lunes, 4 de febrero de 2013

Nieve 21. Gritos de cristal



Su voz al principio me llegó amortiguada por la somnolencia que me había causado la imagen del libro, pero pronto los gritos de Tara se tornaron más estridentes, hasta que sentí vibrar mis pensamientos. Algo que me enfureció.
No me dio tiempo a recapacitar. Seguramente, si lo hubiera hecho, no habría tomado una decisión tan estúpida y egoísta, pero ante el sonido que perforaba mis oídos, aquella parte de mí que sentía continuamente hambre y asco de los débiles seres que me rodeaban, dio dos brincos y se presentó ante la horrorizada niña que retrocedió cayendo de culo al frío suelo.
Mi mano, durante un momento ajena a mí,  alzó a Tara por el cuello. La observé: su rostro amoratándose por la falta de oxígeno y por la congelación que transmitían mis dedos. Sentí la presencia de Lars, aproximándose con celeridad. Apreté los dedos alrededor de aquel débil cuello y sonreí imaginando cómo de tierna era su carne.
Supongo que él debía llevar un rato ahí, llamándome, aunque hasta ese momento había sido incapaz de oírle.
—Detente. No eres una bestia, puedes vencer la sed.
Max subió los últimos peldaños hasta donde yo me encontraba, hablaba casi en susurros, con una voz melodiosa y calmante. En la puerta, los rasgos de Lars se habían transformado en las azuladas y violentas líneas del Rak-Sak. Nunguno de los dos se movía.
 —Bethannie, déjala ir, por favor —dijo Max.
Me centré en mis dedos de un blanco casi resplandeciente, como la nieve bajo el sol, y después en el rostro de Tara, azulado y aterrorizado. La posé suavemente en el suelo y me retiré, al tiempo que Lars, de nuevo con su aspecto humano, se arrodillaba en el suelo para tomar entre sus brazos el cuerpecito de la niña.
—Ella sólo quería saber si Joel estaba contigo —gruñó Lars atravesándome con una mirada cargada de resentimiento por lo que acababa de hacer.
Pero el odio de Lars a penas me afectaba, al igual que la tos contenida de Tara, que trataba de tragar saliva y respirar. Sólo el nombre de Joel logró hacerme responder y volver en mí.
—¿No estaba con vosotros? —pregunté frotándome los ojos, despertando de un sueño que no deseaba analizar.
—Desapareció hace una hora, pensábamos que había salido en tu busca —respondió Lars. Protegió a la niña entre sus brazos y esperó a que ésta se calmara y dejara de temblar.
—No hemos visto a ningún niño —dijo Max rompiendo el silencio que se había creado entre nosotros.
—¡¿Y tú quién eres?! Beth, ¿cómo has podido traer a alguien? ¡Es peligroso! —rugió Lars.
—Sólo es un humano —escupí—, incluso tú eres más fuerte que él. No hay peligro.
De un salto bajé a por el carro y lo subí a hombros hasta el piso.
—Caliéntale algo a la niña, le sentará bien. También hay ropa. Yo voy a buscar a Joel —dije girando sobre mis talones y volviendo por donde había venido.
—Voy contigo —dijo Max.
—Iré más rápida si no he de proteger a nadie.
Los ojos de Max parecían implorarme que lo llevara conmigo. Parecía preferir el peligro a alejarse de mí, algo que no podía entender después de lo que había presenciado.
—No irás a ningún lado —atajó Lars rompiendo el juego de miradas que se había creado entre nosotros—. Necesito que te quedes aquí, te serenes y restablezcas la burbuja. Después yo mismo saldré contigo y lo encontraremos.
Negué con la cabeza. No creía razonable lo que estaba diciendo. ¿Dejar a Tara y a Max solos con la única protección de una burbuja? Quizá el frío no les afectaría, pero ¿y los ojos helados que nos observaban desde la planta de acceso al edificio, atravesándolo todo, sintiendo su calor…? Ese ya era otro tema.
—Me da igual lo que creas Beth, no eres tan poderosa como te crees y aún has de aprender mucho —aclaró Lars.
Nuestros ojos se encontraron y pude sentirlo: él tenía razón. Yo podía ser más fuerte y poderosa, pero él sabía muy bien cómo acabar conmigo si era necesario.
—Está bien. Pero sólo una hora, lo justo para restablecer la protección. Después saldremos en busca de Joel.
Todos entramos al piso y yo cerré la puerta tras de mí, escuchando muy lejos, en un pasado que no me pertenecía, la voz anciana de una Dama que me aseguraba que nunca más daríamos con él; al menos no como le habíamos conocido hasta el momento.