lunes, 6 de febrero de 2017

Reseña de “Piel de Lobo” de Lara Moreno

Reseña de “Piel de Lobo” de Lara Moreno

TÍTULO: Piel de Lobo
AUTOR: Lara Moreno
EDITORIAL: Lumen

SINOPSIS
Dos mujeres, dos hermanas, dos personajes complejos enfrentados a sus contradicciones que comparten un mismo pasado del que es mejor no acordarse.
Un viejo caballito de plástico blanco y azul espera a las dos hermanas cuando entran en casa del padre, un hombre solo que murió hace un año, dejando tras de sí pocos recuerdos y algunas manchas de café en el mantel. Sofía y Rita han venido al pueblo para recoger lo poco que queda de aquellos años en que eran niñas y pasaban los veranos allí, en el sur, cerca de la playa.
Rita, tan esbelta ella, tan hermosa, tan lista, parece dispuesta a despachar el asunto y volver a lo suyo, pero Sofía sabe que esa casa será el refugio donde ella y Leo, su niño de cinco años, van a instalarse para curar un desamor que la ha dejado sin fuerzas. Allí se quedan madre e hijo, paseando esa nueva vida por las calles donde se abren las primeras sombrillas, masticando arroz y fruta limpia, intentando imaginar un futuro que tenga sabor.
¿Y Rita? Rita se va pero vuelve porque hay recuerdos que queman y el rencor pide paso. Finalmente, encerradas en esa casa que parecía muerta, las dos hermanas nos van a contar una historia dura, algo que nadie quería saber, un secreto del que quizá sería mejor olvidarse, y que solo la buena literatura sabe rescatar para que ese dolor, esa rabia y la ternura que de repente asoma sean también nuestros.

