¡¡Feliz Navidad y Prospero 2010!!
¡Que todo lo Bueno de este pasado año se triplique y lo malo sea historia!
Un beso muy fuerte y a disfrutar estas fiestas en compañía de todos vuestros seres queridos
Isi
La locura os habla desde las letras, ¿escucháis al cuentista? La demencia pica a los pórticos de vuestra conciencia. Abridlos, no temáis. Os mostrará aquello que, invisible, os acuna, lo que sólo una pequeña lunática puede percibir.
Jueves, 3 de julio de 2008
En Barcelona (21.30h)
He pasado unos días vagando de forma caótica. Desde que el extraño se cruzó en mi camino es como si algo de su interior, una de esas sombras que jugaban con sus rizados mechones, me hubiera poseído. Su frialdad, su pasión, sus pesadillas…, parecen haberme invadido como cuando ves una película y te metes demasiado en el papel del protagonista.
El entrenamiento me ha ido bien. Sudar y pegar golpes me ha relajado, aunque me haya desollado los nudillos de la mano derecha. Fernando me ha reñido por no tener cuidado y después me ha curado con cariño; me ha recordado a tío Bernard.
Oigo la campanilla al otro lado de la calle; es demasiado tarde para que esté cerrando. ¡No es posible que se haya vuelto a quedar haciendo inventario!
Veo una coleta rubia, casi dorada, balanceándose en la oscuridad de Babilonia. Con cautela me acerco a la puerta y fisgoneo. Contra una de las librerías tío Bernard levanta la camiseta de Alicia, su diestra se pierde bajo su sujetador de encaje negro, su siniestra entre sus muslos, sólo cubiertos por una fina línea de tela que finge ser una falda. Le besa el cuello. Ella mira hacia la puerta. Creo que me ha visto. Sonríe y le baja la bragueta. Mi corazón se desboca. Mi espalda choca contra el muro y quedo sólo iluminada por una farola parpadeante. La oigo gemir.
Salgo corriendo hacia casa, pero cuando llego a la puerta me quedo paralizada. No puedo soportar volver a olerla en su piel, no después de lo que he visto. Sus labios la besaban y él… Él ahora está dentro de ella, es suyo. Apoyada en la puerta vomito.
Mareada, empiezo a vagar de nuevo por las calles. Los recuerdos del extraño…, una voz en francés me atormenta; ahora sí desearía ahogarme.
—Hola, ¿qué haces por aquí? —Noa me sonríe todo repeinado.
—No lo sé —respondo.
—Iba a ver a Tánit —explica.
Es cierto, lo había olvidado, él también. Ahora Noa sale con Tánit.
Ningún pensamiento. Sólo un impulso. Supervivencia. Algo a lo que aferrarme antes de terminar como mi padre. Mis brazos rodean su cuello y le beso con pasión. Él me aparta con repugnancia. ¿Será el sabor de mi boca?
—Astrid, no puedo engañarla —murmura, más como un aviso para sí mismo que un intento de frenarme.
Es mi amiga, lo sé, pero no me importa. El momento salvaje y hambriento es lo que me mueve, debo devorar la vida mientras me quede suficiente locura para desearlo.
—Llévame a casa —susurro sensualmente a su oído —, quiero ser tuya.
Le muerdo el lóbulo izquierdo.
Tánit ya no existe, sólo Astrid, y a pesar de la traición, mientras Noa me desnuda y siento un dolor punzante en mis entrañas, sólo puedo pensar en el momento en que llegue Bernard.
Hola a todos,
Hoy llevo todo el día súper ilusionada porque me han enseñado este link:
http://fiestas.practicopedia.com/los-10-mejores-libros-de-terror-para-halloween-3448
Resulta que en esta página, donde se dedican a subir curiosidades de todo tipo: cocina, música, literatura… Colgaron una lista de los 10 mejores libros de terror para Halloween, y entre las obras de autores de la talla de Stephen King, Poe, Lovecraft y Bram Stoker, entre otros, han puesto Casa de Títeres. Estoy que no quepo en mí de la emoción ^__^
Sólo quería compartir con vosotros la alegría de este hallazgo.
Un abrazo a todos,
Isi
Miércoles, 2 de Julio del 2008
En Barcelona
El agua oprime mi pecho. Muevo mis brazos en un baile frenético y macabro buscando una salida, una gruta por la cual escapar del laberinto transparente y vidrioso que me mantiene apresada. Estoy llorando, pero mis lágrimas saladas se mezclan con el torrente dulce, arrebatándome la tristeza; no quiero irme, aún no…
Ya no queda más aire que expulsar. Tampoco puedo renovarlo. Si doy una bocanada, será el líquido helado el que llene mis pulmones. Y entonces él aparece ante mí: un niño, un hombre, una figura cambiante en bucles de tiempo. Sus rizos de avellana se balancean en calma con las aguas, mientras sus ojos me conducen a la oscuridad del río, a una oscuridad cálida y amenazadora. Sus manos de marfil toman mi rostro y sus labios acarician los míos. Recuerdo los besos de mi padre antes de dormir. Así son: tiernos, amables… Besos llenos de cariño. Cuando se aparta sonríe, pero entonces cambia y su gesto se vuelve atroz, demasiado siniestro.
