@IsabelDlRio / @miransaya

domingo, 30 de enero de 2011

La magia se apodera de la Illa Diagonal durante la tormenta



Isabel del Río Sanz, Barcelona, domingo 30/01/11

“Hay que tener valor y paciencia para enfrentar y afrontar lo que nos encontramos en la vida” “Estamos en la era de lo positivo, el cambio empieza desde casa”

Cristóbal Jodorowsky

El pasado viernes, acompañada por un cielo gris y lluvioso, me acerqué hasta la FNAC de la Illa Diagonal con la promesa de pasar un buen rato y descubrir una nueva forma de encarar la vida.

En un principio, tan sólo recibí señales de lo que me esperaba. Al llegar al pie de las escaleras, me encontré con una extraña invitación, una especie de joker que anunciaba una charla de psicomagia aquella misma tarde. Desde el naipe improvisado, el personaje me sonreía y guiñaba un ojo, que vaticinaba lo que serían sin duda unas horas acogedoras, entre risas, confidencias, consejo y sabiduría honesta.

A pocos minutos de la hora, la sala estaba llena hasta los topes e incluso había gente esperando fuera para ver la charla por la pantalla. Dentro, David Barba (periodista y profesor en la UAB), Víctor Amela (periodista de la La Vanguardia), Francesc Miralles (escritor y músico), hacían de portavoces a Cristóbal Jodorowsky, quien participaba esa tarde en el Foro Mistérico para hablarnos de la Psicomagia y el Psicochamanismo.

En su primer libro, El collar del tigre, C. Jodorowsky esclarece las dudas sobre dónde está la frontera entre el Psicochamanismo y la Psicomagia. Así como la Psicomagia es un acto que realiza uno mismo, en el que uno se aconseja y se trata en un “acto heroico”, en el Psicochamanismo hay un intermediario, un ser que opera (con piedras, cuchillos,…). Nuestro cuerpo en realidad es doble, existe el cuerpo físico y el psíquico, y lo que hace la enfermedad es pegarse al cuerpo psíquico. De este modo, para curar nuestro cuerpo físico, el chamán ha de operar a ambos (es igual que cuando alguien siente la pierna que ya le han amputado). Lo que hace el chamán es activar “la frecuencia colectiva del ser” convirtiéndose en una llave universal y, cuando lo ves, te abres a la experiencia (como cuando somos niños ante nuestros padres); el curandero revela el aprendizaje en el sujeto y de este modo nos autosanamos.

Jodorowsky insiste en que las crisis son absolutamente necesarias porque nos ayudan a crecer, “todos tenemos un océano que atravesar”. Tras sus años de trabajo y los casos que ha conocido, afirma que todos y cada uno de nosotros podemos romper con nuestras cadenas y nuestro ego, pero que para poder hacerlo tenemos que trabajar muy duro, porque las crisis son mutación, “para cambiar de frecuencia cerebral hay que trabajar mucho”.

La Psicomagia trabaja con la teatralización de ciertos actos que rompen con patrones de conducta, con recuerdos reprimidos, con nuestro dolor… Podemos reestructurar nuestra memoria teatralizando aquellos momentos que nos resultaron traumáticos, como una práctica de liberación. Jodorowsky explica que el arte es el lenguaje de los sueños y con el acto en sí extrapolamos este lenguaje interno hacia lo que nos está haciendo sufrir y no nos deja avanzar. Antiguamente el arte, la medicina y la ciencia eran uno, el chamán pintaba un bisonte como símbolo a la vez que cohesionaba el grupo, pero con el tiempo las hemos compartimentado.

