En Barcelona
Al fin ha terminado la clase. Como últimamente he faltado tanto mi tutor ha creído conveniente que venga a clases de refuerzo. ¿Y quién está también aquí? Noa, mi querido amigo, y Tánit una chica callada y rara, de pelo castaño lacio y gafas de pasta demasiado grandes para ser nuevas.
Me levanto feliz, al fin podré llegar a Babilonia e irme de compras con tío Bernard y, además, Noa no podrá seguir incordiándome con sus miraditas.
—Perdona, ¿Astrid?
Me giro algo inoportunada. Tánit me mira, allí plantada, con su mochila al hombro y sus ojos negros amplificados por los cristales.
— ¿Si? —pregunto como haría a cualquier clienta que me pidiera un libro.
—Bueno, tenemos que hacer una redacción y me preguntaba si tenías pareja —miro a mí alrededor, la verdad es que no había reparado en ello. Noa se acerca peligrosamente.
—Me encantará ser tu pareja, si quieres podemos quedar en la librería de mi tío, allí tendremos Internet.
Tánit sonríe agradecida. Yo doy las gracias porqué me haya salvado de unas tardes interminables de suspiros y silencios junto a Noa.
—Bueno, pues mañana me dices algo, yo tengo que irme.
Asiente y yo salgo como un cohete del aula.
— ¡Astrid, espérame! —grita Noa.
—Venga, no seas así –me susurro a mi misma —. ¿Vas a guardarle rencor porqué haya vuelto a su casa? —resoplo.
—Oye, Astrid, necesitamos hablar —dice poniéndose a mi lado.
Salimos del instituto y empezamos a bajar la rampa para dirigirnos a Babilonia.
— ¿De qué? —pregunto intentando no ser demasiado borde.
—De nosotros —contesta.
“Nosotros”, me pregunto si realmente ha habido algún “nosotros”. Nos besamos un par de veces, y no diré que estuvo mal porqué mentiría, pero en todas ellas él estaba hecho polvo y yo me sentía partícipe de esa pena.
—No sé Noa…
—Mira, a mi me gustaba ser tu amigo, ¿sabes? —me interrumpe —Me gustas, y eso lo sabes, pero yo también sé que no soy quien ocupa tus sueños. Quizá algún día podríamos ser algo más, pero por ahora creo que prefiero que continúes siendo mi amiga, te necesito a mi lado.
Le miro. De nuevo veo sus ojos grises como el pelaje de un gran lobo aullándole a la luna, sus cabellos suaves cubriendo su frente, esa peca que motea graciosamente su comisura derecha.
—Sí, a mi también me parece bien —respondo.
Con esa confesión me ha quitado un gran peso de encima, aunque no entienda la mitad de las locuras que me ha soltado me alegra saber que prefiere ser mi amigo, le quiero mucho y también deseo que esté ahí, conmigo.
La campanilla anuncia el fin de mis pensamientos. Durante el camino Noa me ha hablado de lo bien que está con su madre y que está jugando a un nuevo videojuego.
—Hola chicos —saluda tío Bernard —. Noa, hoy te toca quedarte a cuidar de Babilonia, yo tengo una cita con esta señorita —dice elevándome al agarrarme por la cintura.
Siento calor en mis mejillas, qué payaso es a veces.