Abro la boca en un grito ahogado, mudo e inundado.
—¡Astrid! ¿Qué ocurre? —Grita tío Bernard subiendo las escaleras de Babilonia.
Ante mí un lienzo, un espejo en sombras del secreto de un desconocido.
Lunes, 30 de junio de 2008
En Barcelona
Esta mañana tío Bernard ha sido muy claro:
—Tendremos abierto, pero estaremos haciendo inventario, me han desaparecido algunos ejemplares y quiero tenerlo todo bien controlado. Además, quiero recolocar las novedades.
Obediente pasaré el día aquí encerrada.
Noa hoy no ha venido, por lo visto tiene intensivo de inglés y hará horario de tarde aquí. Tío Bernard dice que buscará a alguien que le ayude por las mañanas, pues no quiere tenerme encerrada todo el verano; menuda tontería, como si quisiera estar en otro lugar que no fuera a su lado, pero seguramente él prefiere tenerme un poco apartada. Desde la otra noche cuando me encontró desnuda contemplándome en el espejo del baño, no se ha atrevido a mirarme a los ojos, incluso ha cancelado nuestras mini-vacaciones con el pretexto de hacer inventario.
—Astrid, por favor, limpia el polvo de esas estanterías.
Asiento a su voz, aunque no me vea, y bajo las escaleras en busca de las librerías vacías que necesitan mis cuidados.
Mi cantarina cómplice repiquetea y un joven alto, guapo y extraño, entra a la librería. Parece ausente y desconcertado. Perdido, acaricia los lomos de los libros viejos con aire distraído. Sus ojos fríos y ardientes se clavan en los míos. Sí, ardientes, esa es la palabra. El fuego le invade, hay algo en él que me pone nerviosa, no sé qué es, pero revolotea una sombra a su alrededor que oscurece su agradable semblante de aspecto cansado.
Se acerca con paso seguro y con ojos casi suplicantes. Implorante, me pregunta:
—¿Dónde estoy?
Habla con acento extranjero, el cual no llego a identificar.
—En una librería —respondo.
Los luceros de lava negra no parecen entender. Mira los estantes repletos de títulos y letras. Observa las líneas de sus manos. Mira hacia fuera. Ahora comprendo:
—Estamos en Barcelona.
Sus brazos caen a los lados, abatidos. Le señalo una silla y él se sienta mientras yo voy a buscarle algo para beber.
—¿Quién es? —pregunta tío Bernard—¿Se encuentra bien?
—No lo sé —respondo llenando un vaso de plástico con agua helada de la neverita de la trastienda—. No ha dicho nada, pero creo que está perdido. Siento que no sabe cuál es su lugar.
Tío Bernard escruta mi rostro y después sonríe.
—Pues quizá podamos ayudarle.
Me quita el vaso de las manos y se dirige hacia él con paso relajado y un gesto tranquilizador. Alicia tenía razón en eso, siente debilidad por los perros abandonados.
Hola amigos y lectores,
Hoy os escribo, de vuelta de las vacaciones, porque desde antes de empezarlas quería compartir algo con vosotros que para mí ha sido un acontecimiento muy importante, pero no he visto el momento para hacerlo:
¡Tengo Agente Literario!
La Agencia Literaria Sandra Bruna (http://www.sandrabruna.com/) me citó a mediados de julio para firmar con ellos.
Así que ha empezado una nueva etapa en esta aventura ^_^
Un abrazo a todos,
Isi
¡Hola a todos!
Hace unos días, un compañero en este mundo de historias y viajes de tinta y universos sin fin, me hizo una entrevista que colgó en Diario druida, un blog sobre literatura que lleva él mismo, y VMPress. Aquí os dejo el enlace para que la leáis si os apetece.
http://diariodruida.blogspot.com/2009/07/hablando-de-libros-con-isabel-del-rio.html
Un abrazo,
Isi
Viernes, 27 de junio de 2008
En Barcelona, Palau Sant Jordi
La música, una voz histriónica acompañada de cuerda y viento, impregna la sala. Tío Bernard se acerca al puesto de información y pregunta por uno de los grupos. Me ato la pulsera roja de plástico con finas letras negras semejantes a huesos, las cuales rezan: EIAM ’08. Un gran ojo muestra imágenes de las últimas exhibiciones. Los flashes saltan por todas partes, a la vez que la música india deja paso a una acompasada melodía de tambores y flautas japonesas.