La depresión y la ansiedad son un mal que hoy en día abate a gran parte de la población. Jodorowsky ve en este problema una dicotomía, existe la depresión o la rabia, son dos respuestas defensivas ante un problema: escapo o peleo. El que escapa se deprime. El que no está bien donde está, no lo está consigo mismo, porque no toma decisiones fuertes. Es mejor la rabia que la depresión, porque la primera significa descarga y ésta ayuda a tomar buenas decisiones. Si te enfrentas a un problema, si te sientes acosado, deja salir tu rabia, toma un cojín y líate a golpes con él, grítale lo que tengas dentro, pero no guardes en ti esa energía. Nos reprimimos hasta la exageración. “Tenemos todos los mundos, los impulsos…, dentro de nosotros”. Sólo querer elevarse es un error, también es necesario hundirse en la oscuridad, hay que aprender de todas las dimensiones. A veces “la locura cura”.

Nunca estamos solos, si lo deseamos podemos estar acompañados cada día de una cohorte espiritual. Por la mañana, antes de salir a la calle, Jodorowsky convoca a todos sus seres queridos, familiares y amigos, y crea una cohorte. Disponemos de una dimensión múltiple de la mente, de bancos de información, y cada persona que conocemos o hemos conocido sobrevive allí como una especie de espíritu que nunca nos abandona. En nuestra sociedad nos enseñan a estar solos, pero con un mundo mítico no lo estamos, pues existen al mismo tiempo distintas dimensiones de nuestro propio ser que nos ayudan a comprender y aprehender el mundo con mayor amplitud.

Cuando se abrió la ronda de preguntas, las manos se alzaron como el oleaje chocando contra las rocas; podía sentirse la energía. Jodorowsky utiliza el tarot como sistema metafórico, como pueden serlo los sueños. Usa el tarot de Marsella igual que una arquitectura intelectual que ofrece referencias del psiquismo del consultante, todo ello a través de la intuición.

Algunos presentes entre el público fueron los afortunados de formular sus dudas y Cristóbal Jodorowsky expuso el problema profundo del sujeto y cuál era el acto psicomágico que debía realizar para superarlo. La Psicomagia es necesaria porque hay que hacer un trabajo mágico y otro terapéutico, necesitamos el choque y la experiencia.

Tras la charla, tuve el honor y la gran suerte de poder hacer una pregunta en solitario a Cristóbal. Tiró las cartas y empezó a hablar. Puede haber creyentes y escépticos, pero lo cierto es que sabe de lo que habla y conoce a las personas y sus corazones. Por ello, muchas gracias por una tarde inolvidable y unos consejos que no tienen precio.

Un regalo: escribe un poema o frase sanadora cada día.

Para aquellos que estén interesados en charlas y actividades realizadas por Cristóbal Jodorowsky en Barcelona:

http://cristobaljodorowskybcn.blogspot.com/

Desde aquí podréis seguir las charlas del Foro Mistérico que se realizan una vez al mes en distintos puntos de Barcelona:

http://www.facebook.com/group.php?gid=135732546439396


miércoles, 26 de enero de 2011

Astrid, capítulo 53: Joan


Martes, 26 de agosto de 2008 (9.30h)

En Barcelona

Les observo. Tío Bernard le ha preparado un té y se han sentado en la mesa del segundo piso, uno frente al otro.

—Espera abajo, Astrid. Atiende a los clientes, si aparece alguno.

Una palmadita en el hombro y una sonrisa. Desaparece escaleras arriba con el hombre de aguas cambiantes.

Media hora ha pasado, tío Bernard habla más que el extraño. No me gusta.

Oigo susurros desde que ha puesto sus pies, su alma, en Babilonia. Tres voces, luchando, tratando de imponerse; una es más fuerte, ésa me da escalofríos. No comprendo lo que me dicen, pero sé que tiene que ver con él, tienen que ver con las pesadillas en las que aparece el niño. El niño, sus ojos y el río.

Ahora bajan.

—Astrid, te presento a Joan, nos ayudará unos días con la tienda —Tío Bernard lo señala.

Él me busca, espera mi aprobación. Sonrisa forzada cubre mi rostro. Joan se acerca, me da dos besos, helados, ardientes…, dolor en mis pulmones, la corriente me arrastra, la negrura me absorbe, unas manos me rescatan y de nuevo aquellos ojos. Los murmullos más fuertes se han impuesto en mi mente.

