jueves, 12 de abril de 2012

Nieve 12. Vida surgida del hielo




Al despertar no reconocí nada de lo que me rodeaba, supuestamente aquel era mi piso y, los extraños que me no me perdían de vista, mis compañeros de viaje, pero yo sólo veía muros de ladrillo y rostros de carne. El tiempo se me hacía interminable, en lo que ellos hablaban y se movían a mí alrededor, yo sentía que había vivido dos vidas enteras. Cansada de estar estirada en el suelo me levanté y fui a buscar un vaso de agua.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Tara a mi espalda.
Regresé al salón y me encontré con Lars y los dos niños frotándose los ojos enrojecidos.
—¿Estáis bien? —pregunté antes de quitarme la chaqueta y preguntarme por qué todos iban tan abrigados.
—Vive… —musitó Joel, después recorrió el espacio que había entre el suelo y donde me encontraba ahora y preguntó—. ¿Cómo has llegado hasta ahí?
—A pie —respondí, no sin cierta ironía.
Lars permanecía en silencio, era como si de pronto su mente se hubiera desconectado y no pudiera continuar con la actuación. Sus pupilas se alargaron cada vez más y pude vislumbrar los dientes afilados que ocultaba su boca.
—¿Se puede saber qué os ocurre? No tengo tiempo para quedarme aquí mirándoos embobada —dije molesta por la situación.
Sentía como el tiempo se expandía y yo lo perdía por completo, mientras ellos no hacían nada de provecho. Suspiré y me asomé a la ventana. El aire fresco me recompuso, el frío me ayudaba a permanecer en aquel estado sólido y compacto al que estaba obligado mi cuerpo.
—¡Cierra eso! —gritó Lara y me empujó para llegar a la ventana—. ¿Quieres que nos congelemos?
—Lo que no comprendo es cómo no os asfixiáis aquí dentro —rugí asqueada y me quité el resto de la ropa hasta quedarme en tirantes.
Podía percibir el odio que la niña sentía por mí, aunque no comprendía por qué. Apestaba a miedo y a rabia, si no la conociera la habría devorado.
—Has regresado. ¿No recuerdas qué ha ocurrido? —preguntó Lars, de nuevo en activo.
Su rostro había vuelto a la normalidad, volvía a ser el hombre atractivo y misterioso que se había presentado ante mi puesta horas antes.
—No estoy segura, se ha producido un cambio, pero nada importante —respondí incómoda por las muestras de afecto que de pronto Lars me demostraba.
Se acercó a mí y me acarició el rostro mientras Lara me atravesaba desairada con sus pensamientos.
—Necesito largarme de aquí, acabaréis por volverme loca —dije.
Abrí la puerta y salí a la escalera. Joel y Lars se apresuraron tras de mí, pero el pequeño no podía soportar la temperatura.
—No aguantaremos ahí afuera —Lars alcanzó mi mano y me detuvo—. Quédate, te enseñaré a controlarlo y así podremos continuar con el plan.
—¿Por qué debería hacerlo? ¿Qué más me da tu plan? A mí sólo me interesa alejarme de vuestros agobiantes sentimientos, de vuestra lentitud… ¿A caso crees que me importáis lo más mínimo?
Su mano se volvió rígida y afilada, me soltó. Le había herido y lo sabía, aunque no conocía realmente sus sentimientos, afloraban la superficie recuerdos de un futuro ya perdido.
—Beth, hablas así por lo que te ha ocurrido, pero te aseguro que en unas horas te sentirás muy distinta. No vas a poder controlar lo que ahora eres sin que alguien te ayude.
—¿Y ese alguien eres tú?
Lars asintió y recuperó su frialdad de guardián.
—He sido preparado para esa misión, aunque nunca creímos que llegaría el día.
En el rellano, ante la puerta de mi antiguo piso, dos niños tiritaban mientras esperaban a que tomara la decisión más acertada, o al menos la que les permitiría vivir un día más. Chasquee la lengua con fastidio y accedí a seguir sus instrucciones.
De nuevo acompasé mi ritmo al de sus corazones. Resultaba agotador estar viva.

Isabel del Río
Abril 2012