significados, nunca las había visto, no puedo entenderlas, pero algo sube desde mi estómago, mareándome, las sienes me palpitan violentamente, tengo mucho calor,… la carta de los enamorados me quema en las manos, la suelto y cae haciendo un sonido extraño, como una rama al romperse,…

¡Estira! ¡Maldita cría! ¡Estira! mamá agarra sus piernas con fuerza, sus ojos parecen inyectados en sangre, aún me duele la mejilla, la marca de sus dedos arde en mi piel.
Me cuelgo de sus zapatos marrones, sus favoritos, el cuello de papá cruje, yo caigo al suelo con uno de sus zapatos en las manos. Un crujido más fuerte, sordo y sonoro, y su cuerpo, como un saco de patatas, cae a mi lado junto con la gruesa rama del viejo roble del jardín. Mamá tiene el serrucho en la mano, me observa mientras aprieta el mango y sus nudillos se vuelven muy blancos. Otro bofetón en la cara, en el mismo sitio, después una patada en el estómago, me retuerzo mirando los ojos ensangrentados y sin brillo de papá. No, aquel ya no es papá.
¡Levántate ya, maldita niña consentida! Obedezco Vigila el cuerpo, voy a llamar a una ambulancia, a la policía,… me grita. Al alejarse le va echando miradas, como si fuera a moverse.
No puedo llorar, me duele, pero mis lágrimas están secas. Un extraño sonido, como algo arrastrándose por la hierba, llama mi atención, sus dedos tocan mis pies descalzos.
Siempre serás mi princesa, mi estrella, mía… sus labios muertos hablan sin vida, sin palabras, sin sonido.

Astrid, Astrid, ¿estás bien?
Golpeo la mano que está sujetándome la barbilla, acariciándome. Chillo hasta que siento sabor a sangre en mi boca. Tío Bernard me observa sin saber qué decir, Noa tiene los ojos desorbitados y parece atemorizado.
Yo… trato de disculparme, pero la verdad es que no estoy muy segura de lo que ha ocurrido.
¿Qué te ha pasado? pregunta Noa Tía, ¿estás bien?
Voy a devolvérselas ahora mismo dice tío Bernad, su rostro es duro y severo, recoge la baraja y la guarda dentro del pañuelo.
No cojo su brazo —. No las devuelvas, las cartas no tienen la culpa.
Él me mira, está muy preocupado, teme que vuelva a enfermar, o quizá algo peor.
Por favor ruego.
Accede, siempre accede, siempre me hace caso. Me consiente, me mima, nunca me niega nada. Noa nos observa, sigue pálido.
Tengo que irme, mi madre me ha dicho que hoy no llegue muy tarde –se excusa. No suele dar motivos, nunca da excusas, hace las cosas y ya –. Nos vemos mañana en clase.
Vale respondo.
Golpea la puerta con rabia al salir. Tío Bernard continúa mirándome, yo sigo agarrándole el brazo. Sus ojos brillan, de forma diferente, debe estar preguntándose qué ha ocurrido, para qué quiero las cartas, pero no lo sé ni yo misma. Me las devuelve.
Está bien, quédatelas, pero si te ocurre algo más se las devolveré a la señora Valette.
Asiento dándole un beso en la cara, huele a aftershave y champú de hierbas.
Hoy yo hago la cena.
Se sienta complacido. El pequeño paquete morado queda silencioso sobre la mesita del café, justo en aquella esquina donde días antes una sombra me rozó.

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