—¡Ayúdame, ayúdame! —grito.

Astrid, capítulo 52: De nuevo sus ojos


Martes, 26 de agosto de 2008 (8.45h)

En Barcelona

Creí comprender qué tenía que hacer cuando leí la carta, ¿pero cuánto tiempo llevo ya aquí? Demasiados asuntos pendientes.

Noa ha decidido desaparecer una temporada y Tánit ha vuelto al pueblo. Ahora estamos sólo tío Bernard y yo. Por suerte Alicia se fue de viaje, creo que dijo a Londres, aunque poco me importa, como si decide no volver…, mejor si decide no volver.

Falta más de una hora para abrir, pero tío Bernard quería limpiar, todavía no ha logrado poner en orden todo. Recojo, quito el polvo y apilo libros. Escucho un ruido sordo, puños que golpean la verja metálica. ¿Quién puede ser a estas horas? Más golpes, nerviosos, con prisa, impaciencia, furia, ansia…

Corro hasta la puerta. La campanilla suena como un mal presagio. Agarro la verja y la impulso con todas mis fuerzas. Retumba. Sus ojos me atraviesan. El extraño ha vuelto. Un río en su mirada, una sonrisa en sus labios, pero ¿quién está ahora tras la máscara?

Astrid, capítulo 51: El tesoro


Martes, 29 de julio de 2008

En Tenerife, Puerto de la Cruz

El jardín de las orquídeas de la mansión de Litre era uno de los paisajes más usuales en los bocetos de papá.

Tío Bernard aceptó gustoso a llevarme a verlo sin saber cuál era el motivo que me empujaba a querer conocer aquel lugar.

—Te aviso de que el jardín botánico es mucho más grande y bonito, no te desilusiones, ¿eh?

Le dije que sólo quería dibujar un poco y que, seguramente, allí estaría más tranquila, con menos concurrencia.

Una señora rubia y joven, pero de facciones cansadas, embutida en un traje típico canario, nos tendió dos tíkets y un mapa del lugar con unas líneas de historia. Tío Bernard pagó el coste.

Con la cámara en mano se dedicó a fotografiarme con árboles, orquídeas, lagos y bonsáis, de fondo.

—Me gustaría dibujar —comenté intentando apresurar nuestra separación.

—Vale, vale… —sonrió —. Yo iré a tomar un café al bar, allí te espero.

Su figura alta y protectora desapareció por uno de los paseos de piedra rodeado por arcos con flores violeta y carmesí.

Ahora sí, a solas, me atreví a pasear abierta a mi intuición. No recordaba nada de aquel lugar, ¿era posible que mi padre, tras tanto pintarlo, nunca me hubiera llevado?

Entonces, como una revelación, ante mi apareció un pequeño campo de criket alfombrado en verde césped y custodiado por dos dragos centenarios.

—El criket era un juego muy popular en Inglaterra que fue adoptado por las clases altas de Europa… —palabras de mi padre, ¿pero cuándo y con qué objetivo me explicaría aquello? —. Cuando un pirata quería esconder algo valioso, buscaba un terreno seguro y bien señalizado, donde nadie fuera a buscar. Dos palmeras, o una extraña roca podía mostrar el camino y las cruces indicaban el lugar.

Dos dragos, el campo de criket y una piedra bajo mis pies con una cruz surcándola. A diez pasos otra, y otra… Las seguí y me condujeron de nuevo al campo. Algo fallaba en mi razonamiento o le estaba buscando sentido a recuerdos esquemáticos, a la creciente locura de mi padre, a la mía propia.

—Era muy sencillo jugar, sólo se trataba de introducir una bola con un martillo por el arco de metal.

