@IsabelDlRio / @miransaya

viernes, 23 de octubre de 2009

Astrid, capítulo 40: El extraño



Lunes, 30 de junio de 2008

En Barcelona

Esta mañana tío Bernard ha sido muy claro:

Tendremos abierto, pero estaremos haciendo inventario, me han desaparecido algunos ejemplares y quiero tenerlo todo bien controlado. Además, quiero recolocar las novedades.

Obediente pasaré el día aquí encerrada.

Noa hoy no ha venido, por lo visto tiene intensivo de inglés y hará horario de tarde aquí. Tío Bernard dice que buscará a alguien que le ayude por las mañanas, pues no quiere tenerme encerrada todo el verano; menuda tontería, como si quisiera estar en otro lugar que no fuera a su lado, pero seguramente él prefiere tenerme un poco apartada. Desde la otra noche cuando me encontró desnuda contemplándome en el espejo del baño, no se ha atrevido a mirarme a los ojos, incluso ha cancelado nuestras mini-vacaciones con el pretexto de hacer inventario.

Astrid, por favor, limpia el polvo de esas estanterías.

Asiento a su voz, aunque no me vea, y bajo las escaleras en busca de las librerías vacías que necesitan mis cuidados.

Mi cantarina cómplice repiquetea y un joven alto, guapo y extraño, entra a la librería. Parece ausente y desconcertado. Perdido, acaricia los lomos de los libros viejos con aire distraído. Sus ojos fríos y ardientes se clavan en los míos. Sí, ardientes, esa es la palabra. El fuego le invade, hay algo en él que me pone nerviosa, no sé qué es, pero revolotea una sombra a su alrededor que oscurece su agradable semblante de aspecto cansado.

Se acerca con paso seguro y con ojos casi suplicantes. Implorante, me pregunta:

¿Dónde estoy?

Habla con acento extranjero, el cual no llego a identificar.

En una librería respondo.

Los luceros de lava negra no parecen entender. Mira los estantes repletos de títulos y letras. Observa las líneas de sus manos. Mira hacia fuera. Ahora comprendo:

Estamos en Barcelona.

Sus brazos caen a los lados, abatidos. Le señalo una silla y él se sienta mientras yo voy a buscarle algo para beber.

¿Quién es? pregunta tío Bernard¿Se encuentra bien?

No lo sé respondo llenando un vaso de plástico con agua helada de la neverita de la trastienda. No ha dicho nada, pero creo que está perdido. Siento que no sabe cuál es su lugar.

Tío Bernard escruta mi rostro y después sonríe.

Pues quizá podamos ayudarle.

Me quita el vaso de las manos y se dirige hacia él con paso relajado y un gesto tranquilizador. Alicia tenía razón en eso, siente debilidad por los perros abandonados.