martes, 1 de abril de 2008

Astrid, capítulo 5: Noa

Miércoles, 20 de Febrero de 2008
En Barcelona

Del empujón mi bocadillo cae al suelo, el jamón se desparrama sobre las baldosas sucias, llenas de tierra mojada y cagadas de paloma.
—Estás loca, ¡Loca! —gritan las chicas de mi curso a coro.
Miro a mí alrededor. En el patio, los profesores encargados se hacen los sordos ante la posible pelea.
La cabecilla, una niña de media melena morena, vestida con minifalda y una camiseta que deja ver los tirantes de un innecesario sujetador de encaje negro, me vuelve a empujar riendo.
— ¿Qué pasa loca? ¿Por qué no te matas como tu padre? Él también era un bicho raro, ¿verdad? —empieza a reírse exageradamente en mi cara, incitando a las otras seis a que hagan lo mismo —Era un fracasado, un don nadie —dice acercándose más a mí, levantando el puño; va a pegarme, pero yo no hago nada, ya no siento ni rabia por sus palabras, estoy demasiado cansada.
— ¡Eh, tú, niña pija! —grita una voz desde mi espalda. Un chico alto y delgado, de cabello castaño corto y ojos grises se coloca ante mí — ¿Porqué no te vas a cacarear como hace tu madre? Ve a hablar de su padre como hace ella, porqué piensa más en él que en su marido, él sólo paga sus facturas, así que ¿quién es el don nadie?
Colorada, la cabecilla, resopla como si se hubiera aburrido y todas se alejan.
— ¿Estás bien? —me pregunta el chico mirando lo que era mi bocadillo —No les hagas caso, son unas calientabraguetas estúpidas.
Le observo, ahí parado, con pose de chulo, llevando unos pantalones anchos y una camiseta de manga corta negra en pleno Febrero. Me pregunto por qué habrá salido en mi defensa.
—Soy Noa, también soy nuevo en este instituto.
Le sonrío, supongo que sí hay algo que nos conecta. Me dirijo al baño seguida por mi nuevo amigo. Me lavo la cara con agua fría, intentando despertarme. Él espera, apoyado en la puerta, mirando al exterior.
Estudio mi reflejo. La verdad es que me parezco más a mamá: cabellos largos y ondulados, rubios; nunca me ha gustado el color de mi pelo, pero supongo que es un prejuicio, por lo de “las rubias son tontas”. Pero mis ojos son como los de mi padre, si hay algo en lo que me parezca a él es en mis ojos y mis secretos. Tío Bernard, en cambio, no se parece a papá, aunque supongo que es normal, papá fue adoptado a los diez años. Tío Bernard le quería mucho, él tenía cinco cuando papá llegó a su casa, siempre fue su hermano mayor.
—Bueno, ¿quieres la mitad de mi Donut? —pregunta Noa nervioso, viendo que me he quedado absorta, con la cara empapada, mirándome al espejo.
—Sólo si tú bebes la mitad de mi zumo —respondo secándome la cara con un trozo de papel de váter.
Él asiente riendo.