Lunes, 27 de octubre de 2008
En las cercanías de Barcelona
Pasamos la noche en el coche. Laura sacó unos bocadillos del bolso y un par de zumos; al menos para eso todavía era responsable.
—Dormiremos aquí, no me veo con fuerzas para conducir hasta Barcelona y no voy pagar una habitación, así que tendrás que conformarte.
—Está bien —respondí —, pasar una noche en el coche no es para tanto.
Me miró sorprendida y sonrío. Había dicho algo que le había gustado.
Mordió su bocadillo y empezó a masticarlo con los ojos cerrados, como si hiciera una eternidad que no comía y el pan con salami le supiera a gloria.
—¿Y cómo te van los estudios? —preguntó colocando la pajita a su zumo.
—Bien.
—Que seca —dio un sorbo —. Vamos, siempre fuiste una sabelotodo y Bernard parecía preocupado, ¿qué ocurre?
—Nada.
—Mmm… —posó el brik en la guantera y me miró —. No somos amigas, sé que tampoco soy una madre modelo, pero puedes contarme lo que quieras, deberías saber que en cuestión de secretos soy una tumba. ¿Acaso he contado algo de esto a Bernard? No. Te incumbe a ti y a tu padre, no a él.
—Pero a Arman…
—Tampoco a ese cabrón, Astrid, tampoco a él —respondió molesta.
—¿Qué ha pasado con él?
Ella me miró con el ceño fruncido.
—Pensaba que estábamos hablando de ti, como te gusta redirigir las conversaciones. Digamos que pasamos por una mala época con esto del embarazo, siente que le estoy cortando las alas, ya sabes, quiere seguir follando con quien quiera y cuando quiera, y piensa que un niño cambiará eso.
Laura es así, no se corta un pelo, no le importa que sea su hija como tampoco le importan los años que tenga.
—Me acosté con un hombre.
Laura dio otro bocado y me miró. Asintió.
—¿Y qué? —preguntó como si el hecho de que su hija de 13 años hubiera perdido la virginidad no fuera gran cosa.
—Con un hombre mayor que yo.
De nuevo su indiferencia.
—Más de diez años mayor que yo.
—Vaya, vaya, estás hecha una Lolita.
—¿Una Lolita? —pregunté.
—¿Vives entre libros y no lo has leído? Búscalo y verás a qué me refiero —Otro bocado —. ¿Y qué tal estuvo? Porque supongo que fue con tu consentimiento.
—Sí —respondí —, fue porque quise.
—Bien. Pues felicidades, eres una mujer, supongo.
—No era el primero.
Laura se echa a reír.
—Por favor Astrid, dime que usas condón.
La observé y pensé en ello.
—Yo…
Se le desorbitaron los ojos y su sonrisa se desvaneció. Dejó de comer y me agarró con fuerza por los hombros, me hacía daño.
—Mira Astrid, haz lo que quieras con tu cuerpo, como si te lo quieres montar con Bernard, no me opondré, pero no te quedes preñada. ¿¡Me has entendido?! —su voz resonaba amenazadora en el coche.
—Sí, sí, lo he entendido —dije asintiendo con fuerza, nerviosa ante su cambio repentino —. Sólo es que no sé dónde conseguirlos.
Laura cogió su bolso de la parte trasera y me dio un paquete.
—Toma, siempre llevo encima —después sacó la cartera y me dio un billete de 50 —. Y esto para cuando se terminen. No seas tonta y protégete, no esperes a que ellos lo hagan, todos son unos cerdos.
Laura no parecía una madre, tampoco una hermana, y mucho menos una amiga, pero quizá sí una prima lejana, alguien que siente cierta preocupación por ti, no la suficiente como para sufrir por tus penas, pero sí para pensar que tus problemas puedan perjudicarla.
—Bueno, ¿y quiénes fueron los afortunados? —preguntó más tranquila y de nuevo con la pajita entre los labios.
—El primero fue Noa.
—¿Noa? ¿El chaval que ayuda a Bernard? —río —. Al menos los elijes guapos.
—Él me quiere, pero yo a él no. Sólo lo utilicé porque me sentía mal y eso hizo daño a Tánit porque salía con él.
—Buff… —dijo gesticulando —. De menuda me libré dejándote en Barcelona, tu vida parece un culebrón.
El rencor debió dibujarse en mi rostro cuando la miré, porque se disculpó y me invitó a continuar.
—Se lo conté todo a tío Bernard y pensó que lo mejor sería irnos de viaje, fuimos a Tenerife.
Laura se tapó la cara con las manos, descompuesta.
—¿Estás bien? —pregunté.
Asintió con la cabeza, pero estaba llorando. Tío Bernard me había contado que allí fuimos muy felices y Laura todavía mantenía esos recuerdos a buen recaudo.
—Sigue, hija —dijo con un hilo de voz.
Había dicho “hija”, se le había escapado, quizá era dura conmigo porque quería mantenerse lejos de aquello que la hacía sufrir, del ser que más le recordaba que había perdido a papá.
—El segundo fue Mario, un amigo de un amigo de tío Bernard.
—Un sustituto, ¿no? —dijo entonces volviendo a su tono irónico y malévolo.
—No —reconocí —. Es cierto que siento algo por Bernard —asentí tratando de darle más veracidad —, pero Mario no fue un sustituto, hay una conexión entre nosotros.
—Ya, bueno, seguro que él no piensa igual, ahora debe estar haciendo su vida de nuevo, ¿no crees?
Eso era lo que yo temía, que al volver a Sevilla él hubiera retomado su vida. Una mujer nueva y Astrid sería un error del pasado. Ella lo sabía.
—Dijo que yo también había significado algo para él.
—No lo dudo. Para un hombre una chavalita como tú significa algo. ¿Te has mirado últimamente al espejo? Nadie creería que tienes 13 años, esas tetas no son de 13 años, y eres asquerosamente guapa. Me das envidia malsana.
Me agarró por la barbilla y me plantó un beso en los labios.
—Yo también era muy guapa, cielo, pero vigila, no seas demasiado ligera —sorbió lo que le quedaba del zumo —. Y por favor, no te acuestes con Bernard, sería un gran error, si necesitas cariño vete a ver a ese Mario.
El sol sale tras las montañas bajas y pinta el valle de morado. Laura conduce con un bollo en la boca. Hemos parado en la panadería de un pueblo para comprar algo y desayunar por el camino.
—Gracias —digo.
—¿Por qué? —pregunta.
—Por llevarme, por lo de anoche.
No contesta, pero sonríe con la vista clavada en la carretera.
—Iván lo habría querido así. Te amaba Astrid, nos amaba, y eso nos une, aunque ahora no seamos lo que éramos. Sólo espero que no te destruya como pasó con él.
—¿A qué te refieres?
—Antes de suicidarse se obsesionó con su familia biológica, fue entonces cuando cambió.