martes, 29 de junio de 2021

EL DIFUSO LÍMITE ENTRE REALIDAD Y FICCIÓN

Cuando me invitan a charlas o a impartir algún taller de escritura, suele surgir la misma pregunta: ¿De dónde nace la inspiración? ¿Cuál es el origen de las historias que escribo?

Todos podemos imaginar que parte de esa inspiración nace del bagaje del escritor, es decir, de los libros que ha leído, las películas y series que ha visto, de las historias que ha escuchado por boca de otros…

Pero más allá de estas influencias, lo que hace única la obra de cualquier artista, sea en literatura o en otras disciplinas, son las vivencias subjetivas, aquello que nos convierte en quiénes somos y por lo que nuestros personajes y temas recurrentes son los que son.

Yo me baso en el mundo onírico, en sueños y pesadillas, pues soy una soñadora lúcida y recuerdo la mayoría de locuras que me pasan por la cabeza.


La extrañeza es otra de mis musas. La capacidad de asombro que tenemos de niños nunca me ha abandonado y veo magia allí donde miro, porque es inherente a nuestra realidad y va más allá de los límites impuestos por la lógica de nuestra época y sociedad.

Me baso en un mundo de posibilidades sin barreras porque he crecido rodeada de fantasía y, en el transcurrir de los años, no la he olvidado. Puede que esto haga un poco estrambótico el vivir conmigo, pues no me extraño si me parece percibir un elemento no-reconocido en el bosque y pido permiso a los espíritus de un lugar antes de acceder a él. Pero, más allá de mis rarezas personales, creo que todo ello me ofrece una oportunidad de creación, la posibilidad de hablar de un mundo a nuestro alcance que no siempre estamos dispuestos a percibir.


EL SEÑOR DEL VIENTO nació con un viaje, con la misma escena que podéis leer como inicio de la novela, sólo que mi pareja era quien conducía y yo la que vislumbró la cabeza del león. El pueblo, las bocas en la montaña, el santuario y las estatuas de Fox y de Doug existen. De hecho, incluso tengo una fotografía de Psilo.

Fue un viaje extraño que debía permitirme descansar. En lugar de eso, en cuanto llegamos, me vi perseguida por imágenes y sucesos extraños. No podía dormir, así que empecé a escribir.


Al segundo día, mi pareja me subió al coche y arrancó el motor, alejándome de allí. De regreso, una melodía vino a mi mente, después una canción que no dejé de canturrear hasta finalizar el libro y, como si el hechizo se hubiera roto, cuando teclee las últimas palabras, pude volver a dormir.

Los límites entre la ficción y la realidad, entre la magia y la lógica, se quiebran en todas mis historias. Un hilo común las mantiene unidas con una telaraña invisible a ojos inexpertos —o demasiado “adultos”, rígidos y dados a la norma—, un cosmos que puede adivinarse a través de los distintos relatos y sus personajes, con guiños de un libro a otro, de un mundo al siguiente; unidos están Nico, de EL SEÑOR DEL VIENTO, con Carrie, Anne y Neil, de ROJO SOBRE NEGRO, y Marina, James y Lara, de LA CASA DEL TORREÓN, como unidos estamos todos sin que percibamos los lazos y causalidades que nos mueven.

 

Isabel del Río

Febrero/Junio 2021