Martes, 11 de marzo de 2008
En Barcelona
Noa se ha ido después de comer y no ha vuelto hasta la cena.
Oigo la llave girar haciendo gruñir al mecanismo de la cerradura. Tío Bernard está en casa, así que tiene que ser él. Salto de la cama y salgo al pasillo a tiempo de verle entrar con una carita tristona y larga. No se ha dado cuenta de que estoy allí, observándole. De la anilla de su llavero de Cloud de Final Fantasy Advent Children quita la llave que tío Bernard le dio para que pudiera entrar y salir cuando quisiera.
Corro hacia él, actuando, como si no me hubiera dado cuenta, y le abrazo.
— ¿Qué tal te ha ido? —pregunto.
No se atreve a devolverme la mirada, oculta algo que sabe me va a enfadar.
—Necesito deciros algo, a los dos —contesta.
Pico con mis nudillos desnudos al vidrio acuoso de la puerta del baño, tío Bernard abre enfundado en una toalla.
— ¿Qué ocurre? —me pregunta extrañado.
—Noa ha vuelto —doy como única respuesta.
Ayer Noa decidió explicárselo todo a tío Bernard y éste, como yo, le recomendó hablar con su madre.
Sentados, uno al lado del otro en el sofá marrón del salón, contemplamos ansiosos a Noa que, frente al televisor, al otro lado de la mesita del café, se prepara para narrarnos lo ocurrido.
—Me voy —dice dejando la pequeña llave plateada sobre la mesita. No puedo reprimir mi disgusto y clavo las uñas de mi mano derecha en la palma de la izquierda; tío Bernard no se inmuta –. Habéis sido muy buenos conmigo, nunca lo olvidaré, yo… sois como mi familia, pero mi madre me necesita –Parece triste –. Se lo he contado todo y lo ha entendido –apoya la frente en su mano izquierda, como si las ideas le pesaran demasiado –. Mi padre ha vuelto a ser ingresado, pero esta vez no saldrá hasta que no esté bien. Ahora mi madre se siente una traidora, hacia mi padre, hacia mí,… está sola y me necesita. Así que he de irme.
El silencio se come los crujidos de las paredes, el rugido de las tuberías al tragar el agua de la bañera del vecino.
—Lo comprendo —dice tío Bernard —. Espero que todo os vaya bien ahora. Pero recuerda que aquí siempre serás bienvenido y que si necesitas algo somos tu familia.
Noa se frota los ojos, emocionado, no llorará delante de tío Bernard. Yo no digo nada, creo que aquí mis deseos egoístas sobran.
—Bernard —escupe Noa; casi parece que su voz le haya traicionado.
— ¿Si? —pregunta él sorprendido.
—Me gustaría seguir trabajando en Babilonia. En unos días cumplo los 17 y…
—Dalo por hecho —tío Bernard le da un golpecito amistoso en la espalda, sonriente —. Siempre y cuando nos invites a pastel el día de tu cumpleaños —ríe.
Ambos parecen haberse despedido ya, tío Bernard vuelve a lo suyo. El hielo ártico de los ojos de Noa se cruza con el azul de los míos.
— ¿Te quedarás a cenar? —pregunto.
—Lo siento Astrid, prometí a mamá que volvería —se acerca a mí e intenta besarme, inconscientemente giro la cara, estoy dolida —. Buenas noches Astrid.
—Adiós Noa —respondo secamente. El retumbar de la puerta sólo es acompañado por el agua de la pica del baño —. Te echaré de menos —confieso a la soledad que me envuelve.