miércoles, 9 de abril de 2008

Astrid, capítulo 6: Babilonia

Jueves, 21 de febrero de 2008

En Barcelona

Los jueves por la tarde ayudo a tío Bernard en la tienda. El día que me lo propuso, hace ya más de un mes, me negué en redondo, le dije que no quería perder mis horas libres en una librería vieja que huele a moho, él rió por lo bajo. Más tarde, cuando le pregunté porqué se había reído me contestó que papá le explicó cuánto me gustaban los libros y que le había ordenado la biblioteca de casa por temas, autores y, finalmente, alfabéticamente. Además, me había pillado más de una vez, en sus asiduas visitas a la casa donde antes vivía, oliendo los libros viejos y acariciando sus páginas amarillentas.
—Sé que compartes el amor por los libros de tu padre, te viene de familia Astrid —rió —. Tu abuelo abrió esta librería, yo continúo en ella, y a pesar de que tu padre no pudiera permanecer en la ciudad, persistió, aunque de otra forma, escribiendo.
Los jueves y viernes por la tarde no tengo clase, así que ayudo en Babilonia. Los sábados me paso el día atendiendo al público, y el resto de días estudio en la mesa del fondo del pasillo de arriba. Digamos que pasó más tiempo aquí que en el piso de tío Bernard.
El domingo, tío Bernard me lo dedica, me lleva a pasear por la ciudad, me ha enseñado el barrio gótico, el casco antiguo, el Carrer Tallers, la Sagrada Familia y la Pedrera,… pero mi lugar preferido es el Parque del Laberinto y, aunque no se lo he dicho, espero que vuelva a llevarme pronto.
La campanilla de cerámica negra de la puerta de entrada repiquetea y Noa, con sus pantalones anchos y una sudadera a cuadritos negros y grises, aparece despeinado en el portal.
—Hola Astrid —dice acercándose a mí con sus andares de chulo que le hacen asemejarse a un pato.
—Noa, estoy ocupada —le contesto colocando algunos libros desordenados en su lugar.
—Venga tía, ¿no te irás a pasar todo el día aquí encerrada? —dice haciendo una mueca de hastío.
Tío Bernard sale de la trastienda y observa a mi amigo, después me mira a mí, y una extraña sonrisa juguetona se dibuja en su rostro haciendo que su recién estrenado bigote rojo emule la forma de un arco longbow.
—Astrid, hoy no hay apenas clientes, ¿porqué no vais a dar una vuelta? Y, si tu amigo quiere, puede venir después a cenar, pediré una pizza —dice posando su mano en mi hombro y apretándolo con afecto.
—Pero tengo que ordenar todo esto —digo en tono de súplica señalando los libros fuera de su lugar, esperando que repiense su propuesta.
—Venga —contesta dándome un billete de 10 euros —, no te hagas derogar.
Con la chaqueta puesta y de morros salgo a la calle con Noa.
— ¿Es tu hermano? —pregunta haciendo un gesto con la cabeza hacia la tienda.
—No, no tengo hermanos —respondo enrollándome la bufanda azul turquesa alrededor del cuello —. Es mi tío, el hermano de mi padre.
—Vaya… -suspira sorprendido — ¿Qué edad tiene?
—27.
Me mira con los ojos muy abiertos.
— ¿Y tu padre cuántos tenía?
Ante aquella pregunta comprendo el motivo de su sorpresa.
—Mis padres se casaron muy jóvenes, mi madre me tuvo a los 20, y mi padre y mi tío se llevaban 5 años, tío Bernard es el pequeño.
Noa asintió entendiendo el porqué del aspecto juvenil de aquel que era ahora responsable de mi bienestar.
— ¿Y vives con él? —sigue interrogando.
—Sólo hasta que vuelva mi madre.
Noa gesticula unas palabras que no llegan a salir de sus labios y se dispone a preguntar algo más.
—Mira, esto no me divierte, así que si quieres que vayamos a algún sitio bien, sino vuelvo a la librería con mi “interesante” tío —digo mirándole amenazante.
Noa resopla y me da un golpecito en el brazo.
—Qué mala hostia tienes, tía —dice —. Me gusta, a eso mi abuela lo llamaba carácter. Venga, vamos a ver comics…