Sábado, 15 de marzo de 2008
En Barcelona
Las cortinas amarillas ondean con el viento matinal. Me tapo hasta la nariz con el edredón; ha refrescado. El sol empieza a despuntar, mi habitación de paredes grises en penumbra se colorea, veo sombras bailando en el techo, en la puerta cerrada a los pies de la cama.
Finalmente, ayer, el cumpleaños de Noa fue alegre y divertido. Exilié la visión y sus palabras al baúl de los recuerdos y haciéndome la despistada procuré que la fiesta fuera eso y no un velatorio. Noa parecía muy feliz, y el estúpido enfado que arrastraba desde que se fue de casa desapareció al ver como reían juntos él y Blanca. A pesar de mi gran actuación sé que tío Bernard se percató de que me había ocurrido algo, pero tampoco lo mencionó.
Los sábados se levanta a las ocho, pero son las siete y ya se ha duchado, está preparando tortitas y eso, me temo, significa que quiere que me quede sentada a la mesa más de cinco minutos; quiere hablar.
Me levanto perezosa, me gusta cuando el ambiente es frío y las sábanas parece que te estén abrazando. Me estiro, la espalda me cruje, siento un tirón en el cuello, debo haber dormido en una mala postura. Abro la puerta y salgo al pasillo, tío Bernard me saluda desde la cocina:
—Buenos días Astrid, lávate la cara y ven a desayunar.
Entro en el baño y hago lo dicho. Unas ojeras gris-azuladas bordean mis ojos.
—Qué fea estás —me digo a mi misma. Me doy un par de palmadas en las mejillas y fuerzo una sonrisa; no mejora.
Camino pesadamente hasta la cocina y dejo caer mi peso en la silla que ya he hecho mía.
—Mmmm… —refunfuño como buenos días.
Tío Bernard ríe.
—Eres simpatiquísima por las mañanas, ¿eh? —Vuelvo a hacer ese gesto extraño ensayado ante el espejo del baño —Déjalo, prefiero tu mala cara mañanera, así das miedo.
Mejor, así no tengo que esforzarme.
—Oye Astrid, tengo que hablar contigo, pero por favor, déjame que te lo diga todo antes de reaccionar, ¿vale?
Me pregunto cómo narices se puede hacer eso.
—Vale —farfullo.
Tío Bernard sirve las crepes, pone rodajas de plátano por encima y un chorrito de chocolate. Coloca los platos en la mesa junto a una taza humeante de té y se sienta en la banqueta, en frente de mí.
—Verás Astrid, tenemos un problema —No he de reaccionar —. No soy tu tutor legal, esa función es de tu madre, y eso significa que muchas decisiones que han de tomarse sobre tu persona la necesitan a ella, yo no puedo tomarlas —Sintomatiza tu ansiedad en el tenedor, eso es, lo coges y golpeas el plátano, lo pinchas, lo descuartizas,… buena chica —. Tu madre está muy enfadada conmigo porqué no acaté sus órdenes —Respiro profundamente y doy un trago a la infusión, me quemo la lengua, pero al menos eso me aleja de la imagen de Laura —. He encontrado una solución y ella está de acuerdo, pero antes de hacer nada quiero saber si a ti te parece bien — ¿Una solución? Levanto la vista del puré de plátano y la clavo en sus ojos castaños —. Me gustaría adoptarte —Adoptarme, ¿pero entonces nuestra relación cuál sería? ¿Él sería mi padre? No, yo ya tengo uno —. Ejercería como tu tutor legal y podría encargarme de las decisiones importantes hasta que cumplas la mayoría de edad.
Mi tutor, es decir, seguiría siendo Bernard pero sin tener que consultar con Laura. Una amplia sonrisa se dibuja en mis labios.
—Me parece bien —digo llevándome un trozo de crepe a la boca.
— ¡Genial! —Exclama —Hoy mismo llamaré a nuestro abogado y lo pondremos todo en orden.
—Al menos el día ha empezado bien —me digo untando mi dedo en el chocolate y chupándolo pensando en mi nueva condición de Lázaro sin Laura.