Los arcos. En perpendicular a la cruz central había un arco blanco, justo en medio del paso de los dos dragos. Un lado, otro. Nadie. Me arrodillé en el césped y miré a través del arco, dando la espalda al inicio del juego. Una baldosa pintada con un hombre contemplante apareció en mi campo de visión. Corrí hacia allí. Mi cuaderno, mi bolso, cayeron al suelo. La rodilla derecha se peló en contacto con la fría piedra. Sin motivos golpee el dibujo y la superficie cedió, desplomándose hacia delante. Un hueco oscuro y lleno de telarañas apareció con la boca abierta. Apretando los dientes, con los ojos cerrados, introduje la mano, la muñeca y el antebrazo, hasta el codo, sintiendo la humedad, las pegajosas telas y patitas recorriendo mi piel. Luché por no apartar la mano. Finalmente, di con algo más resbaladizo que el resto. Estiré y lo saqué.

En una bolsa de plástico sucia y embadurnada hallé un sobre. Lo abrí sin esperar, sin recolocar la baldosa. Una carta me esperaba en su interior, las primeras frases de la cual eran:

<

Si estás leyendo esto es que no he podido salvarte. Perdóname.>>






Astrid, capítulo 50: Bocetos y una figura en la ventana


Lunes, 28 de julio de 2008

En Tenerife, Puerto de la Cruz

La mañana me despierta con un mar de nubes por sombrero. Puedo escuchar el romper de las olas en el escarpado precipicio que da a la cala. Oigo el chapoteo de tío Bernard nadando en la piscina del pequeño apartamento a través de la ventana entreabierta de la que, estos días, hace las veces de mi habitación. Pequeños detalles de aquel cuartucho con dos camas individuales, mesita de noche central, persianas gastadas y armario azul desconchado, me traen sonidos y aromas de infancia: sal y loros, papas y mar…

Levanto la persiana y me asomo al alféizar, de rodillas sobre la sábana arrugada como el papel de un regalo ya desenvuelto. El agua choca contra las rocas de lava endurecida y fría convirtiéndose en espuma y gorgoteos, su superficie es negra, como un trozo de obsidiana pulida en forma de cuchillo; el mar cortante, hiriente…

En la playa veo a Carbón, junto a su caseta destartalada de pescador, arreglando una red. Me quito el camisón y lo cambio por un vestidito de playa azul cielo, me lavo la cara y con un plátano me dirijo hacia donde he visto al viejo marino.

—Buenos días —entono.

Al principio no responde, se queda parado, contemplando un desgarrón en la red. Saca una navaja curva y corta un trozo de cuerda. Se pone a tejer.

—Buenos días sirena, ¿no es muy temprano para que estés aquí? ¿Dónde anda tu protector?

Sonríe, pero parece preocupado, pensativo.

—No podía dormir. Además, es una buena mañana para pintar —Le muestro mi libreta y dos lápices —, haré algunos bocetos.

Sus ojos son el mar. Estoy segura de que si le cortara saldría oscura agua salada de sus venas.

—¿Tu también pintas? De tal árbol…

—Hace poco que supe que mi padre lo hacía, y eso me animó a probar.

Intento dibujar lo más parecido a una sonrisa, el gesto tantas veces ensayado ante el espejo. Me contempla. Él ve más allá de las apariencias. Lo sé.

—No deberías pintar tanto, niña —me aconseja terminando el zurcido.

—¡¿Por qué!? —pregunto alterada. No me gustan los enigmas.

—Tengo muchos dibujos de tu padre, él me los regalaba, y pude ver cómo cambiaba en ellos.

—¿Dibujos suyos?

Asiente y se levanta, hace un gesto para que le siga dentro de la caseta de maderos recogidos por la marea. Para mi sorpresa, todo en su interior está cuidado y ordenado. A un lado, como un templo o un altar, hay una inmensa colección de bocetos de mi padre: atardeceres en negro y gris, playas, costas, aguas revueltas, y… Mi corazón golpea mi pecho con furia. El viejo pirata me sujeta cuando las fuerzas me abandonan. La misma casa en llamas de mi dibujo me contempla desde la vieja hoja amarillenta, pero una sombra vigila desde una de sus ventanas.