martes, 7 de julio de 2009

Astrid, capítulo 38: Rabia, odio y mentiras…



Miércoles, 11 de junio de 2008

En Barcelona


Me encojo al sonido de las llaves en la cerradura. Entra en silencio y cierra la puerta con cuidado.

¿Qué hora debe ser ya? ¿Las dos? ¿Las tres de la madrugada?

Sus manos, grandes y suaves, me palpan y me dan la vuelta; me hago la dormida, no quiero que me pregunte qué hago acurrucada en el sofá, no quiero decirle que estoy molesta, que llevo horas esperándole y acabo de caer dormida tras ver un rollo de película en la televisión.

Me eleva como si no pesara nada y me sujeta en sus brazos. Siento sus músculos en tensión, le gusta ir al gimnasio, aunque últimamente, volcado en mí, se había descuidado un poco.

Escondo la cara en su cuello, la barba me hace cosquillas en la nariz. Huele a mujer, a Alicia; parece que al final ha conseguido atraparlo, aunque sólo haya sido por una noche. Me muerdo la lengua, una rampa de dolor cruza y quiebra mi espinazo, el sabor a sangre inunda mi boca, contengo las lágrimas.
Me tumba en la cama y me cubre con la sábana. Se agacha. Un beso en la frente, otro en la mejilla izquierda. Me quedo quieta, muy quieta, pero el tercer beso nunca llega. Entorna la puerta y enciende la luz del baño. Finalmente las lágrimas corren libres.

-Zorra -murmuro-, maldita zorra, ¿cómo puede volver a ti? ¿Por qué?
Mis tripas rugen y siento arcadas. Es la rabia, el odio, las mentiras, que me pudren por dentro.

Las luces se apagan, la casa queda en silencio, un silencio absoluto si no fuera por su respiración profunda.