Miércoles, 5 de marzo de 2008
En Barcelona
Sé que ya debería estar durmiendo por los profundos ronquidos de tío Bernard, pero en la penumbra, tan sólo iluminada por un candil, los dibujos de las cartas me absorben. Me muestran penas, secretos, temores, pero también me dejan entrever una solución y, después, dicha y alegría. Les doy la vuelta y las hago girar en un remolino rojo bajo mis manos, mezclándolas sobre las sábanas azules. Giro una, "joven"
TOC TOC TOC
Algo pica a mi ventana. Sobresaltada, temerosa, preguntándome quién o qué puede estar llamando a mi habitación a las doce de la noche, me levanto de la cama y escruto el exterior por una rendija entre las cortinas viejas y amarillas que me separan del mundo nocturno. Nada, tan solo la calle, los árboles agitándose por el fuerte viento y una farola encendida. Vuelvo hacia las cartas, debe haber sido mi imaginación, mejor que las guarde y vaya a dormir.
TOC TOC TOC
Vuelvo a escuchar. Con la baraja en mis manos miro hacia la ventana. Por la rendija descubierta veo un rostro que me contempla. Todas las cartas caen al suelo,
Me acerco a la ventana. Temblando, lloroso, Noa espera a la intemperie. Tiene el labio cortado y la nariz parece haberle sangrado durante largo rato, pues parte de su barbilla está manchada de sangre seca, ya de un tono marrón-negruzco.
— ¡Noa! -exclamo haciéndole pasar — ¿Qué te ha ocurrido?
Él no contesta, sólo entra a mi cuarto con dificultades, agarrándose un costado. Yo respeto su silencio.
—Vamos, ven, voy a curarte.
Pasamos por el pasillo sin hacer ruido, entorno la puerta de tío Bernard y entramos al baño. Le limpio la cara y la nariz, le curo el labio. No se queja, no dice nada.
— ¿Tienes algo más? —Le pregunto —Necesito saberlo para poder curarte.
Su gesto se retuerce al quitarse la camiseta. Su piel lisa y blanca está surcada por moratones y dos círculos rojizos a carne viva que parecen quemaduras de cigarro. Él no me dirige la mirada, está avergonzado. Le curo las magulladuras, le pongo Trombocid en los golpes, y limpio las quemaduras.
—No voy a preguntarte cómo te lo has hecho, pero esta situación no puede repetirse, tienes que buscar ayuda. Si quieres puedes quedarte a dormir esta noche y mañana ya veremos que hacer.
Mientras hablaba Noa se levanta y se acerca a mí. Sus ojos están hinchados y enrojecidos, ahora no llora, pero está claro que lo ha hecho. Su brazo derecho ciñe mi cintura, su piel tibia toca mi espalda bajo la camiseta del pijama haciéndome estremecer. Su mano izquierda acaricia mi pelo, mi rostro. Sus suaves labios me rozan, su cálido aliento se entremezcla con el mío, siento el sabor de su sangre, la sal de su tristeza, y cierro los ojos.