—Está por allí —dice señalando a un grupo vestido de negro con círculos rojo intenso en sus solapas; cinturones verdes, blancos o negros los distinguen.
Uno de ellos levanta la mano; cinturón negro, sonrisa amplia, cabellos oscuros, ondulados y revueltos. Se nos aproxima anudándose un pañuelo que sujeta su melena felina hacia atrás.
—¡Bernard, que alegría! —Le da un abrazo amistoso. Dos bolsitas de tela con signos ininteligibles, una verde y otra roja, penden como amuletos de su cinto— ¿Vienes a vernos o a entrenar?
Tío Bernard golpea alegre su brazo e, inmediatamente, hace una reverencia a un hombre bajito que se nos acerca, el único que lleva el círculo de su solapa de otro color: verde.
—Bernard —suspira con voz simpática—, cuanto tiempo sin ver a mi alumno estrella.
—Ese siempre ha sido Fernando, maestro —responde palmeando la espalda del apuesto melenudo.
Yo sigo observándoles, no pinto nada en esa memoria del pasado, sólo me recuerda, con el sonido de los taikos de fondo, todo a lo que ha renunciado para proporcionarme una vida.
—¿Y esta belleza? —pregunta Fernando contemplándome con sus pequeños, achinados y profundos ojos de trigo.
—Esta es Astrid, la hija de mi hermano Iván; ahora vive conmigo—con esas palabras ambos, compañero y maestro, hacen un gesto de comprensión.
—¿Quieres probar, Astrid? —me invita el hombre de cabeza rapada y sonrisa bonachona.
—¡¿Yo!? —exclamó—. No, no,… no podría.
—Claro que sí, mujer —Fernando me arrastra ya hacia el tatami—. ¿Me la prestas un ratito? Te la cuidaré bien.
Tío Bernard suelta una sonora carcajada y, haciéndose a un lado, saca la cámara y se dispone a grabar para siempre aquel instante.
—Nunca pensé que pudiera tumbar a un hombre tan alto… —susurro metiéndome en la boca un trozo de sashimi de salmón y un poco de arroz con salsa de soja.
—¿Te ha gustado? —Pregunta Fernando contemplando de reojo a tío Bernard.
—No lo sé —respondo —, pero no me sentí indefensa—añado.
Mis palabras los dejan a todos perplejos, a todos excepto a tío Bernard que continua comiendo su sopa de miso.
—Entonces apúntate —propone de repente.
El hombre bajito, sentado junto a él, se acaricia la perilla morena y canosa.
—Sí, podríamos entrenarla nosotros, y cuando alcanzara el nivel del resto unirse al grupo —el maestro habla a tío Bernard y a Fernando, pero me mira a mí, estudiando mis reacciones.
—Entonces, si es lo que Astrid quiere… —deja que las sílabas se paseen por el aire con aroma a tallarines con verduras, escruta mi mirada—. Os la enviaré el jueves, estos días estaremos fuera.
Complacida, sin añadir nada más, ataco el sushi.
Por alguna razón me atrae la idea de practicar algo que le llenó durante tanto tiempo, compartir algo con él; además, aprendería a defenderme de aquello que temo, o eso creo.
Miércoles, 11 de junio de 2008
En Barcelona
Me encojo al sonido de las llaves en la cerradura. Entra en silencio y cierra la puerta con cuidado.
¿Qué hora debe ser ya? ¿Las dos? ¿Las tres de la madrugada?
Sus manos, grandes y suaves, me palpan y me dan la vuelta; me hago la dormida, no quiero que me pregunte qué hago acurrucada en el sofá, no quiero decirle que estoy molesta, que llevo horas esperándole y acabo de caer dormida tras ver un rollo de película en la televisión.
Me eleva como si no pesara nada y me sujeta en sus brazos. Siento sus músculos en tensión, le gusta ir al gimnasio, aunque últimamente, volcado en mí, se había descuidado un poco.
Escondo la cara en su cuello, la barba me hace cosquillas en la nariz. Huele a mujer, a Alicia; parece que al final ha conseguido atraparlo, aunque sólo haya sido por una noche. Me muerdo la lengua, una rampa de dolor cruza y quiebra mi espinazo, el sabor a sangre inunda mi boca, contengo las lágrimas.
Me tumba en la cama y me cubre con la sábana. Se agacha. Un beso en la frente, otro en la mejilla izquierda. Me quedo quieta, muy quieta, pero el tercer beso nunca llega. Entorna la puerta y enciende la luz del baño. Finalmente las lágrimas corren libres.
-Zorra -murmuro-, maldita zorra, ¿cómo puede volver a ti? ¿Por qué?
Mis tripas rugen y siento arcadas. Es la rabia, el odio, las mentiras, que me pudren por dentro.
Las luces se apagan, la casa queda en silencio, un silencio absoluto si no fuera por su respiración profunda.