@IsabelDlRio / @miransaya

martes, 1 de enero de 2013

Astrid, capítulo 73: El monstruo que hay en mí


Lunes, 3 de noviembre de 2008
En Barcelona

Su espalda contra la pared. Mi mano bajo su camisa. Le desato el sujetador con un “clik”. Pero esta no soy yo. La sombra se divierte con Tánit y ella cree que está conmigo, que estamos juntas, cuando en realidad estoy apagada, en segundo plano… Debí apartarla de mí, no quería utilizarla de refugio, no quería que fuera un juguete para sus juegos.
Te quiero Astrid gime Tánit cuando mi mano se hunde entre sus muslos.
Yo a ti contesta mi voz.
Una sonrisa macabra se dibuja en mi rostro.
¿Quieres jugar? digo entonces.
¿A qué? pregunta sonrojada y con el corazón desbocado.
Verás cómo te gusta.
Mi otro yo la ata a la cama. Sus manos están aferradas a los hierros y no puede moverlos. Me siento sobre ella. Tánit ya no parece tan excitada, se está poniendo nerviosa, no le gusta.
Astrid, estoy incomoda, ¿puedes soltarme?
Sí cariño contesto , sólo será un momentito.
Mis manos agarran su cuello. Intenta pedir auxilio, así que mis labios se lo impiden. Frenética, se mueve, se agita.
Vamos, sigue, sigue… Agótate le digo al oído.
Mis lágrimas ruedan por las mejillas frías de mi rostro. Tánit empieza a ponerse de un color desagradable. Su cuerpo deja de moverse…
La puerta de la entrada se cierra. Siento mis manos alrededor del cuello caliente y sudoroso de Tánit. Vuelvo a ser yo, de nuevo estoy aquí. La desato y compruebo si respira. Por suerte, sólo se ha desmayado. La tapo con una manta y voy al baño. Tío Bernard me saluda, pero yo no puedo detenerme. Mis rodillas chocan contra las baldosas. Mis codos se clavan en la cerámica del váter. Las arcadas hacen que tío Bernard venga corriendo.
Astrid, ¿estás bien?
Veo a Tánit asomada a la puerta de mi habitación. Su mirada se cruza con la mía y lo único que veo es terror en sus ojos. Sale corriendo y la puerta se cierra de golpe. Tío Bernard se gira.
¿Quién estaba contigo? ¿Qué está pasando aquí?
Levanto la vista y me limpio la boca con el dorso de la mano. No había nada en mi estómago para sacar. Ella, la sombra, está volviendo.
Laura me dijo algo musito.
Tío Bernard tiene que aguzar el oído para entender lo que estoy diciendo.
Dijo que deseas aquello que no es tuyo, pero que no te atreves a tomarlo.
Sus ojos se desorbitan. Creo que sí pasó algo entre ellos. Ahora no sabe cómo reaccionar, la sorpresa y la rabia se mezclan en sus gestos.
¿Era Noa? ¿Has vuelto a estar con Noa? ¿Es eso?
Me acosté con Mario.
No, no, no… ¿Cómo he podido decir eso?
La mano de tío Bernard choca tan fuerte contra mi cara que caigo al suelo. Me quema la mejilla y me retumba la cabeza.
Astrid… yo.
Se arrodilla. Me tiro sobre él y le muerdo. Le hiero. Le araño el brazo, clavo mis dientes en su cuello y mi lengua se enreda con la suya, ambos tirados en el suelo del baño.
Ahora es mi espalda la que está aprisionada contra las baldosas. Él demuestra una pasión que nunca pensé que pudiera tener. Lloro, lloro de felicidad porque me desea, porque no estaba loca al pensar que él pudiera amarme. Y entonces sus risas se intensifican en mi mente, justo a tiempo para escuchar de los labios de Bernard el nombre de mi madre.
Mi bota golpea su boca y él recula con el labio partido. Me levanto y salgo corriendo. Desesperada, trato de llegar a la puerta. Bernard me alcanza y me agarra del brazo.
Astrid, no, por favor, no te marches. Lo siento, no sabía lo que hacía…
Se cubre la nariz y la boca con la mano que le queda libre. Veo los cuchillos de cocina y agarro uno sin darme cuenta. El filo se hunde con facilidad en su costado, como si fuera mantequilla. Él me suelta y cae. Mi mano, manchada con su sangre, suelta el arma. Las lágrimas ruedan por mis mejillas.
Salgo a la noche. A la oscuridad. A donde pertenezco.