OPINIÓN
Piel de Lobo llegó a mí a través de la recomendación de uno de los miembros del Club de Lectura que organizo en La Font de Mimir. Había leído el libro y le parecían increíbles ciertos sentimientos y reacciones que se narraban en la novela, así que nos pidió una segunda opinión; como hombre quería el feedback de las mujeres. Y lo escogimos para comentarlo en la siguiente sesión.
“Sofía ya está entregada a la pantomima, nota un regustillo en las plantas de los pies, qué suerte tiene, son una familia unida que se compadece a sí misma (…)”.
He de ser sincera, la voz principal, la de Sofía, me ha caído mal desde el inicio y sólo al final la he rescatado, comprendiendo su poso amargo, empatizando con el asco a sí misma, a su muda impotencia ante los sucesos. Sentía en ella una máscara y una indiferencia hacia los demás, un egoísmo hedonista que me causaba antipatía. Además, algunas de las situaciones me han producido revulsión, especialmente las que tienen que ver con la maternidad y fraternidad ausente; el niño que busca y no encuentra; la necesidad maternal de ser mártires ante una situación escogida de antemano; el hermano mayor que se cree héroe y responsable del pequeño, pero que se comporta como el pequeño a pesar de ser el mayor.
“Mi hijo me pregunta quieres jugar conmigo y le digo siempre espérate un momento, espérate que estoy haciendo cosas, espérate una infancia porque ahora no puedo, ahora. Yo quisiera poder pero no puedo. De pronto me erijo como una madre, solo me levanto de la tierra cada mañana como una madre y durante un día entero busco la manera de distraerme de eso: el abandono de mi pareja, el abandono de mi hermana, la muerte de mi padre, la huida de mi madre, mi propio abandono”.
Lara Moreno posee una narrativa clara y concisa, que nos adentra en la psique y el universo emocional de los personajes. Logra que nos removamos y algo haga “crack” en nuestro interior durante la lectura. Ya sea por reprobación o reflejo, no pueden pasarnos inadvertidos. Demasiado reales, desnudos y crudos.
“Con qué lisura convierte el verdugo a la víctima en cómplice”.
El desamor, el sexo, la amistad, la maternidad, la soledad… Todos estos temas se encuentran en sus páginas como una excusa para relatarnos algo anterior, algo primordial y orgánico en la vida de las protagonistas: la relación, o falta de ella, entre las hermanas.
“Sofía casi nunca toca a su hermana, igual que casi nunca su hermana la toca a ella, y de pronto el tacto de su mano sobre la rodilla picuda le hace daño. Rita aparta muy levemente la pierna, y quedan solo dos dedos de Sofía sobre su piel, unos dedos con uñas pintadas de rosa palo, es raro que Sofía se haya pintado las uñas, es raro tener sus dedos tan cerca”.
Los personajes que se dibujan en un inicio como mártir y libre, débil y fuerte, se van mostrando más adelante como lo que realmente son: cambiantes e intermitentes como la marea, cada una con sus altos y bajos, con sus secretos, traumas y deseos.
“Se imagina que Leo no estuviese en su habitación dormido y ella pudiese vestirse, cerrar la puerta de la casa, salir de noche, ejecutar algún baile, buscar un hombre (…). La vida le debería estar permitida”.
La autora aprovecha la historia de una mujer recién separada que escapa a la casa de su infancia con su hijo de cinco años, para hablarnos de algo más complejo que el fin de una relación y el duelo en este impass vital: la infancia y sus secretos, la familia y la permisividad, todo aquello que nos arranca de la inocencia y nos marca para siempre, convirtiéndonos en quiénes somos en la edad adulta.
“Un niño de cuatro años, su cara aún redonda, su barriga suave, sus rodillas leves. Pero en aquel momento yo también era una niña, algo mayor que mi hermana, pero una niña. Y la inmediatez no es aliada de la perspectiva”.
Es una historia protagonizada por mujeres en la que se nos revelan sus pensamientos más íntimos e inconfesables, pero no por ello es una novela sólo para mujeres, pues éstos se muestran en relación al mundo que las rodea, a las relaciones que establecen, al resto de mujeres de su vida y a los hombres que, de un modo u otro, la transmutan.
“Qué difícil es ahondar en este punto: qué desea uno, de verdad qué desea, ahora, en este momento, limpiamente, sin la carga adicional de las circunstancias”.
El dolor como motor de cambio, como bofetada que nos despierta, como empujón hacia la realidad de nosotros mismos.
“Era libre, cómo lo veo ahora de claro. Pero yo me sentía tan atada, tan manipulada. No por él, mi niño, no era eso, nunca he sentido un reproche hacia él, aunque quién sabe, quizá él se los haya tragado todos…”.
Esta es una novela fácil de leer, pues la autora ha sabido imprimirle ritmo y agilidad, con un lenguaje cercano y de calle, sin diálogos complejos ni descripciones sobrecargadas. El mundo tal cuál es para los ojos de quiénes viven en él. A pesar de ser una lectura rápida, es de digestión lenta por los temas tratados, tanto en primer plano como entre líneas.
“Ha sacado sus pocos libros y sus lápices y está tirado en medio del salón, en el suelo, mirándolos, pintarrajeando, aburrido. Y tiene hambre. Y su madre no está muerta porque sigue roncando con ese silbido de serpiente, pero no se ha movido”.
El final se gesta a lo largo de la novela, se hace evidente, excepto para Sofía que, como ya he comentado al inicio, vive en su propio mundo, en un globo que explota con la verdad que nunca quiso ver ni escuchar.
“(…) qué tonta eres, me dice, eres muy tonta, y yo le digo por qué no me has llamado, y ella me responde, dejé la puerta abierta, solo tenías que entrar”.
¿Hasta dónde llega nuestra indiferencia? ¿Hasta dónde nuestras responsabilidades? ¿Por ser hermana, madre, hija, esposa tenemos alguna obligación real? ¿Es la empatía un deber para con la familia?
“(…) ¿no había señales suficientes?, ¿no iba el lobo vestido con su flamante piel de lobo, hosca y dura piel de lobo, jamás lobo disfrazado de cordero, lobo siempre con su lomo erizado, no aullaba el lobo a la luna delante de todos, nos enseñaba sus fauces con descaro?”.
Recomendada a lectores capaces de ver más allá de los tabúes y las etiquetas sociales. Para quienes quieran ahondar en las emociones femeninas y en los silencios con demasiada historia.

Isabel del Río

Diciembre 2016